¿Adónde va el feminismo?
Angela Aparisi Miralles
Directora del Instituto de Derechos Humanos
Universidad de Navarra
Pérdida de lo femenino

        Hace setenta años las mujeres obtuvieron el derecho al voto en España. Este aniversario es un buen momento para reflexionar sobre los logros del feminismo, sus limitaciones, fundamentalmente, sobre sus retos futuros.

        ¿Sobre qué presupuestos ideológicos se apoya el primer feminismo? ¿En qué medida resultan adecuados en la actualidad? ¿Qué proyecto social propone el feminismo para el siglo que ha comenzado? En cualquier caso, es importante reflexionar sobre las razones que explican que, a pesar de los logros conseguidos, los movimientos feministas no cuenten, en la actualidad, con el respaldo deseado entre las mujeres jóvenes. Quizás la causa de ello se encuentra en ciertos presupuestos, adoptados por el feminismo desde sus orígenes, y hoy día en fase de superación.

        Es cierto que el primer feminismo o feminismo liberal llevó a cabo una aportación innegable en la defensa de la igualdad de derechos entre hombre y mujer. Sin embargo, este feminismo implicó una defensa de la mujer sobre unos presupuestos claros, heredados de la mentalidad moderna: la devaluación de lo específicamente femenino, como, por ejemplo, la maternidad. Se presuponía que, para realizarse personalmente, la mujer tenía que convertirse en otro hombre, asumiendo los valores modernos de la productividad y el éxito.

La evidente contradicción

        Tal depreciación de la maternidad aparece especialmente clara en la obra de Simón de Beauvoir. Para esta autora, la mujer es realmente un hombre con el inconveniente de que su cuerpo está expuesto a la posible reproducción. Se parte, por ello, de una hostilidad a lo naturalmente propio de la mujer.

        Su realización como persona estaría, por ello, estrechamente relacionada con la posibilidad de erradicación de la maternidad. Prueba de ello es que uno de los objetivos de los movimientos feministas haya sido, y continúe siendo, la consecución del aborto libre.

        La pregunta que nos podemos hacer es la siguiente: ¿Hasta qué punto es vendible y susceptible de generar adhesión e ilusión un proyecto dirigido básicamente a las mujeres, pero asentado en la negación de la realidad de lo específicamente femenino? ¿Hasta dónde puede llegar el movimiento feminista si se propone como una de sus metas fundamentales la consecución de una pretendida autodeterminación de la mujer, que niega la alteridad, la existencia del otro, máxime cuando el otro es el propio hijo? ¿No es esto proponerse como meta la exclusión y eliminación del más débil?

Como objetivo la familia

        Ciertamente, el feminismo debe luchar por conservar y ahondar en la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer. Pero debe superar su lastre individualista, excluyente. No debe partir del rechazo de la especificidad de la mujer, porque ello implica negar la realidad, la riqueza propia de lo femenino. No puede continuar moviéndose en un contexto de antagonismo con el hombre. El individualismo aísla de los demás y pone barreras a la comprensión de las realidades sociales más básicas. Estos presupuestos perjudican a la misma mujer y, en última instancia, a la familia.

        Frente a ello, considero que todo proyecto de cambio de las estructuras sociales debe partir de la base de que el entorno más propio y característico del ser humano es la familia. Somos humanos porque somos familiares; y en la medida en que seamos más familiares, más humanos seremos. Por ello, el mejoramiento de la situación y condiciones de vida de las familias debe ser objetivo prioritario de toda acción de gobierno.

El valor exclusivo de cada una

        El cambio que debe propugnar el nuevo feminismo debe pasar por proponer una sociedad en la que todos tengan cabida, especialmente los más indefensos. Una cultura en la que no se niegue la existencia del otro, de cualquier otro. Una sociedad en la que cualquier individuo humano (también el no nacido) sea considerado un bien. Una sociedad que proponga un nuevo horizonte de realización personal, en el que las claves de la dignidad humana no se encuentren, exclusivamente, en valores como el mercado o la productividad.

        Una nueva cultura no excluyente, en la que tanto hombres como mujeres concedan un lugar prioritario a la defensa de la familia, la maternidad y la paternidad, la vida en todas sus manifestaciones, la acogida y el cuidado de los débiles o enfermos.

        Un sociedad, en definitiva, en la que se defienda el carácter sagrado e insustituible de cada individuo humano, con independencia de su grado de desarrollo, origen, salud, o características personales.