Año del Rosario
Textos escogidos de san Josemaría Escrivá
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Fijaos en una de las devociones más arraigadas entre los cristianos, en el rezo del Santo Rosario. La Iglesia nos anima a la contemplación de los misterios: para que se grabe en nuestra cabeza y en nuestra imaginación, con el gozo, el dolor y la gloria de Santa María, el ejemplo pasmoso del Señor, en sus treinta años de oscuridad, en sus tres años de predicación, en su Pasión afrentosa y en su gloriosa Resurrección.
Ten una devoción intensa a Nuestra Madre. Ella
sabe corresponder finamente a los obsequios que le hagamos.
El Rosario es eficacísimo para los que emplean como arma la inteligencia y el estudio. Porque esa aparente monotonía de niños con su Madre, al implorar a Nuestra Señora, va destruyendo todo germen de vanagloria y de orgullo.
"Virgen
Inmaculada, bien sé que soy un pobre miserable, que no hago más
que aumentar todos los días el número de mis pecados..."
Me has dicho que así hablabas con Nuestra Madre, el otro día.
Siempre retrasas el Rosario para luego, y acabas por omitirlo a causa del sueño. Si no dispones de otros ratos, recítalo por la calle y sin que nadie lo note. Además, te ayudará a tener presencia de Dios.
Santo Rosario. Los gozos, los dolores y las glorias
de la vida de la Virgen tejen una corona de alabanzas, que repiten ininterrumpidamente
los Angeles y los Santos del Cielo..., y quienes aman a nuestra Madre
aquí en la tierra.
En este entramado, en este actuar de la fe cristiana se engarzan, como joyas, las oraciones vocales. Son fórmulas divinas: Padre Nuestro..., Dios te salve, María..., Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo. Esa corona de alabanzas a Dios y a Nuestra Madre que es el Santo Rosario, y tantas, tantas otras aclamaciones llenas de piedad que nuestros hermanos cristianos han recitado desde el principio.
(...) ¿Qué son el Ave Maria y el Angelus sino alabanzas encendidas a la Maternidad divina? Y en el Santo Rosario esa maravillosa devoción, que nunca me cansaré de aconsejar a todos los cristianos pasan por nuestra cabeza y por nuestro corazón los misterios de la conducta admirable de María, que son los mismos misterios fundamentales de la fe.
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