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En esta fiesta, en ciudades de una parte y otra de
la tierra, los cristianos acompañan en procesión al Señor, que escondido
en la Hostia recorre las calles y plazas —lo mismo que en su vida terrena—,
saliendo al paso de los que quieren verle, haciéndose el encontradizo
con los que no le buscan. Jesús aparece así, una vez más, en medio de
los suyos: ¿cómo reaccionamos ante esa llamada del Maestro?
Porque las manifestaciones externas de amor deben nacer del corazón,
y prolongarse con testimonio de conducta cristiana. Si hemos sido renovados
con la recepción del Cuerpo del Señor, hemos de manifestarlo con obras.
Que nuestros pensamientos sean sinceros: de paz, de entrega, de servicio.
Que nuestras palabras sean verdaderas, claras, oportunas; que sepan
consolar y ayudar, que sepan, sobre todo, llevar a otros la luz de Dios.
Que nuestras acciones sean coherentes, eficaces, acertadas: que tengan
ese bonus odor Christi (2 Cor II, 15), el buen olor de Cristo,
porque recuerden su modo de comportarse y de vivir.
La procesión del Corpus hace presente a Cristo por los pueblos y las
ciudades del mundo. Pero esa presencia, repito, no debe ser cosa de
un día, ruido que se escucha y se olvida. Ese pasar de Jesús nos trae
a la memoria que debemos descubrirlo también en nuestro quehacer ordinario.
Junto a esa procesión solemne de este jueves, debe estar la procesión
callada y sencilla, de la vida corriente de cada cristiano, hombre entre
los hombres, pero con la dicha de haber recibido la fe y la misión divina
de conducirse de tal modo que renueve el mensaje del Señor en la tierra.
No nos faltan errores, miserias, pecados. Pero Dios está con los hombres,
y hemos de disponernos para que se sirva de nosotros y se haga continuo
su tránsito entre las criaturas.
Vamos, pues, a pedir al Señor que nos conceda ser almas de Eucaristía,
que nuestro trato personal con El se exprese en alegría, en serenidad,
en afán de justicia. Y facilitaremos a los demás la tarea de reconocer
a Cristo, contribuiremos a ponerlo en la cumbre de todas las actividades
humanas. Se cumplirá la promesa de Jesús: Yo, cuando sea exaltado sobre
la tierra, todo lo atraeré hacia mí (Ioh XII, 32).
Es
Cristo que pasa, 156
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