Ana Sendagorta oftalmóloga en África
"Si quieres ayudar de verdad, primero tienes que ser humilde".
"Los misioneros son los que dan estabilidad a la cooperación".
Alfredo Urdaci
La Gaceta de los Negocios, viernes, 2 de noviembre de 2007
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Suzanne Venker
Ana Sendagorta Coordina desde el 2002 una campaña en África para curar enfermedades que producen ceguera.

        Nació en Madrid, en el año 1962, Desde pequeña quería ser médico. Se licenció en la Autónoma de Madrid y luego se especializó en los ojos. Hoy es retinóloga en el Ramón y Cajal. ¿Y cómo nace una vocación tan específica? Ana confiesa que se sintió atraída por la pediatría, pero en aquellos años la oftalmología estaba en un momento de progreso fascinante: la técnica aportaba los láser y otros artilugios que abrieron caminos nuevos en ese órgano por el que nos entra el mundo a chorros. Dirige una Fundación que lleva el nombre de su hijo Pablo, que murió con 12 años.

        Hace una mañana de esas diáfanas y frías del otoño de Madrid. Llego pronto, y me da tiempo a mirar por el salón. Hay muchos libros, cuadros pintados con gusto, y metros de álbumes de fotos. Una vida familiar intensa, apreciada. Y Ana llega alborotada por el tráfico, y contenta porque ha presentado un proyecto solidario y le han hecho caso.

¿Cómo descubrió lo que podía hacer en África?

        A través de un misionero. Era el año 2002. Recibimos una petición desde el norte de Turkana, entre Kenia y Sudán. Nos pedía equipamiento sanitario básico.

Y se pusieron a la faena.

        Iniciamos una campaña de prevención de la ceguera infantil. Los que participamos en esa campaña descubrimos que con pequeñas paradas en nuestra vida diaria podíamos cambiar muchas cosas.

¿Qué se encontraron en África?

        Una realidad que no podíamos imaginar. Enfermedades que sólo conocíamos por los libros, que no habíamos visto ni de lejos. Pensábamos que íbamos a ayudar, pero nos cambió la vida y los ojos a nosotros.

Me interesa su impresión, la de la primera vez que llegó a aquella zona.

        Es como imaginamos que debió ser la Edad de Piedra. Gente que vive sin luz ni agua, ciegos irreversibles, enfermos abandonados en la calle. Ser ciego en África es estar condenado a morir.

¿Y qué han conseguido en este tiempo?

        Ya tenemos dos quirófanos, y dos consultas, apoyamos proyectos de misioneros. Los misioneros dan estabilidad a la cooperación. En África hay una Iglesia heroica y valiente.

Hay ONG que van y vienen, que aparecen y desaparecen.

        Los misioneros no, la Iglesia está siempre donde se la necesita, contra viento y marea, porque tiene una motivación profunda.

Y en esto murió su hijo Pablo.

         Fue hace un año. En su nombre y con su nombre hemos creado una fundación. Uno de los proyectos es integrar a niños discapacitados en el tiempo de ocio normal de las familias.

¿Cómo lo hacen?

        En nuestra sociedad hay tremendas necesidades de afecto frente a la marginación, la soledad. Ayudamos a las familias con discapacitados, que se sacrifican tanto por ellos.

¿Cuál es la condición primera para la solidaridad?

        Si quieres ayudar de verdad, tienes que ser humilde.