Entre los dones del Espíritu Santo, diría que hay uno del
que tenemos especial necesidad todos los cristianos: el don de sabiduría
que, al hacernos conocer a Dios y gustar de Dios, nos coloca en condiciones
de poder juzgar con verdad sobre las situaciones y las cosas de esta vida.
Si fuéramos consecuentes con nuestra fe, al mirar a nuestro alrededor
y contemplar el espectáculo de la historia y del mundo, no podríamos
menos de sentir que se elevan en nuestro corazón los mismos sentimientos
que animaron el de Jesucristo.
Es Cristo que pasa, 133
Acostumbrémonos a frecuentar al Espíritu Santo, que es quien
nos ha de santificar: a confiar en El, a pedir su ayuda, a sentirlo cerca
de nosotros. Así se irá agrandando nuestro pobre corazón,
tendremos más ansias de amar a Dios y, por El, a todas las criaturas.
Es Cristo que pasa, 136
Camino seguro de humildad es meditar cómo, aun careciendo de talento,
de renombre y de fortuna, podemos ser instrumentos eficaces, si acudimos
al Espíritu Santo para que nos dispense sus dones.
Los Apóstoles, a pesar de haber sido instruidos por Jesús
durante tres años, huyeron despavoridos ante los enemigos de Cristo.
Sin embargo, después de Pentecostés, se dejaron azotar y
encarcelar, y acabaron dando la vida en testimonio de su fe.
Surco, 283
No puede haber por eso fe en el Espíritu Santo, si no hay fe en
Cristo, en la doctrina de Cristo, en los sacramentos de Cristo, en la
Iglesia de Cristo. No es coherente con la fe cristiana, no cree verdaderamente
en el Espíritu Santo quien no ama a la Iglesia, quien no tiene
confianza en ella, quien se complace sólo en señalar las
deficiencias y las limitaciones de los que la representan, quien la juzga
desde fuera y es incapaz de sentirse hijo suyo.
Es Cristo que pasa, 130
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