Libertad inteligente: el ser humano juega con ventaja
Magda Figiel

 


 

 

Por no pensar

        Es interesante observar a una avispa encerrada entre el mosquitero y el vidrio de la ventana. Se podría admirar su perseverancia: no cesa de agitarse, sube y baja intentando salir, hasta que muere al segundo día. Por sentimientos de compasión uno quisiera ayudarla a salvarse… sin embargo nos puede frenar el miedo a su aguijón.

        Los hombres nos desesperamos y dejamos de luchar frecuentemente. Sin duda es valioso imitar la postura de la avispa en la lucha por buenos ideales. Pero no hay que olvidar que lo diferente en nuestra lucha sería que la continuamos por una decisión libre y que es mejor ser libre para no estar determinado a repetir irreflexivamente el mismo comportamiento, ante todo cuando vemos, que no tiene sentido.

        La avispa sigue con su ajetreo y zumbido, porque no puede hacer otra cosa. Por instinto intenta salir mientras tiene la fuerza y no se le ocurre sentarse a descansar. Su situación recuerda a Sísifo, de la mitología griega. Este personaje, en el infierno, fue obligado a empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada, pero antes de que alcanzase la cima de la colina, la piedra siempre rodaba hacia abajo, y Sísifo tenía que empezar de nuevo desde el principio. La normal reacción humana sería desesperarse en un momento, sentarse a descansar y reflexionar si tiene sentido continuar su trabajo. Parece que Sísifo no tenía la libertad para parar. Afortunadamente, nosotros sí somos libres. Solemos encontrar diferentes maneras de actuar y elegimos entre ellas. La libertad que tenemos es la capacidad radicada en la inteligencia y en la voluntad, de obrar o no obrar, de hacer esto o aquello, de ejecutar por nosotros mismos acciones deliberadas.

No siempre sujetos

        Las avispas son sólo “objetos” de la naturaleza. Obedecen sus leyes de causalidad. Incluso otros animales, con un grado de conciencia y capacidad de aprendizaje un poco más alto que los insectos, están determinados a actuar de una cierta forma. Siguen sus apetitos e instintos. Un perro que formó el hábito de salir a pasear con su dueño, estará esperando su venida a la hora acostumbrada…

        Los seres humanos también somos “objetos” en la naturaleza (p.ej. también obedecemos las leyes de gravitación), pero siempre, a la vez, somos sujetos “fuera” de ella, que no están determinados a seguir ciegamente unos instintos, apetitos, etc. Superamos este nivel. Por la propia naturaleza podemos gozar de la libertad. Kant sostenía, que sólo “sujetos trascendentales” podrían ser libres y que esta libertad también es una forma de obediencia; obediencia no a las leyes causales, científicas, sino a las leyes que él llamaba “eternas leyes de la razón”. Hay en ello una atractiva intuición de la realidad que no se reduce a lo físico. Es también real la naturaleza que nos ofrece la racionalidad con sus leyes, la libertad y las leyes éticas. Lógicamente, la libertad del ser humano se perdería, reduciéndolo sólo a un objeto.

Nada que ver ...

        En el caso de Sísifo, no está muy claro si es un sujeto o un objeto y qué leyes obedece, porque se encuentra en otro mundo. Sabemos que durante su vida en la tierra fue muy astuto, pero en su condición castigada ya no demuestra ni inteligencia ni libertad. Y para ser libre es necesario tener inteligencia y voluntad. La libertad inteligente es la libertad que se orienta hacia el bien y la verdad y conduce al ser humano a su plenitud. Se realiza en la medida que el ser humano descubre los fines naturales que le son propios y opta de acuerdo a ellos. Es una libertad de autodeterminanción. ¡Qué importante es que las personas descubran lo que verdaderamente es un bien para ellos y lo elijan!

        En el caso de la avispa encerrada en la ventana es obvio que es bastante tonta. Por algún lado entró, pero no lo encuentra de nuevo. Las ratas parecen más privilegiadas que las avispas: aprenden a encontrar el queso en un laberinto. Los animales pueden resolver problemas, aprender de sus experiencias, sin embargo este aprendizaje consiste sólo en el cambio de comportamiento, condicionamientos, hábitos… No demuestran nunca capacidad de pensar en el futuro, imaginarse nuevas situaciones, encontrar nuevas soluciones inteligentes. Nada que ver con las capacidades del ser humano. Aunque algunos animales tienen un cerebro, no tienen inteligencia. El animal reacciona a lo que le viene encima. Una persona puede no sólo prever el futuro, sino también decidir sobre él (p.ej: ¿haré deporte o tomaré una siesta?). Puede actuar intencionalmente persiguiendo un fin.

Autoconciencia y sufrimiento

        La avispa no se da cuenta de su situación y por eso no sufre más que un poco de mareo por subir y bajar tanto y por golpearse contra el vidrio. Pero no se da cuenta de que su aventura puede terminar con la muerte. Un perro tiene un grado un poco más alto de conciencia: cuando no duerme se da cuenta de algunas cosas que pasan a su alrededor, pero tampoco tiene auto-conciencia. Ningún animal la demuestra, sólo el ser humano.

        El ser humano demuestra su auto-conciencia de muchas formas. Ante todo con el lenguaje expresa sus pensamientos, su preocupación por el futuro, sus deseos y sus miedos. Por esta autoconciencia es muy distinto y digno de mayor compasión el sufrimiento, por ejemplo, de un Kevin de 7 años encerrado en un desván oscuro. Su imaginación le asusta con fantasmas. Probablemente le preocupa que pueda morir de hambre si nadie se acuerda de él.

        ¿Y Sísifo? ¡Quién sabe si se da cuenta! Si fuera un verdadero ser humano consciente de su situación, su sufrimiento moral sería terrible…

Libertad el responsabilidad

        Una avispa no se pregunta por qué se quedó encerrada ni culpa a nadie por la injusticia. A Kevin, aunque le gustaría salir del desván, le puede parecer merecido el castigo y por su sentido de justicia es capaz de aceptar y quedarse por elección libre en el desván. Incluso le puede dar un sentido a su experiencia desagradable. También se puede dedicar a encontrar maneras originales para salir del feo lugar.

        La avispa no es responsable de su mala suerte y no es por su culpa que se quedó atrapada. Pero en el caso de los hombres… tenemos responsabilidad de nuestro actuar o no actuar. De mí depende si salvaré a la avispa. Yo decido si me preocuparé por un Sísifo esclavizado.

        La libertad humana es maravillosa; el valor de los seres humanos, absoluto. Vale la pena hacer lo posible para que no haya nadie que se encuentre en la situación de Sísifo. Vale la pena arriesgar la propia seguridad cuando una persona se asemeja a la avispa en peligro por haber elegido mal la ruta de su vuelo y salvarla. Y, ante todo, vale la pena trabajar para que las malvadas ventanas y mosquiteros no restrinjan su libertad y para que conozcan las rutas para felizmente disfrutar de la libertad volando por el cielo.