Al rescate del afecto
Liliana Esmenjaud
Los cuatro amores

 

 

Y todo son conflictos

        ¿Quién no desea amar y ser amado? Si algo tenemos en común los seres humanos es el anhelo de amar con el que esperamos colmar nuestras ansias de felicidad. Sin embargo, viendo a nuestro entorno, nos damos cuenta de que muchas personas no han alcanzado esta meta tan querida. Un artículo que salió en estos días, sobre la forma como la gente pasa la Navidad, refleja un panorama un tanto oscuro, que si bien, no es exhaustivo, describe la situación en que algunas “familias” viven hoy en día. En él se anotaban algunas respuestas a la pregunta sobre cómo pasar la Navidad. Entre otras encontramos:

        ¡Sola! Estoy peleada con mi único hijo. No nos hablamos desde hace meses.(…) Este año no pienso hacerme ilusiones respecto a mi hijo, estoy segura que ni siquiera me va a llamar. (…)

        (…) Una hermana mía a fuerzas quiere celebrarlo con toda nuestra familia en su casa, pero es que yo no me hablo con tres de mis hermanas. Una no me habla desde hace años... y no sé por qué; la otra no me saluda porque hace tiempo le perdí un libro y según ella lo regalé a no sé quién y la tercera tampoco me dirige la palabra porque un día alguien le dijo que yo había hablado mal de ella...

        Lo único que me importa en estas fechas son mis nietos... Te lo juro que nada más por ellos pongo el árbol y el nacimiento; hago la cena, y compro los regalos. Antes invitaba a toda, toda la familia: consuegros, cuñadas, sobrinos, hermanos, tíos, abuelos, primos, compadres, etcétera; pero me di cuenta que siempre acabábamos de pleito: reproches, resentimientos, reclamos, etcétera, etcétera. Por eso ahora, sobre todo desde que enviudé, nada más invito a mis cuatro nietos y a mis dos hijos casados. Sin embargo uno de ellos se resiste a venir, porque está peleado con el hermano...

La forma y el contenido

        Pero la vida familiar no tiene por qué ser así. De hecho, es en la familia en donde se debería encontrar la primera muestra de amor desinteresado. C.S. Lewis lo explica muy bien en su libro “Los cuatro amores”. Al tratar sobre el primer tipo de amor, el autor describe al afecto como el amor de familiaridad que se da principalmente entre padres e hijos y en general en la familia. Este amor, según Lewis, es gratuito, es decir, que no se debe a ningún tipo de cualidad o talento propio. Simplemente se quiere a la mamá por ser ella misma, sin importar si es bonita o fea, si canta bien o mal. Este tipo de amor, al ser totalmente gratuito, no se merece, simplemente se recibe. El hijo espera ser amado por sus padres y hermanos independientemente de cómo él se porte con ellos, y viceversa.

        Este tipo de afecto, cuando es sano, da una gran seguridad en la vida y es la base de lo que se conoce como autoestima. A los niños pequeños lo que les importa es sentirse queridos. Lo demás, es secundario. ¡Cuántos niños pobres son felices porque cuentan con el cariño de sus padres! Y en cambio, ¡cuántas caritas tristes andan por ahí, rodeadas de juguetes! Y es que el afecto se expresa simplemente con el trato, con la delicadeza, la amabilidad. Al niño se le pueden decir palabras bonitas, pero si se hace gritándole, se quedará con la forma más que con el contenido. Los regalos y cosas externas tampoco los percibirá como cariño si no vienen acompañados por una sonrisa, una mirada amable, un tono de voz agradable, todos ellos signos inequívocos de un afecto auténtico. Al crecer, pasa lo mismo con los adolescentes. El que se sabe querido y aceptado como es, sale adelante, a pesar de las dificultades, en cambio el que no siente este afecto, se hace presa fácil de la droga, del alcohol, la anorexia, el vandalismo…

Aunque sea gratuito

        Pero este amor, según el mismo Lewis, presenta un gran peligro: al recibirse gratuitamente, no se lucha por él. No buscamos ganarlo. Para alcanzar la amistad de alguien, o para conquistar el amor de quien nos interesa buscamos “hacer méritos”. En cambio, para el afecto no se hace nada extraordinario. Ante los amigos se siguen ciertas reglas de comportamiento, que si se rompen, se corre el riesgo de salir del grupo. Ante un novio o una novia, se guarda la compostura, se intenta quedar bien. Pero ante la propia familia, precisamente por la familiaridad que existe, muchas veces no se cuidan los modales. En ocasiones se ofende al otro, y luego sufrimos porque no recibimos su afecto. Esto, aunque de hecho se da, no tiene por qué ser así. El afecto entre los familiares es algo que se puede y debe cultivar. Es más, es un amor tan necesario, que hay que hacer cualquier cosa para que no se pierda.

        Rescatar el afecto es una labor de todos: los padres de familia, los hermanos, los hijos… pero no sólo, también los medios de comunicación juegan un papel muy importante a este respecto al presentar modelos de comportamiento fácilmente imitables. Es tiempo de fomentar el aprecio entre todos los miembros de la familia hablando siempre bien de los demás; siendo leales con ellos; buscando ayudar a cada uno a alcanzar sus metas; compartiendo objetivos en común; cuidando la delicadeza en el trato, que no por ser familiar ha de perder la finura. El afecto es lo que hace de una casa, un hogar. Vale la pena luchar por no perderlo.