![]() En una homilía pronunciada en 1970, san Josemaría dijo: Estamos en Navidad. Los diversos hechos y circunstancias que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén (Es Cristo que pasa, 22). Textos escogidos de san Josemaría Escrivá |
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"Lux fulgebit hodie super nos, quia natus est nobis Dominus" (Is IX, 2), hoy brillará la luz sobre nosotros, porque nos ha nacido el Señor. Es el gran anuncio que conmueve en este día a los cristianos y que, a través de ellos, se dirige a la Humanidad entera. Dios está aquí. Esa verdad debe llenar nuestras vidas: cada navidad ha de ser para nosotros un nuevo especial encuentro con Dios, dejando que su luz y su gracia entren hasta el fondo de nuestra alma.
Cuando llegan las Navidades, me gusta contemplar las imágenes del Niño Jesús. Esas figuras que nos muestran al Señor que se anonada, me recuerdan que Dios nos llama, que el Omnipotente ha querido presentarse desvalido, que ha querido necesitar de los hombres. Desde la cuna de Belén, Cristo me dice y te dice que nos necesita, nos urge a una vida cristiana sin componendas, a una vida de entrega, de trabajo, de alegría.
La Navidad está rodeada también de sencillez admirable: el Señor viene sin aparato, desconocido de todos. En la tierra sólo María y José participan en la aventura divina. Y luego aquellos pastores, a los que avisan los ángeles. Y más tarde aquellos sabios de Oriente. Así se verifica el hecho trascendental, con el que se unen el cielo y la tierra, Dios y el hombre.
Navidad. Me escribes: "al hilo de la espera santa
de María y de José, yo también espero, con impaciencia,
al Niño. ¡Qué contento me pondré en Belén!:
presiento que romperé en una alegría sin límite.
¡Ah!: y, con El, quiero también nacer de nuevo..."
Jesús nació en una gruta de Belén,
dice la Escritura, "porque no hubo lugar para ellos en el mesón".
Llégate a Belén, acércate al Niño,
báilale, dile tantas cosas encendidas, apriétale contra
el corazón...
Se ha promulgado un edicto de César Augusto,
y manda empadronar a todo el mundo. Cada cual ha de ir, para esto, al
pueblo de donde arranca su estirpe. Como es José de la
casa y familia de David, va con la Virgen María desde Nazaret
a la ciudad llamada Belén, en Judea. (Luc., II, 1-5.)
Estamos en Navidad. Los diversos hechos y circunstancias que rodearon el nacimiento del Hijo de Dios acuden a nuestro recuerdo, y la mirada se detiene en la gruta de Belén, en el hogar de Nazareth. María, José, Jesús Niño, ocupan de un modo muy especial el centro de nuestro corazón. ¿Qué nos dice, qué nos enseña la vida a la vez sencilla y admirable de esa Sagrada Familia?
Considerad con qué finura nos invita el Señor. Se expresa con palabras humanas, como un enamorado: Yo te he llamado por tu nombre... Tú eres mío (Is XLIII, 1). Dios, que es la hermosura, la grandeza, la sabiduría, nos anuncia que somos suyos, que hemos sido escogidos como término de su amor infinito. Hace falta una recia vida de fe para nos desvirtuar esta maravilla, que la Providencia divina pone en nuestras manos. Fe como la de los Reyes Magos: la convicción de que ni el desierto, ni las tempestades, ni la tranquilidad de los oasis nos impedirán llegar a la meta del Belén eterno: la vida definitiva con Dios.
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