Una sexualidad libre

Autor: Marta Rodríguez
Fuente: Mujer Nueva
Una indignación que clama

Pero ellos no son los únicos que abusan. La prostitución es un negocio mundial, y el acoso sexual en el trabajo es una realidad conocida y padecida por demasiados hombres y mujeres hoy en día.

Si el lector ha experimentado alguna vez la repulsa y vergüenza de ser objeto de un deseo, una mirada o un contacto que lo reducen a la categoría de mera mercancía sexual, sabrá que es lo más denigrante que le puede ocurrir a un ser humano. Y quienes no lo hemos padecido pero tenemos un índice mínimo de sensibilidad para ponernos en sus zapatos, hacemos nuestra su indignidad de manera casi espontánea: "¡derechos!", "¡libertad!"
La decisiva libertad El abuso sexual es uno de las humillaciones más atroces. ¿Por qué? Porque las relaciones sexuales han de ser siempre plenamente libres.

Pero, ¿a qué tipo de libertad nos referimos? Seguramente, no es la simple libertad de coacciones o fuerza externa. Una mujer acosada y seducida es tan vilmente utilizada como aquella a la que violan en una esquina. ¿Cómo conceptuar la libertad necesaria para que el sexo sea plenamente humano? Pongamos nombre y rostro a esta reflexión, y nos será más fácil dar con la definición adecuada.

Los efectos de la publicidad Brigitte tiene 16 años y vive a las afueras de París, Francia. Desde que a finales del año pasado una ley permitió el reparto de anticonceptivos y abortivos en las escuelas, los usa con frecuencia. También se asegura de que sus compañeros lleven condón antes de cada relación sexual. La madre de Brigitte está en las nubes, y se cree que es virgen.

Caminemos con ella por la calle. ¿Qué ve? Una famosa campaña: "Póntelo, pónselo", en la que un preservativo une los rostros sonrientes de dos jóvenes. Por supuesto, sus sonrisas son inmaculadas. La publicidad en carteles, revistas y transporte público le presenta hombres y mujeres semidesnudos, en posturas sensuales.

Pero la libertad se gasta Ella está despertando a la vida, se siente fascinada por esta voluptuosidad y no se le va de la cabeza. Atraviesa la etapa, encantadora y turbulenta a la vez, en la que los psicólogos afirman que se conforma poco a poco la personalidad con las opciones fundamentales, pero ella no tiene tiempo para pensar. Sube, entra, baja, oye música a todo volumen el 50% de su tiempo, estudia poco, y siente mucho.

Puede que se piense feliz por poder utilizar su cuerpo como quiera. Tal vez esté orgullosa de la libertad conquistada por quienes la precedieron: una libertad que ha eliminado todo tabú, toda norma, todo freno en las expresiones sexuales. En medio de esta montaña rusa de sentimientos, desinformación y propaganda, se deja seducir por un chico mayor que ella. Después otro, y otro.

Dentro de 5 años, ¿qué le quedarán de sus derechos? ¿Se alegrará de su liberación sexual? ¿Se sentirá libre?

Se trata de un terrible negocio Probablemente se dé cuenta entonces de que la libertad es algo más que posibilidad de actuar. Supone un ejercicio consciente de la inteligencia y de la voluntad, facultades propias sólo de los seres humanos. La libertad implica ejercicio de la responsabilidad. No era libre a los 14 años cuando se acostó por primera vez con un chico. Era víctima de esta sociedad que prostituye la libertad eliminando toda capacidad de reflexión, y luego negocia con la pornografía; y las millonarias empresas abortistas a todo esto, señores, le llaman derechos.

Los niños prostituidos no son las únicas víctimas de la falta de libertad en las relaciones sexuales. Me atrevería a decir que hay igual cantidad de dinero invertido y de perversidad concentrada en convencer a nuestras niñas de que el sexo es un pasatiempo más.