El quid de la cuestión: el juego naturaleza y cultura.
Hombres y mujeres de la tierra (IV)
Cuando se toca el tema de las diferencias entre hombre y mujer, hay quienes inclinan la balanza, hacia la posición que niega las diferencias (teoría radical del género), y otros las exageran de tal forma que parece que hablamos de dos especies distintas.
Carolina Duarte Mujer Nueva

 


 

Lo natural manda

        Aunque es cierto que existen unas diferencias, no hay que olvidar la influencia que existe por parte del marco cultural y educativo en el que el sujeto se desarrolla. Además el ser humano es capaz de desarrollar cualidades que no conocía de sí mismo, en caso de necesitarlas. Así sucede por ejemplo cuando una persona queda ciega, desarrolla extremadamente su capacidad auditiva. ¿No tenía esta capacidad antes de quedarse ciego? Sí, pero fue la falta del sentido de la vista lo que motivó a un ejercicio libre de su facultad auditiva y por lo tanto ayudó a su desarrollo. De alguna forma sucede lo mismo con el hombre y la mujer. A menudo esas cualidades se han desarrollado más en un sexo que en otro por cuestiones educativas, por el ambiente cultural o porque han tenido que enfrentar una determinada necesidad.

        Nos encontramos con el quid de la cuestión: el juego de equilibrio entre lo que nos viene dado por naturaleza y lo que es cultural, adquirido.

        Habrá quien objete que cada vez hay más experimentos que demuestran que hombre y mujer respectivamente, desarrollan con mayor facilidad unas cualidades porque han sido mejor dotados hacia ellas por su biología y su psicología. Es cierto que existen y negarlo sería un absurdo, pero es difícil distinguir con precisión, cuales de estas características, especialmente las psicológicas que derivan posteriormente en comportamientos, son culturales y cuales son estrictamente naturales pues ambas dimensiones (la natural y la cultural) se entrelazan en el ser humano. El principio de fondo que no hay que olvidar es que las características naturales son las que norman las culturales, y no al revés. Lo natural da origen a lo cultural, que podrá variar en su expresión.

Buscando lo masculino y lo femenino

        Estamos de acuerdo en que los estudios e investigaciones son de gran ayuda pues ofrecen bases objetivas para el conocimiento de la realidad, pero su validez exige precisamente que sean objetivos. Es decir no se investiga el cerebro partiendo de la premisa que la mujer tiene menor capacidad para el razonamiento espacial, o se buscan los datos que demuestran que el hombre es poco intuitivo. Ya que como se ha demostrado los datos aislados del contexto cultural no significan que obligatoriamente esas cualidades sean propiedad exclusiva de un solo sexo, así como el poder desarrollar el oído nos es propio exclusivamente de quienes nacen ciegos. No es uno alto porque el otro es bajo.

        Estamos buscando criterios que nos permitan descubrir que se da en el hombre y en la mujer, de forma natural (1), es decir qué le viene dado de acuerdo a su forma de ser, y no lo puede cambiar, sin que le afecte a su misma identidad y qué es cultural, es decir aprendido y por lo tanto intercambiable, porque lo propio del ser humano es la creación de cultura.

Naturaleza y cultura

        Andre Leonrad (2) aclara algunas confusiones que se suelen dar en el uso de los términos cultura y naturaleza. La palabra “naturaleza” proviene del sustantivo natura, construido a partir del participio pasivo natus, del verbo nasci, que significa “nacer”. Etimológicamente, el término naturaleza designa la situación nativa de un ser, es decir el estado que hereda en virtud de su nacimiento. Basándose en esta concepción se ha llegado a la idea de que existe una oposición entre naturaleza y cultura. “Cultura” procede del latín “colere” que significa “cultivar”. Si la naturaleza de una cosa se reduce a su estado nativo, entonces la cultura es lo contrario a la naturaleza. Una tierra no cultivada quedara en su aspecto natural, salvaje. Un hombre en estado de naturaleza será un hombre inculto. Todo artificio o todo arte incluso será considerado como opuesto a la naturaleza. Si nos quedamos en esta sola acepción es cierto que entonces es inadecuado usarlo para hablar del ser humano ya que en el ser humano, lo natural es la creación de cultura; se diría que el ser humano es un ser de cultura y no de naturaleza. Y eso es lo que radicalmente le diferencia de los animales. Esta será una primera acepción del concepto de cultura.

        Teniendo en mente este presupuesto conviene entonces aclarar que también se puede entender el concepto de natural como no opuesto ni a libertad ni a cultura. Realmente no debería de haber contradicción en el juego de lo natural y lo cultural o aprendido. Lo natural, lo dado, nos es necesario para que pueda darse lo cultural. Lo cultural se suele entender como algo elegido. Pero si no se parte de que hay algo-no elegido (es decir lo natural), no hay tampoco posibilidad alguna de elección.

Cultivo de lo natural

        De ello se concluye que existe una acepción más amplia del concepto de natural o naturaleza que explica ésta esencia global del ser humano, incluyendo, ciertamente, los datos biológicos pero también asumiendo su libertad creadora de cultura. Libertad y razón forman parte de la naturaleza humana, juntamente con el componente biológico. A esta naturaleza llamamos: la forma natural de ser, y es elemento fundamental para identificarlo.

        La creación de cultura a partir de la inteligencia y gracias a la libertad, implica la aceptación de unos límites naturales. La libertad humana no es absoluta, ni en lo biológico, ni en lo espiritual. Lo natural en el ser humano, le viene dado, pero no de forma completa y perfecta desde el inicio. Como ser vivo se irá desarrollando, adquiriendo mayor plenitud. Y lo hará desarrollando las potencialidades de su misma naturaleza (o forma de ser propia) espiritual-corpórea a la vez. Lo natural (entendido como lo dado) viene a ser como un cauce por el cual el río puede correr, agrandarse, tener mayor o menor fuerza y velocidad, pero siempre dentro del cauce, pues precisamente éste es el que le permite ser río y no convertirse en laguna, por ejemplo. En lo biológico también el ser humano impregna y desarrolla más y mejor su cuerpo a base de “cultura”, no puede ir en contra de los cauces fundamentales de su mismo cuerpo. Podrá sustituir un corazón por otro artificio, pero este tendrá que hacer las mismas funciones del corazón, pues este es indispensable. La cultura que beneficia al hombre se ajusta al límite natural, no puede sobrepasarlo sin que se afecte la identidad del sujeto. Lo mismo sucede en este sentido con la dimensión sexual, ya que esta afecta a todas las esferas del ser, no se puede “culturalmente” sobrepasar o hacer caso omiso de ella, pues es elemento natural indispensable en la identidad. Por ello se dice ¡Ahuyentad a lo natural y volverá al galope!

Así se crece y sólo así

        De esta manera, incluso en la historicidad cultural más diversificada se descubre siempre una forma universal de existir como ser humano. Entre un chino de la época de Confucio y un inglés de la época victoriana o un agente de la bolsa de Nueva York hay ciertamente una gran distancia cultural. Pero por grande que sea esta diferencia no tiene la amplitud que nos distingue de una calabaza o de un búho. Por eso un chino, un americano del siglo XX y un inglés del siglo XIX puede haber comunicación, pues comparten misma forma natural de ser. Son seres humanos.

        La naturaleza (o lo natural) no es producto de la acción humana, sino que el hombre la encuentra como algo dado, que existe antes de su propia intervención; y por ello no es dueño absoluto ni lo conoce como puede conocer una maquina diseñada por la inteligencia humana. Cuando nos acercamos al ser humano encontramos algo dado: un cuerpo biológico que ya expresa un espíritu personal.

        La libertad inteligente del ser humano le permite crear cultura y es justamente lo propio del ser humano; pero ésta no se fundamenta en la nada, sino que ha de sustentarse en aquello que el hombre y la mujer son. Ha de tener en cuenta los fines naturales, de los que hablaremos más adelante.

        El ser humano se humaniza y crece en plenitud en la medida que lo hace de acuerdo a su forma natural de ser, nunca en contra de ella.