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![]() Hablar con Dios es una necesidad del cristiano sobre la que San Josemaría predicó con insistencia a lo largo de su vida. Seleccionamos ahora unos textos del Fundador del Opus Dei acerca de la primacía de la oración en la búsqueda de la santidad en medio del mundo. Textos
escogidos de san Josemaría Escrivá
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Siempre que sentimos en nuestro corazón deseos de mejorar, de responder más generosamente al Señor, y buscamos una guía, un norte claro para nuestra existencia cristiana, el Espíritu Santo trae a nuestra memoria las palabras del Evangelio: conviene orar perseverantemente y no desfallecer (Lc XVIII, 1.). La oración es el fundamento de toda labor sobrenatural; con la oración somos omnipotentes y, si prescindiésemos de este recurso, no lograríamos nada. Quisiera que hoy, en nuestra meditación, nos persuadiésemos definitivamente de la necesidad de disponernos a ser almas contemplativas, en medio de la calle, del trabajo, con una conversación continua con nuestro Dios, que no debe decaer a lo largo del día. Si pretendemos seguir lealmente los pasos del Maestro, ése es el único camino. Oración, diálogo Ya hemos entrado por caminos de oración. ¿Cómo seguir? ¿No habéis visto cómo tantos ellas y ellos parece que hablan consigo mismos, escuchándose complacidos? Es una verborrea casi continua, un monólogo que insiste incansablemente en los problemas que les preocupan, sin poner los medios para resolverlos, movidos quizá únicamente por la morbosa ilusión de que les compadezcan o de que les admiren. Se diría que no pretenden más.
Para algunos, todo esto quizá resulta familiar; para otros, nuevo; para todos, arduo. Pero yo, mientras me quede aliento, no cesaré de predicar la necesidad primordial de ser alma de oración ¡siempre!, en cualquier ocasión y en las circunstancias más dispares, porque Dios no nos abandona nunca. No es cristiano pensar en la amistad divina exclusivamente como en un recurso extremo. ¿Nos puede parecer normal ignorar o despreciar a las personas que amamos? Evidentemente, no. A los que amamos van constantemente las palabras, los deseos, los pensamientos: hay como una continua presencia. Pues así con Dios. Con esta búsqueda
del Señor, toda nuestra jornada se convierte en una sola íntima
y confiada conversación. Lo he afirmado y lo he escrito tantas
veces, pero no me importa repetirlo, porque Nuestro Señor nos
hace ver con su ejemplo que ése es el comportamiento
certero: oración constante, de la mañana a la noche y
de la noche a la mañana. Cuando todo sale con facilidad: ¡gracias,
Dios mío! Cuando llega un momento difícil: ¡Señor,
no me abandones! Y ese Dios, manso y humilde de corazón (Mt XI,
29.), no olvidará nuestros ruegos, ni permanecerá indiferente,
porque El ha afirmado: pedid y se os dará, buscad y encontraréis,
llamad y se os abrirá (Lc XI, 9.).
n. 448. ¿No?... ¿Porque no has tenido tiempo?... Tienes tiempo. Además, ¿qué obras serán las tuyas, si no las has meditado en la presencia del Señor, para ordenarlas? Sin esa conversación con Dios, ¿cómo acabarás con perfección la labor de la jornada?... Mira, es como si alegaras que te falta tiempo para estudiar, porque estás muy ocupado en explicar unas lecciones... Sin estudio, no se puede dar una buena clase. n. 453. ¿Católico, sin oración?... Es como un soldado sin armas. n.
463. La oración se desarrollará unas veces de modo discursivo;
otras, tal vez pocas, llena de fervor; y, quizá muchas, seca,
seca, seca... Pero lo que importa es que tú, con la ayuda de
Dios, no te desalientes.
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