Pablo y el "genio femenino".
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        "Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS DESCONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas: Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos. Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez. Y así Pablo salió de en medio de ellos. Mas algunos creyeron, juntándose con él; entre los cuales estaba Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris, y otros con ellos". (Hch 17, 22-34)

        Dicen los grandes maestros de la Iglesia que San Pablo, aprovechando la referencia al altar "Al Dios desconocido" como excusa para atraer la atención de los atenienses que se encontraban en el Areópago, realizó el primer discurso de apologética cristiana en la historia de la Iglesia.

Para dar amor

        En él recoge como un gran tesoro las principales verdades de la fe cristiana: Dios es Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la Tierra. Jesucristo es Hijo único de Dios. Fue crucificado, muerto y sepultado. Descendió a los infiernos y al tercer día resucitó. Subió a los cielos. Vendrá a juzgar a vivos muertos. El perdón de los pecados. La resurrección de los muertos y la vida eterna.

        Pero no es mi intención extenderme en estas consideraciones fundamentales para la vida de cualquier que quiera seguir a Cristo. Más bien, me gustaría detenerme en la afirmación de que todos, hombres y mujeres, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y por lo tanto, con identica dignidad humana.

        Una dignidad que supone no solo el privilegio de entrar a formar parte del linaje divino, de la propia estirpe de Cristo, sino que, en el caso concreto de la mujer es, por su naturaleza especifica y sus dones de entrega y conservación de la vida, una demostración de amor divino a su diferencia, a su femineidad, ya que "no puede encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás".

El "genio" femenino

        Y puesto que este linaje es para nosotros lo más excelso de nuestra existencia "porque en él vivimos, y nos movemos, y somos", no es de extrañar que entre los atenienses que se encontraban en el Areópago, encontremos personajes como Damaris, deseosas de entender y vivir de acuerdo con estas palabras.

        Nuestra noble protagonista, que por lo que parece era de gran protagonismo en la ciudad, no se dejó confundir por los que se burlaban de San Pablo. Al contrario. Desde el mismo instante en que abrió su corazón a las palabras del apóstol supo que "no eran teoría ni ideología barata sino convicciones reales y prácticas".Y mostró con gran valentía que a partir de entonces su compromiso, su respuesta valiente, con una fe sin condiciones para mostrar la verdad, para trasformar su pequeña historia, no iba a resultarle fácil.

        A pesar de esto, "la Iglesia expresa su agradecimiento por todas las manifestaciones del "genio" femenino aparecidas a lo largo de la historia, en medio de los pueblos y de las naciones; da gracias por todos los carismas que el Espíritu Santo otorga a las mujeres en la historia del Pueblo de Dios, por todas las victorias que debe a su fe, esperanza y caridad; manifiesta su gratitud por todos los frutos de santidad femenina" (Mulieris dignitatem", n.31).