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He querido responder a la cuestión planteada por la Comisión de la ONU sobre el estatuto de la mujer a los participantes. Nuestro objetivo es el de hacer un balance sobre la evolución de la situación desde Pekín 1995. La Santa Sede aprovecha su intervención para llamar la atención de los nuevos desafíos que han surgido en estos diez años: nuevas formas de pobreza y nuevas amenazas contra la dignidad humana Quiero recordar las preocupaciones que expresamos en este sentido hace ya diez años, cuando el Santo Padre nos confió una tarea precisa en Pekín. Nos dijo: «Tratad de ser una voz para aquellos que en general no son escuchados en los pasillos del poder». La Santa Sede se encuentra en una posición única para hacerlo, pues la Iglesia católica dirige más de 300.000 instituciones educativas, de salud, y de asistencia que se encuentran realmente al servicio de los más pobres del mundo. La Iglesia es testigo cada día de las dificultades en las que viven los inmigrantes, los refugiados, las víctimas de conflictos y de aquellos que no cuentan ni siquiera con lo indispensable para alimentarse o con medicamentos. Queremos lanzar un llamamiento a una transformación cultural. Ofrecer ayuda, con respeto, es una de las formas más importantes del trabajo humano, así como la reestructuración del mundo del trabajo para que la seguridad y la promoción de la mujer no tengan lugar a expensas de la vida familiar.
La situación es muy variada. En numerosas partes del mundo, las mujeres han progresado de manera constante en el campo de la educación y del empleo, a pesar de que la situación es menos alentadora en el caso de madres con niños. En algunos aspectos, la condición de la mujer se ha deteriorado. Lo más preocupante es que las tres cuartas partes de la «población pobre» mundial se compone de mujeres y niños. Esto sucede también en las sociedades ricas, en las que el coste del divorcio y de las familias monoparentales recae particularmente sobre las mujeres. La pobreza y las rupturas familiares están ligadas, además, al aumento de otros males, como la violencia o el abuso sexual.
Al igual que en Pekín, la Santa Sede afirmó claramente la semana pasada en esta reunión que estos documentos de la Conferencia no crean nuevos derechos humanos internacionales, y que todo intento en este sentido sobrepasaría la autoridad de este encuentro. Estas advertencias son necesarias para prevenir el intento de alterar el sentido del lenguaje más bien vago de los mismos documentos. Hay que recordar que los debates más importantes sobre estas cuestiones tienen lugar a nivel nacional. Los grupos de presión en materia de política demográfica y de liberación sexual tratan de introducir siempre referencias a los derechos reproductivos y sexuales en los documentos de la ONU, tratando de influenciar la opinión nacional y las leyes. Estos grupos se encontraban en el punto más elevado de su influencia en los años noventa. Por este motivo, una parte de los documentos de Pekín más que representar las reales preocupaciones de las mujeres reflejan la agenda de diferentes grupos de intereses particulares.
Lo que realmente ha pasado de moda hoy es el viejo feminismo de los años setenta, con su actitud negativa ante el hombre, el matrimonio, la maternidad, y su rígida defensa del aborto y de los derechos homosexuales. Por lo que se refiere a la Iglesia, siempre queda espacio para mejorarse, pero es difícil encontrar una institución que haya hecho más por la promoción del bienestar de un número tan elevado de mujeres. La preocupación de la Iglesia por la educación de las mujeres es antigua y bien conocida. Con el sistema privado de salud y educación más grande del mundo, la Iglesia se encuentra muy cerca de las preocupaciones cotidianas de las mujeres, «hace camino» con ellas, mientras que otros se limitan a «hablar».
Es interesante constatar que los nuevos feminismos que están surgiendo tienen muchos puntos en común con la visión católica de colaboración complementaria entre el hombre y la mujer para favorecer el desarrollo de una cultura favorable a la mujer y a la familia. Una preocupación esencial para un creciente número de mujeres es que el progreso en el campo económico, social y político no tenga lugar en detrimento de la vida de familia. Es un problema para el que todavía no se ha encontrado una solución en ninguna sociedad y es un problema al que el «viejo» feminismo de los años setenta era en general indiferente. | ||
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