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1. ¿Un dato de hecho o una elección?
Ser mujer u hombre no es una elección sino un dato de hecho. Desde la concepción hasta la muerte el ser humano es una persona sexuada sólo en esos dos modos posibles. La sexualidad caracteriza al hombre y a la mujer no únicamente en el plano físico, sino también en el psicológico y espiritual con su impronta consiguiente en todas sus manifestaciones. El cuerpo humano está marcado por el sello de la masculinidad o la femineidad. Pero la sexualidad, el ser varón o hembra, no puede quedar reducido a un insignificante dato biológico. Es parte elemental de la personalidad, una manera propia de ser, de manifestarse, de interrelacionarse con los otros, de sentir, de expresar y vivir el amor humano.
Sin embargo, desde hace algunos años se ha desarrollado una tendencia que cancela las diferencias sexuales considerándolas efectos de condicionamientos histórico-culturales. De esta forma, la diferencia corpórea llamada sexo queda minimizada mientras que la parte cultural, llamada género, se sobrepone. Según esta concepción, no se nace hombre o mujer sino que cada cual se hace.
Esa tendencia ha sido una de las respuestas que un feminismo mal planteado ha ofrecido en actitud de contestación en la búsqueda de un antagonismo respecto al hombre. A la raíz está la intención de liberarse de los condicionamientos biológicos. Así pensada, la naturaleza humana no llevaría en sí misma características que se sobrepondrían de una forma absoluta: cada cual se configuraría según el propio deseo.
2. Qué comporta el ser mujer
El ser humano, ya sea hombre o mujer, es persona igualmente. La diferencia vital está orientada a la comunión. Sin embargo, por el hecho mismo de ser diferentes a la vez que complementarios, el ser mujer comporta características distintas vinculadas a su vida concreta como mujer. De entre ellas sobresale la capacidad de acogida del otro, la capacidad física de dar la vida puesta o no en acto, el desarrollo del sentido intelectual de lo concreto, capacidad única de resistir las adversidades, conservación de su tenaz sentido del futuro así como su papel insustituible en los diversos aspectos de la vida familiar y social que implican las relaciones humanas y el cuidado del otro.
Las repercusiones negativas que se desprenden de una rebeldía hacia las capacidades y dones que se desgajan de la propia condición de ser mujer se han dejado ver y sentir en las ideologías que cuestionan la estructura de la familia bi-parental (compuesta de madre y padre) y equiparan la homosexualidad a la heterosexualidad en un nuevo modelo de sexualidad polimorfa, por citar un ejemplo. Cuando la auténtica femineidad falta, la sociedad sufre violencia y se vuelve generadora de más violencia.
En contraste, muchas son las repercusiones positivas de un conocimiento, vivencia y transmisión del don de lo que comporta ser mujer: sólo ella es capaz de imprimir una huella indeleble en la familia, rostro de un pueblo, donde sus miembros adquieren enseñanzas y aprenden a amar y ser amados.
3. La mujer necesita ayuda para ayudar al mundo
La femineidad designa la capacidad humana de vivir para el otro y gracias al otro. Ciertamente las políticas actuales favorecen muy poco una valoración adecuada de los dones propios de la mujer. Se está olvidando que si el mundo quiere ser verdaderamente un hogar común debe ayudar a quien a su vez ayudará a lograr ese objetivo.
Por ello es necesario ponderar el trabajo desarrollado por la mujer en la familia e incluso buscar iniciativas de ley que protejan y remuneren a aquellas que han elegido libremente dedicar la totalidad de su tiempo al trabajo doméstico sin ser estigmatizadas socialmente.
La mujer trabajadora también merece horarios adecuados que no la hagan sentirse obligada a elegir entre familia y vida profesional. Se debe lograr que la madre pueda dedicarse, si lo desea, tanto al trabajo como al cuidado de los hijos.
Y en un primerísimo lugar, debe seguirse construyendo sobre la base de la mutua colaboración y valoración de lo masculino hacia lo femenino y viceversa. La relación hombre-mujer no se puede entender como una contraposición desconfiada y a la defensiva. Hay que reconocer la alegría del don recíproco, el llamado a vivir no únicamente uno al lado del otro sino a existir recíprocamente el uno para el otro, el reconocimiento, en definitiva, de la diferencia misma como principio de la colaboración activa entre ambos. Sólo así lo específico llevará a valorar lo ajeno. | ||||||||||||||
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