Lecciones del corazón (IV)
Mercedes Malavé Gonzáles
Los cuatro amores

 

 

 

Reconocer los propios defectos

        Lo que voy a decir no es una metáfora y puede sonar un poco abstracto: no hay nada más purificador para el corazón que la verdad: la verdad de nosotros mismos –lo que realmente somos–, la verdad de los demás y de los compromisos adquiridos. El amor a la verdad de la vida que tenemos y de los compromisos estables y definitivos que hemos adquirido, produce una fuerza que nos impulsa a salir fuera de nosotros mismos, a abrirnos a la realidad, a descubrir todo lo bueno que hay en el mundo y en las personas que nos rodean en cada momento de la vida. Posee un efecto sanador que cura, desde lo más profundo del sentido de nuestra existencia hasta lo más superficial y externo, como nuestro modo comportarnos individual y socialmente. La verdad se descubre con la razón, que no está sólo para hacernos comprender aquellas realidades de carácter científico o técnico, sino para enseñarnos también a vivir-por y a permanecer-en lo que debemos amar; a mantenernos fieles, desde el corazón, al amor, al don de nosotros mismos.

        También la verdad tiene fuerza de perdón. Reconocer que no nos hemos comportado con generosidad, que hemos sido posesivos y hemos estrangulado el amor, apoderándonos injustamente del proyecto de vida de los demás –de los hijos, del esposo o la esposa, del amigo– por no rectificar a tiempo los deseos egoístas y el afán desordenado de dominio del ser amado, etc., todo esto nos puede mover a buscar el perdón, a recomenzar a amar con un corazón nuevo, purificado, desprendido. Cuando admitimos que hemos sido egoístas o descuidados, y aceptamos las obsesiones y los complejos que permanecen en nuestro recuerdo; cuando nos decidimos a afinar la conciencia de lo que invade nuestra memoria, que manifiesta una visión egoísta de la vida, de los proyectos que hemos diseñado, entonces experimentamos la alegría de sentirnos liberados de las cadenas que oprimen el corazón. Nada puede cerrar el corazón –ni el sufrimiento más terrible, ni la soledad más prolongada– sino el propio hombre. Quizás en esto consiste la opción radical por la que han optado muchos santos que han sufrido lo mismo –o tal vez más– que los hombres más tiranos y despiadados de la historia de los dos últimos siglos.

        Una memoria pura, un corazón limpio, es aquella que ha sido perdonada de sus malos deseos, porque todos necesitamos –además de perdonar– ser perdonados. Ningún hombre es completamente inocente de sus pensamientos interiores, todos tenemos mucha necesidad de perdón.

"Una verdad de largo alcance"

        Por último, la verdad que libera el corazón de las cadenas del odio, del deseo de venganza, de los apegos obsesivos, etc., tiene que ver con el recuerdo constante de que nada en esta tierra es lo definitivo y que todos vamos a morir. Leon Kass, científico, nombrado por el Presidente Bush director de la Comisión Presidencial de Bioética de los Estados Unidos, ha estudiado mucho el tema de la muerte y de su aceptación por parte de la ciencia moderna, empeñada en buscar la fórmula de la inmortalidad, para que las personas puedan disfrutar más y más de las satisfacciones de la tierra. En sus reflexiones sugiere que las personas no deberían ver la inmortalidad como una bendición, sino todo lo contrario: la bendición es que somos seres mortales, porque es imposible prolongar en este mundo la satisfacción, ni se pueden colmar las aspiraciones del corazón humano, por más que las condiciones sean las mejores: “La limitación de nuestro tiempo de vida –se pregunta Kass– ¿no es la razón por la que nos tomamos esta vida muy en serio y la vivimos apasionadamente? Cuando los Salmos de la Biblia nos invitan a «contar nuestros días» para conseguir «un corazón sabio», el salmista nos enseña una verdad de largo alcance”.

        Reconocer la verdad de nuestra vida y de lo que somos capaces de amar, es el camino que nos conduce a la felicidad. El corazón experimenta deseos de eternidad, que se traducen en profundas ansias de amor y satisfacción, que sólo llegarán a su verdadero y único culmen cuando alcancemos el momento pleno de totalidad en un amor que sea eterno. Vivir una vida apasionante, aprender a tener un corazón abierto y libre, fiel a los compromisos adquiridos, joven para ilusionarse con cada ser que nos presenta a lo largo de nuestra vida.

        ¡Vale la pena esforzarse por tener un corazón grande!