Una mujer renunció a todo para dedicarse 15 años a su esposo, sumido en estado de coma
A pesar de su enfermedad, Gustavo Echavarría siempre se mantuvo en una forma envidiable. Aquí, tres años después de su accidente.
La muerte del empresario paisa Gustavo Echavarría, el 30 de noviembre, develó la historia de entrega total de su mujer, María Cristina Mesa.
Cuando murió 'Tavo', el hombre que fue su mundo por más de 45 años, Cristina no derramó ni una lágrima. De hecho, una extraña sensación de felicidad la invadió. Luego, uno de sus yernos le susurró al oído el pésame más extraño pero con más sentido del mundo: "felicitaciones".
Y aunque en los tiempos modernos cualquiera pudiera pensar que se trata del final de quince años de sacrificio, o de una espera telenovelesca por una herencia incalculable, este no fue el caso. Esa condolencia era un reconocimiento a una Penélope moderna para la que el mundo se había detenido a la espera de que su marido volviera... o se fuera.
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Nuria Chinchilla y Consuelo León

        Hacía 187 meses que Gustavo no hablaba, no caminaba, no iba al baño por sí mismo. En el cenit de una exitosa carrera empresarial –Echavarría era el dueño de Calzado Ger, activo caballista y empresario deportivo– un infarto mandó su cuerpo atlético al hospital mientras disfrutaba de unas vacaciones en Cartagena. Ya repuesto, prometió a sus amigos que seguirían la rumba luego de una operación a corazón abierto. Sin embargo una complicación hizo que dejara de llegarle sangre al cerebro, causándole un daño neuronal irreparable.

        Ese hombre que antes la protegió y cuidó con cariño era ahora un vegetal. Cristina supo que ahora más que nunca tenía que estar con él.

"Mis manos, doctor Mesa"

        Se conocieron una tarde de 1961, mientras ella y su belleza dulce esquivaban una lluvia de galanteos masculinos en El Palo, una calle del centro de Medellín. De pronto unos grandes ojos la detuvieron y el vozarrón de Gustavo, quien en ese momento era vendedor de Calzado Triunfo Unión, le dijo: "Señorita, que señores tan atrevidos". Ella le sonrió y aceptó su ofrecimiento de llevarla a casa, cerca de la calle Amador. Desde ese día nunca más se separaron.

        Él se le declaró pronto, y en tiempos de noviazgos eternos, prefirieron casarse al año. En la pedida de mano, el padre de la novia le preguntó a Echavarría qué tenía para ofrecerle a su hija."Mis manos, doctor Mesa", le respondió.

        Y se entregó a ella. A pulso, ahorró y compró el almacén para el que trabajaba. Luego abrió un taller de zapatería y fundó su empresa –de hecho es uno de los pioneros de la producción de calzado en serie en el país– , la que le permitió hacerse a una fortuna.

        Luego vinieron los viajes y las ferias de calzado alrededor el mundo, a las que siempre llevó a su 'Maria Jesú', como llamaba a Cristina. Ricos, jóvenes y hermosos disfrutaron de la vida, tomaron trago, bailaron, montaron a caballo, criaron cuatro hijas.

        Como una familia normal tenían problemas y crisis. Incluso afrontaron el secuestro de su hija Mónica y del mismo Gustavo en la época del narcotráfico en Medellín.

        En su finca 'La Serranía', en el sector de El Tablazo, en Rionegro, ofrecieron fiestas memorables. Sus amigos lo recuerdan como un hombre jovial y entregado a su familia. A su esposa no le gustaba la parranda, pero cambió para darle gusto a su marido. La vida sonreía hasta ese abril del 91, cuando todo lo cambió.

El milagro

        "En los primeros cuatro años yo siempre buscaba un milagro, como todas las familias que pasan por esto. La gente le hablaba a uno de José Gregorio, de la monjita tal, que el sacerdote ciego, y yo me iba con él a todas esas cosas" recuerda Cristina. Pero los años pasaban y Gustavo no volvía a la normalidad, como es usual en estos casos.

        En su apartamento en El Poblado muchas cosas cambiaron. El lecho marital fue reemplazado por una cama con alturas ajustables y una grúa, de las fiestas se pasó a las canciones que ella le cantaba. Arriba, en El Tablazo, se acondicionó una pequeña casita para acomodar al nuevo huésped. Le pusieron 'La Esperanza'.

        Visitarlos era encontrar al lado de Gustavo la sonrisa de Cristina. Y esos mismos ojos que la habían enamorado hacían ahora lo que sus cuerdas vocales no podían. Desde su silencio miraba como la familia crecía, detallaba los nuevos nietos, pero siempre se detenía en su esposa, y se la quedaba mirando por largo tiempo. Bajaba la vista y con un movimiento tardo se tocaba la cabeza.

        Después de muchas súplicas, una mañana ella decidió que no esperaría más un favor del cielo. Se encontró con los ojos de su esposo y le preguntó "¿Tu me quieres?" y él los cerró y los abrió. Se dio cuenta entonces que su amor era el milagro.

Entrega total

        "Hice lo que a mí me gustaría que me hicieran si me pasara", afirma Cristina. La idea de la eutanasia o de llevarlo a un hogar nunca estuvieron en su cabeza.

        Entonces de mujer de sociedad, fiestas y viajes, se convirtió en la médica de cabecera de su esposo. Como viviendo en un eterno mutismo, de esos que experimentan los que se aman, ella aprendió a saber cuándo Gustavo quería ir al baño, cuándo tenía hambre, cuándo le dolía algo. De hecho, hace seis años la frialdad de la piel de su esposo le hizo creer que estaba teniendo un infarto, y con la profesionalidad de un galeno llamó al doctor para contarle su diagnóstico, que le salvó la vida a 'Tavo'.

        Si bien contaba con los medios económicos para rodearlo de cuidados de todo tipo, ella nunca le dejó la responsabilidad a otros. Todos los días se levantaba a las 4 a.m. para comenzar un día de atenciones y entrega. "Cuando uno asume las cosas con amor y con alegría, todo es llevadero", sostiene.

        Muchos pacientes en situaciones similares mueren por escaras o úlceras de posición, que surgen en los discapacitados por estar en el mismo lugar por mucho tiempo. El médico internista Iván Gómez, que trató a Gustavo, confiesa que nunca le vio una en los 10 años que lo atendió.

        Aunque nunca se curó, sus hijas creen que aún hay milagro: "Muchos dicen que siquiera se murió Gustavo, que descansó. Nosotras decimos que siquiera vivió, y no por lo que representó en sí mismo, sino porque nos permitió conocer a nuestra madre en su verdadera dimensión, la de la entrega y el amor".

        Cristina no ha podido cambiar su reloj biológico. Se sigue levantando temprano y como no tiene a quién cuidar se pone a meditar y agradecerle a Dios por haberle dado la fuerza para vivir el verdadero amor.

Cuidados con un enfermo en coma

        El coma vigil es un estado de déficit cerebral profundo donde hay una pérdida de la relación con el entorno, sin que exista muerte cerebral. El paciente realiza todas sus funciones vitales pero no puede valerse por sí mismo. Por su condición necesitan cuidados especiales.

Moverlo constantemente: La presión permanente contra una cama o una silla produce un corte en la irrigación sanguínea. Grandes períodos de inmovilidad podrían causar úlceras en la piel.

Ejercicio de mantenimiento: Las articulaciones del enfermo tienden a deformarse y pegarse por la quietud. Es necesario mantenerlas alineadas y flexionarlas frecuentemente.

Baño diario: La mezcla del sudor y bacterias son la primera causa de infección. También se debe mantener la piel totalmente lubricada y realizar masajes para evitar espasmos musculares.

Atención constante: Situaciones como la forma en la que el paciente evacua su orina y realiza deposición deben ser vigiladas. Si hay un mal manejo se pueden generar infecciones que terminarían con la vida del paciente.

Amor: Caricias, abrazos y otras muestras de afecto mejoran la calidad de vida del enfermo.