Equivocarse es de humanos
Equivocarse es de humanos, nadie lo niega. ¡Cuántas veces al día no lo hacemos! Y es tan cotidiana esta experiencia, que debemos aprender a sacar lo mejor de ella.
Liliana Esmenjaud
La dictadura progre
Pablo Molina

Equivocarse con cuidado

        Recuerdo que el director de una organización transnacional muy exitosa solía decir que cuando necesitaba a alguien para un proyecto importante, acudía a quienes habían cometido muchos errores, pues ya contaban con bastante experiencia. De cada error se puede aprender muchas cosas: en primer lugar, a evitarlo para la siguiente ocasión; en segundo, a encontrar más fácilmente una solución; a valorar la ayuda de los demás para salir del aprieto, etc. Por este motivo, no debemos temer que los hijos se equivoquen, más bien habrá que enseñarles a aprender de sus errores.

        Pero hay de equivocaciones a equivocaciones. No es lo mismo equivocarse al escoger el sabor de un helado, que hacerlo al elegir marido. Las consecuencias de un error y del otro son muy distintas. Las primeras durarán apenas unos minutos, las segundas afectarán toda la vida, por lo que habrá que evitar caer en este segundo tipo de equivocación.

        Algunos errores se deben a la falta de experiencia, otros, a la ignorancia, otros más a la falta de autodominio personal. En la adolescencia, además de éstas, se suele aumentar otra causa: la falta de acompañamiento y guía por parte de algún adulto en quien se confíe. Y es precisamente en esa edad, cuando algunas equivocaciones suelen cobrarse un precio demasiado caro para el resto de la vida.

Una triste historia como ejemplo         Recuerdo el testimonio de Linda, una joven de familia acomodada que cayó en una serie de equivocaciones que la llevaron de una a la otra, sumergiéndola cada vez en errores peores. Al cumplir sus 15 años empezó a tomar más de la cuenta en las fiestas, resultando así más simpática a sus amigos. Para no perder su popularidad, ocultó esto a sus papás a base de mentiras y engaños. Cada mentira la llevaba a otra aún mayor para no ser descubierta. Así pasaron los años. Sus verdaderos amigos le aconsejaron que cambiara su actitud y que no tomara tanto. Fue inútil. Se fue quedando sola, rodeada de aquellos otros “amigos” que sólo buscaban divertirse a su costa. En una ocasión, teniendo ya 17, logró irse de fin de semana con este grupo de “amistades”. Estando bastante pasada de copas, le dieron algo de beber, y no volvió a saber de sí misma. Un solo fin de semana bastó para volverse adicta. A partir de ese momento la espiral iba cada vez más rápido llevándola a errores cada vez más graves. Se despertaba con gente que no conocía; empezó a robar a su propia familia; y así su vida se fue convirtiendo, según sus propias palabras, “en un infierno”. Su salud iba de mal en peor, y ya no sabía qué hacer. Se sentía encadenada sin tener a quién recurrir. En esta situación, la única solución que se le ocurrió fue acudir a sus papás. En un inicio no la creyeron. Costó trabajo convencerlos y demostrarles que su hija querida los había engañado y que ellos habían caído en su trampa. Finalmente la internaron en una clínica de rehabilitación, donde a base de mucho esfuerzo y ayuda, pudo salir después de mucho tiempo. Ahora se dedica a contar su historia para ayudar a otras jóvenes a no destrozar su vida como lo hizo ella. Esta nueva actividad ha dado un sentido a su existencia. Tiene un porqué vivir, porqué luchar y esto le ayuda a mantenerse firme sin recaer.
El oportuno apoyo del adulto

        Esta experiencia tan triste, ayudó a Linda a aprender mucho en la vida a costa de casi perderla. No es necesario que nuestros hijos pasen por experiencias como estas para aprender. Si bien es cierto que equivocarse es de humanos, también lo es el aprender de la experiencia de otros. Durante la adolescencia no se tiene la madurez necesaria para tomar muchas decisiones en la vida. Es una etapa en la que todavía se necesita del buen juicio de los padres y educadores para no equivocarse en cuestiones fundamentales. A esta edad, los padres han de saber conjugar el dar la suficiente libertad al hijo para que vaya madurando, con el debido acompañamiento y autoridad que todavía necesitan ejercer por el bien del hijo. La mejor manera de ayudar a los hijos no será la de sobreprotegerlos, pero tampoco la de dejarlos sin límites al vaivén de sus caprichos. Este tipo de equivocación sería una de las que más nos arrepentiríamos. Los hijos necesitan un punto de apoyo en quién confiar, a dónde poder acudir en caso de errar, sabiendo que siempre serán aceptados y ayudados a ser mejores. El acompañamiento por parte de un adulto de buen juicio que comprenda y quiera lo mejor del adolescente es imprescindible a esa edad. Este adulto bien puede ser el papá o la mamá, en ocasiones los dos, pero en otras podrá ser algún tío o familiar, algún entrenador o algún otro educador al que el joven tenga confianza. De esta manera, contará con la experiencia y la sabiduría que a él le hacen falta. En el autodominio personal, nadie lo puede suplir. Será necesario ayudarlo a adquirirlo desde pequeño, pues no se improvisa de la noche a la mañana, pero esto sería tema para otro artículo.

        Equivocarse es de humanos, sí, pero también lo es el prevenir.