La santidad

"El gran secreto de la santidad –escribió San Josemaría– se reduce a parecerse más y más a El, que es el único y amable Modelo". (Forja, 752).

Textos escogidos de san Josemaría Escrivá
 


        Vosotros y yo formamos parte de la familia de Cristo, porque El mismo nos escogió antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su presencia por la caridad, habiéndonos predestinado como hijos adoptivos por Jesucristo, a gloria suya, por puro efecto de su buena voluntad (Eph I, 4-5). Esta elección gratuita, que hemos recibido del Señor, nos marca un fin bien determinado: la santidad personal, como nos lo repite insistentemente San Pablo: hæc est voluntas Dei: sanctificatio vestra (1 Thes IV, 3), ésta es la Voluntad de Dios: vuestra santificación. No lo olvidemos, por tanto: estamos en el redil del Maestro, para conquistar esa cima.

Amigos de Dios, 2, 1

        Así como el clamor del océano se compone del ruido de cada una de las olas, así la santidad de vuestro apostolado se compone de las virtudes personales de cada uno de vosotros.

Camino, 960

        La santidad está compuesta de heroísmos. —Por tanto, en el trabajo se nos pide el heroísmo de "acabar" bien las tareas que nos corresponden, día tras día, aunque se repitan las mismas ocupaciones. Si no, ¡no queremos ser santos!

Surco, 529

        ¿Santo, sin oración?... —No creo en esa santidad.

Camino, 107

        La santidad "grande" está en cumplir los "deberes pequeños" de cada instante.

Camino, 817

        La santidad personal no es una entelequia, sino una realidad precisa, divina y humana, que se manifiesta constantemente en hechos diarios de Amor.

Forja, 440

        ¡Todo por Amor! Este es el camino de la santidad, de la felicidad.
Afronta con este punto de mira tus tareas intelectuales, las ocupaciones más altas del espíritu y las cosas más a ras de tierra, ésas que necesariamente hemos de cumplir todos, y vivirás alegre y con paz.

Forja, 725

        Ciertamente se trata de un objetivo elevado y arduo. Pero no me perdáis de vista que el santo no nace: se forja en el continuo juego de la gracia divina y de la correspondencia humana. Todo lo que se desarrolla —advierte uno de los escritores cristianos de los primeros siglos, refiriéndose a la unión con Dios—, comienza por ser pequeño. Es al alimentarse gradualmente como, con constantes progresos, llega a hacerse grande (S. Marcos Eremita, De lege spirituali, 172). Por eso te digo que, si deseas portarte como un cristiano consecuente —sé que estás dispuesto, aunque tantas veces te cueste vencer o tirar hacia arriba con este pobre cuerpo—, has de poner un cuidado extremo en los detalles más nimios, porque la santidad que Nuestro Señor te exige se alcanza cumpliendo con amor de Dios el trabajo, las obligaciones de cada día, que casi siempre se componen de realidades menudas.

Amigos de Dios, 7, 1