Al rescate de la maternidad
Bosco Aguirre
Embarazo y primer año de vida
Carmen Corominas

 

Toda una mentalidad

        Juan, María, Antonio, Jimena, tú y yo, y los más de 6 mil millones de personas que viven ahora, y los que han vivido antes, y los que vivirán después... Todos y cada uno de nosotros existimos porque tenemos un padre y, de una manera muy especial, una madre.

        Sin mujeres que quieran tener hijos, sin mujeres abiertas a la maternidad, la vida humana sobre la tierra estaría condenada a la extinción.

        En algunos ambientes sociales se ha difundido una mentalidad que ve con malos ojos el inicio de cada embarazo. Parecería, según algunos, que la fecundidad es un obstáculo a la realización femenina, un impedimento para terminar los estudios o para llevar una vida laboral gratificante y eficiente, un peso que no permite vivir la propia vida sexual con la libertad y el potencial de goce del que disfrutarían, según dicen, los hombres.

        Esta mentalidad menoscaba, a veces incluso rechaza, una de las grandes riquezas de la mujer: su inmensa apertura a acoger, cuidar, amar y encauzar la llegada de nuevas vidas humanas. Negar esta apertura significa promover un mundo cada vez más egoísta y más fugaz, centrado en un presente efímero y cerrado al futuro que viene con el nuevo hijo. Un mundo en el que no hay lugar para nuevas vidas, y no habría habido lugar para los que ahora vivimos.

La paternidad

        A la vez, esta mentalidad disminuye la apertura que también es propia del hombre, la vocación a la paternidad. Resulta paradójico encontrar todavía a personas que dicen que la maternidad es un asunto exclusivamente femenino, o que el embrión y el feto son parte del cuerpo materno, un “asunto” privado de la mujer. La realidad es que no hay maternidad sin paternidad, y que cuando la mujer rechaza su potencial apertura a la vida rechaza también la vocación a la paternidad que es propia del hombre.

        Hay que reconocerlo, pero muchas veces son los mismos hombres quienes promueven la “fobia” a la maternidad. Porque es muy fácil tener una esposa o una amante (o una compañera ocasional) que no tenga hijos. Porque cuesta menos dinero pagar píldoras anticonceptivas o incluso un aborto que colaborar económica y psicológicamente en el mantenimiento de los meses de embarazo, del parto y de los largos años de la asistencia y educación de los hijos pequeños. Porque el hombre sabe que si una mujer tiene un hijo, ese hijo le interpela también a él, un padre que muchas veces busca eludir responsabilidades que en justicia debería asumir si tuviese un mínimo de honestidad y de afecto humano.

Una tarea urgente

        Necesitamos, con urgencia, rescatar la maternidad. Porque gracias a ella millones de seres humanos vivimos y soñamos en un mundo hermoso y problemático.

        No negamos, ciertamente, que existen muchas sombras, no somos indiferentes a los enormes problemas sociales y ambientales de nuestro tiempo. Pero cada vida humana es, en este mundo tan complejo y dividido, una maravilla, una posibilidad de acoger amor y de amar. Una posibilidad que se realizó gracias a millones de mujeres que dijeron “sí” a su vocación al amor, a su apertura a la vida, a su sentido de responsabilidad. Una posibilidad que nos permite mirar con un afecto profundo, desde el corazón que palpita lleno de ilusiones, a cada una de nuestras madres.

        A todas las madres del mundo les decimos, de corazón, ¡gracias por habernos amado, gracias por habernos acogido en un mundo que es más bello por vuestra capacidad de amor y entrega llena de alegría!