La santidad
"El
gran secreto de la santidad escribió San Josemaría
se reduce a parecerse más y más a El, que es el único
y amable Modelo". (Forja, 752). Textos
escogidos de san Josemaría Escrivá
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Vosotros y yo formamos parte
de la familia de Cristo, porque El mismo nos escogió antes de la
creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia
por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por
Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad (Eph I,
4-5). Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor,
nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite
insistentemente San Pablo: hæc est voluntas Dei: sanctificatio vestra
(1 Thes IV, 3), ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación.
No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar
esa cima.
Así como el clamor del océano se compone del ruido de cada una de las olas, así la santidad de vuestro apostolado se compone de las virtudes personales de cada uno de vosotros.
La santidad está compuesta de heroísmos. Por tanto, en el trabajo se nos pide el heroísmo de "acabar" bien las tareas que nos corresponden, día tras día, aunque se repitan las mismas ocupaciones. Si no, ¡no queremos ser santos!
¿Santo, sin oración?... No creo en esa santidad.
La santidad "grande" está en cumplir los "deberes pequeños" de cada instante.
La santidad personal no es una entelequia, sino una realidad precisa, divina y humana, que se manifiesta constantemente en hechos diarios de Amor.
¡Todo por Amor! Este es el camino de la santidad,
de la felicidad.
Ciertamente se trata de un objetivo elevado y arduo. Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana. Todo lo que se desarrolla advierte uno de los escritores cristianos de los primeros siglos, refiriéndose a la unión con Dios, comienza por ser pequeño. Es al alimentarse gradualmente como, con constantes progresos, llega a hacerse grande (S. Marcos Eremita, De lege spirituali, 172). Por eso te digo que, si deseas portarte como un cristiano consecuente sé que estás dispuesto, aunque tantas veces te cueste vencer o tirar hacia arriba con este pobre cuerpo, has de poner un cuidado extremo en los detalles más nimios, porque la santidad que Nuestro Señor te exige se alcanza cumpliendo con amor de Dios el trabajo, las obligaciones de cada día, que casi siempre se componen de realidades menudas.
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