AUNG SAN SUU KYI: Una mujer comprometida con la paz

“Un cable de acero es fuerte porque es flexible; una barra de cristal es rígida pero se puede romper”. Mostrando que la flexibilidad no significa debilidad, esta mujer ha logrado el diálogo con la junta militar que gobierna su país.

Autor: Carlota de Barcino
Fuente: Mujer Nueva,
www.mujernueva.org, miércoles, 31 de enero de 2001
Comienzo de un camino hacia la democracia
        Hace apenas una semana, Madeleine Albraight se mostraba satisfecha por el inicio de las conversaciones entre la Junta militar que gobierna Myanmar (antigua Birmania) y el principal partido de la oposición, para alcanzar la reconciliación nacional. Al mismo tiempo, la ONU anunciaba ese diálogo a puerta cerrada como una verdadera esperanza para el progreso del país, el respeto de los derechos humanos y el camino hacia la democracia.

        Pocos saben que este histórico cambio lleva el nombre de una mujer de rasgos delicados y aspecto frágil, pero de voluntad férrea, que ha dedicado su vida a la lucha por la democracia en su país.

Un nefasto experimento
        Nacida en Rangún el 19 de julio de 1945, la hija del líder independentista birmano Aung San cumplía su segundo año de vida cuando éste fue asesinado, un año antes de que el país alcanzara la independencia del Imperio Británico. En 1962, el General Ne Win asumió el poder, iniciando uno de los experimentos más funestos del nacionalismo asiático: la vía birmana al socialismo, que llevó a este país rico en recursos naturales a figurar entre los diez más pobres del mundo en los años 80. En 1988, una crisis insostenible llevó al dictador a traspasar el poder a sus colegas. Pero la población se cansó de aguantar: salió a las calles de Rangún, apoyando la protesta estudiantil que reclamaba democracia y poder civil.
Formada en Gran Bretaña
        Hasta entonces, Aung San Suu Kyi había vivido en el exilio: fiel al estilo de las élites de las antiguas colonias, vivió en la India (donde su madre ostentaba el puesto de Embajadora), y Gran Bretaña, donde se licenció en Filosofía, Ciencias Políticas y Económicas en el St. Hugh’s College de la Universidad de Oxford. Trabajó para Naciones Unidas en Nueva York y Bután. En Oxford conoció a su marido, Michael Aris, un profesor especializado en estudios orientales y tibetanos, y tuvieron dos hijos, Alexander y Kim. Durante 16 años fue madre y esposa, en la tranquilidad de un ambiente académico o siguiendo a su marido en las expediciones por el Himalaya.
De madre de familia al líder de la oposición

        Pero un día su vida cambiaría. Una llamada de Birmania le anunciaba que su madre había sufrido un infarto. Y regresó a su país encontrándolo en el caos: el régimen militar había perdido el control y disparaba contra la multitud que invadía las calles. Un fuerte sentido del deber hacia su pueblo, que le habían inculcado sus padres, empezó a tomar vida en ella. Se unió a las manifestaciones, y en un discurso público dedicado a los miles de civiles que murieron, esta esposa y madre sin ambiciones de poder se convirtió en una líder política respetada por el pueblo. Y fundó un partido: la Liga Nacional para la Democracia.

La negación de una evidencia

        Tras la sangrienta represión, el “Consejo para la Restauración del Orden y la Ley del Estado” (SLORC) ordenó el arresto domiciliario de Suu Kyi y otros líderes de la LND y convocó elecciones generales para mayo de 1990, convencido de una victoria que limpiaría su imagen internacional. Pero 392 de los 485 escaños (el 80% de los votos) fueron para la LND; un resultado que la Junta no reconoció, invalidando los comicios y encarcelando a los diputados electos.

Perdió su libertad de exterior pero continuó libre por dentro
        A partir de ese momento, Suu Kyi tuvo que optar: su familia debía regresar a Inglaterra para reanudar trabajo y estudios. Ella decidió permanecer en su país, pero nunca imaginó cuánto iba a durar esa dolorosa separación. Ante su negativa a abandonar Birmania –sabiendo que nunca le permitirían regresar–, vivió un arresto domiciliario de seis años, incomunicada con el exterior, y con la sola compañía de una sirvienta y los servicios de noticias de la BBC. Un disciplinado horario la mantuvo alejada del desánimo: se levantaba a las 4:30 de la madrugada, meditaba durante una hora –su fe budista era su fuente de paz interior–, y escuchaba la radio. El resto del día leía –le apasionan las biografías de grandes hombres, como Nehru o Mandela–, paseaba en el jardín y tocaba la guitarra y el piano. Fueron años duros, a menudo sin nada que comer, y sobre todo, lejos de su familia. Pasó dos años y medio sin ver a Michael y los niños, que tenían 16 y 12 años cuando se separaron. Ni siquiera podían hablar por teléfono.
Premio Nobel de la Paz
        En 1991 su hijo Alexander recogió el Premio Nobel de la Paz que le fue concedido. El joven recordó que ese premio pertenecía a todos los birmanos que sacrificaban su bienestar, su libertad y su vida por la democracia. La suma recibida fue destinada a proyectos benéficos del país.
Continuaba detenida         En 1995 fue liberada de su arresto, aunque siguió confinada a la capital. Cada vez que intentaba abandonarla para reunirse con sus seguidores, el ejército bloqueaba el camino. Dos veces pasó varios días detenida en el interior de su coche, sin ningún tipo de asistencia. Volvió a Rangún y optó por dar sus discursos políticos encaramada a la reja de su casa. Y su público acudía fielmente a escucharla, a menudo llevando bolsas con ropa y comida por si eran detenidos.
Responsable de ser birmana         Aung San Suu Kyi siempre evitó hablar de su dolor y soledad personal recordando a sus compañeros encarcelados, cuyas familias, al contrario que la suya, estaban expuestas a graves peligros. Antes de casarse, ya había dicho a su marido: “soy birmana y es posible que llegue un día en que deba regresar, y entonces espero que seas comprensivo conmigo”. Él le contestó que sí, y mantuvo su apoyo hasta el final, a pesar del sufrimiento que la separación le causaba.
Lo que cuesta cumplir el deber         En 1998 a Michael le fue diagnosticado un cáncer. Solicitó el visado para entrar en Birmania; deseaba morir en los brazos de su mujer. Y le fue denegado. Era la oportunidad que el régimen había esperado para desembarazarse de esa molesta mujer de apenas 40 kilos y metro y medio de altura. Si ella se iba, la Liga, la oposición, la presión internacional desaparecerían. Fue un doloroso dilema. Ya en una carta había escrito a su marido: “Sólo pido una cosa: que si mi pueblo me necesita, me ayudes a cumplir mi deber. A veces tengo miedo de que esa circunstancia nos separe, con lo felices que somos juntos”.
"La demografía no es la panacea"         Michael murió lejos de su esposa, el 27 de marzo de 1999. Ella sigue defendiendo, con el corazón roto, los derechos de su pueblo. Pero advierte, con la sensatez de una madre, que la democracia no es la panacea. Que exige esfuerzo y compromiso de cada persona por el bienestar de todo el pueblo. Y que la paz es la premisa para el desarrollo y la justicia.
La exigencia personal base del compromiso y del liderazgo

        Aung San Suu Kyi, “una mujer que aúna el compromiso profundo y la tenacidad con una visión en la que el fin y los medios forman una unidad. Y cuyos elementos básicos son la democracia, el respeto a los derechos humanos, la reconciliación entre los grupos, la no violencia y la disciplina personal y colectiva. Una admiradora de Mahatma Ghandi y de su padre. Del primero aprendió el compromiso con la paz, del segundo el convencimiento de que el liderazgo es un deber que sólo puede ejercerse con humildad, y sobre la confianza y el respeto del pueblo al que se lidera”. (Extraído del discurso de entrega del Premio Nobel de la Paz 1991)