Derechos de la mujer y reproducción
Es un tema defendido con pasión: la mujer tiene derecho a decidir sobre si quiere o no quiere ser madre.
Bosco Aguirre

 

 

 

 

 


 

 

 

Dos alternativas sobre las que que hay que conocer y poder decidir

        Algunos de los que defienden frases como la anterior parecen promover una especie de cruzada contra presuntos defensores de una esclavitud reproductiva de la mujer. En realidad, en no pocas ocasiones lo que desean es una mayor liberalización de la anticoncepción, un “derecho” a la esterilización voluntaria, y la apertura a la despenalización y a la legalización del aborto.

        La vida sexual de las personas puede moverse en un plano de irresponsabilidad y de caprichos, o en un contexto de educación y de valores auténticos. En el primer caso, la mujer está expuesta a numerosos peligros. Puede ser contagiada por enfermedades de transmisión sexual (ETS), algo que también afecta a los hombres. Puede quedar embarazada en una situación económico-social difícil, algo ante lo cual muchos hombres toman una actitud cobarde de huida llena de bajeza, como si la responsabilidad de la nueva vida fuese sólo algo de la mujer. Si la mujer acoge con amor a la nueva vida, no pocas veces es abandonada en su maternidad por una sociedad que desprecia o rechaza a las madres solteras, o incluso a la propia esposa si el marido no quiere saber nada del hijo que llega a casa.

        En cambio, si se promueve la educación basada en el principio del respeto y en el aprecio a la familia, muchas de esas situaciones serían evitables. El hombre y la mujer reconocerían que la vida sexual “libre”, llevada a cabo sin compromisos y sin responsabilidad, les daña profundamente. Al mismo tiempo, apreciarían lo hermoso que es poder vivir su sexualidad en un contexto estable y definitivo como debería ser el que surge a raíz del compromiso matrimonial, el cual permite una apertura concreta a la llegada de nuevos hijos, a su acogida en un clima de afecto, a la entrega plena a su educación.

        Nadie debería quitar a la mujer la posibilidad de escoger entre estas dos alternativas: una vida sexual libre y carente de cualquier horizonte de valores, o una vida sexual ordenada según los valores del matrimonio y la familia. A la vez, ninguna mujer debería ser obligada a casarse, o a abortar, o a dejar su trabajo si quiere amar al hijo que lleva en sus entrañas, o a someterse a las peticiones bajo amenaza de cualquier hombre que quiera “usarla” como simple objeto de placer.

Tenía pendiente más apremiante cada día

        Gozar de esta libertad de opción no quita el que tanto el hombre como la mujer sean responsables de lo que hacen. También en su vida sexual, como en cualquier ámbito humano que implique relaciones y dependencias, los derechos están acompañados de deberes. Las opciones que uno hace en su vida sexual no eximen del respeto a la vida y a la salud de los demás. No sólo en lo que se refiere a las enfermedades de transmisión sexual (un enfermo debe saber que incurre en delito si contagia a otras personas culpablemente), sino también cuando se produce una nueva concepción: el padre y la madre del ser humano que inicia a vivir están llamados a cuidarlo, protegerlo, sostenerlo y llevarle de la mano hasta la edad de su madurez.

        Promover la promiscuidad sexual y luego ver como normal el que nazcan niños sin padres capaces de amarles, o que no nazcan porque se les elimina con el recurso al aborto, es simplemente promover comportamientos y actitudes injustas e irresponsables.

        En cambio, promover el respeto y la madurez afectiva y sexual nos permite trabajar por un mundo en el que no será eliminado ningún hijo por nacer fuera del matrimonio, ni será despreciada ninguna madre por defender la vida de su hijo.

        La mujer, por lo tanto, tiene derecho a decidir el modo el que vive su sexualidad, pero sin dejar de lado sus responsabilidades. Defender lo primero rechazando lo segundo es propiciar una cultura de la trivialidad y del egoísmo. Precisamente lo más contrario de lo que necesitan las mujeres (y los hombres) que ya viven en un mundo lleno de injusticias y hambriento de valores.