![]() La Cuaresma ahora nos pone delante de estas preguntas fundamentales: ¿avanzo en mi fidelidad a Cristo?, ¿en deseos de santidad?, ¿en generosidad apostólica en mi vida diaria, en mi trabajo ordinario entre mis compañeros de profesión? (Es Cristo que pasa, 58). Textos de san Josemaría con ocasión del inicio de la Cuaresma. Textos
escogidos de san Josemaría Escrivá
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Hemos
entrado en el tiempo de Cuaresma: tiempo de penitencia, de purificación,
de conversión. No es tarea fácil. El cristianismo no es
camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen
los años. En la vida nuestra, en la vida de los cristianos, la
conversión primera ese momento único, que cada uno
recuerda, en el que se advierte claramente todo lo que el Señor
nos pide es importante; pero más importantes aún,
y más difíciles, son las sucesivas conversiones. Y para
facilitar la labor de la gracia divina con estas conversiones sucesivas,
hace falta mantener el alma joven, invocar al Señor, saber oír,
haber descubierto lo que va mal, pedir perdón.
Consideremos de nuevo, en esta Cuaresma, que el cristiano no puede ser superficial. Estando plenamente metido en su trabajo ordinario, entre los demás hombres, sus iguales, atareado, ocupado, en tensión, el cristiano ha de estar al mismo tiempo metido totalmente en Dios, porque es hijo de Dios. La
filiación divina es una verdad gozosa, un misterio consolador.
La filiación divina llena toda nuestra vida espiritual, porque
nos enseña a tratar, a conocer, a amar a nuestro Padre del Cielo,
y así colma de esperanza nuestra lucha interior, y nos da la
sencillez confiada de los hijos pequeños. Más aún:
precisamente porque somos hijos de Dios, esa realidad nos lleva también
a contemplar con amor y con admiración todas las cosas que han
salido de las manos de Dios Padre Creador. Y de este modo somos contemplativos
en medio del mundo, amando al mundo. Dios Padre, llegada la plenitud de los tiempos, envió al mundo a su Hijo Unigénito, para que restableciera la paz; para que, redimiendo al hombre del pecado, adoptionem filiorum reciperemus (Gal 4,5), fuéramos constituidos hijos de Dios, liberados del yugo del pecado, hechos capaces de participar en la intimidad divina de la Trinidad. Y así se ha hecho posible a este hombre nuevo, a este nuevo injerto de los hijos de Dios, liberar a la creación entera del desorden, restaurando todas las cosas en Cristo, que los ha reconciliado con Dios. Tiempo de penitencia, pues. Pero, como hemos visto, no es una tarea negativa. La Cuaresma ha de vivirse con el espíritu de filiación, que Cristo nos ha comunicado y que late en nuestra alma. El Señor nos llama para que nos acerquemos a El deseando ser como El: sed imitadores de Dios, como hijos suyos muy queridos (Eph 5,1), colaborando humildemente, pero fervorosamente, en el divino propósito de unir lo que está roto, de salvar lo que está perdido, de ordenar lo que ha desordenado el hombre pecador, de llevar a su fin lo que se descamina, de restablecer la divina concordia de todo lo creado.
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