TENTACIONES

Salvador Canals, Ascética meditada, Ediciones Rialp, 1962

        "No se romperán tus pies de barro, porque conoces tu inconsistencia y serás prudente, porque sabes bien que sólo Dios puede decir: ¿quién de vosotros me puede acusar de pecado?"

San Josemaría Escrivá, 24-III-1931.


Ensueños de juventud

         ¡Qué distinto es nuestro camino –el camino que han de recorrer tus discípulos, Señor– del imaginado por nosotros en la inexperiencia de nuestros años jóvenes y en los dorados sueños de nuestra inquieta fantasía! Solíamos ver entonces un camino tranquilo, hecho de inalterada calma interior y de pacíficos triunfos exteriores... y también –¿por qué no?– de algunas clamorosas y vistosas batallas con heridas vendadas primero con laurel y luego... con la deseada admiración de muchos. Creíamos, Señor, de modo ingenuo y poco sobrenatural, que la sola decisión de seguirte y de caminar generosamente contigo, renunciando a muchos consuelos humanos, nobles y lícitos habría cambiado nuestra naturaleza y nos habría dejado libres –¡como ángeles!– del peso de la tribulación y de las turbaciones de las tentaciones.

La realidad es lucha

         Pero tus juicios, ¡oh Señor!, no son los nuestros, ni nuestros caminos son iguales a los tuyos. Nuestra historia, tejido admirable en donde se entrelazan aparentemente de modo caprichoso con los acontecimientos que son vehículo de tu voluntad, los atributos divinos de tu bondad, de tu sabiduría, de tu omnipotencia de tu ciencia divina y de tu misericordia, nos ha enseñado a comprender y a gustar que la vida del cristiano es una milicia, militia est vita hominis super terram, milicia es la vida terrenal del hombre, y que todos tus discípulos han de probar la pax in bello –paz en la guerra– de tu servicio. Daremos gracias al Señor porque suaviter et fortiter, suave y vigorosamente, nos ha enseñado el valor sobrenatural y el fin providencial de las tentaciones y de las tribulaciones. Pues, por medio de ellas, Dios nuestro Señor ha dado a nuestra alma la experiencia del hombre maduro, la dureza y el realismo del soldado veterano fortalecido en la batalla y el espíritu de oración del monje más contemplativo.

         ¡Tentaciones... las tendrás! Tu vida de servicio de Dios y de la Iglesia las conocerá necesariamente, porque tu vocación, tu llamada, tu decisión generosa de seguir a Jesús, no inmunizan a tu alma de los efectos del pecado original, ni apagan para siempre el fuego de tus concupiscencias allí donde se agazapa la tentación: unusquisque vero tentatur a concuspicentia sua, cada cual, ciertamente, es tentado por su concupiscencia.

Para nuestro bien

         Pero te consolarás pensando que los Santos –¡hombres y mujeres de Dios!– han sostenido las mismas batallas que tú y que yo hemos de sostener para demostrar nuestro amor al Señor. Escucha el grito de San Pablo: Quis me liberabit a corpore mortis hujus?, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? Piensa en las tentaciones de San Jerónimo a lo largo del curso de su vida austera y penitente en el desierto; lee la vida de Santa Catalina de Siena y verás las pruebas y las dificultades de aquella gran alma; y no olvides el martirio de San Alfonso de Ligorio, octogenario, ni las fuertes tentaciones contra la esperanza en la vida de San Francisco de Sales durante el período de sus estudios, ni la fe tan duramente probada en el temple de aquel apóstol que era el abate Chautard... ni las tentaciones de todo género de tantos y tantos otros.

         Reflexionemos en ellas, amigo mío, con espíritu sobrenatural: por medio de la tentación, siempre que tú no la vayas a buscar imprudentemente, Dios nuestro Señor pone a prueba y purifica tu alma, tanquam aurum in fornace, como el oro en el crisol. Las tentaciones fortifican e imprimen un sello de autenticidad a tus virtudes, pues ¿qué autenticidad cabe atribuir a una virtud que no se ha fortalecido con la victoria sobre las tentaciones que le son contrarias. Virtus in infirmitate perficitur. La virtud se forja en la debilidad. En la tentación se despierta y se robustece tu fe; crece y se hace más sobrenatural tu esperanza; y tu amor –el amor de Dios que es el que te hace resistir valerosamente no consentir– se manifiesta de modo efectivo y afectivo.

Optimistas por la Gracia de Dios

         ¡Cuánta experiencia sacarás, por otra parte, de tu lucha contra las tentaciones!, experiencia que te servirá para ayudar, dirigir y consolar a muchas almas tentadas y atribuladas. Aprenderás la ciencia de la comprensión y sabrás hacerla fructificar cuando trates a las almas. La necesidad de recurrir a Dios, que se hace sentir con tanta fuerza en aquellos momentos, hará que tu vida de oración arraigue profundamente en tu alma.

         ¡Cómo crecerás en la humildad y en el conocimiento de ti mismo cuando veas tus tendencias y tus inclinaciones! Tus méritos aumentarán y... –¿por qué no?– hallarás consuelo ante la perspectiva de una maravillosa esperanza en el cielo: qui seminat in lacrimis in exultatione et metet, quien siembre con lágrimas, cosechará con alegría.

         Todas estas consideraciones aumentarán tu confianza y tu visión sobrenatural. Sin embargo, deseo añadir una cosa: el peligro mayor para las almas tentadas y atribuladas es el desaliento, el hecho de que puedan pensar o admitir que la tentación es superior a sus fuerzas, que no hay nada que hacer, que el Señor las ha abandonado, que de ahora en adelante han consentido ya. Debes vivir, amigo mío, vigilante y firme contra esta tentación que, por lo general. se presenta después que uno ha luchado valerosamente y que es la más temible y fuerte de las tentaciones.

         ¡Escúchame! ¡Se puede vencer siempre! Omnia possum!, ¡todo lo puedo! Si luchas y pones los medios, la victoria es tuya. Facientibus quot est in se Deus non denegat gratiam, a quienes hacen lo que depende de ellos, Dios no les niega su gracia. Dios se lo hizo comprender bien a San Pablo en el momento de la tentación. Sufficit tibi gratia mea! ¡Te basta mi gracia! ¡La gracia! Nunca te olvides de la gracia de Dios.

No será demasiado

         Nuestro Señor sabe perfectamente hasta qué punto puedes resistir y sabe igualmente bien, como el alfarero, el grado de temperatura necesario para que sus vasos de elección –vas electionis– adquieran cada uno el grado de solidez y de belleza que les tiene determinados.

         No pierdas nunca la confianza, no te desmoralices, no te turbes. Te recuerdo que sentir no es consentir, que las inclinaciones sensibles y los movimientos espontáneos no dependen de tu voluntad. Basta con que resistas generosamente: sólo la voluntad puede consentir y admitir en el alma el pecado. Entre tanto, suceda lo que suceda, el Señor está contigo, en tu alma, aunque no sientas su presencia, aunque no gustes de su compañía. Está contigo –más que nunca ahora que luchas– y te dice: Ego um, nolite timere, soy Yo, no temas.

         Abre todavía más los ojos de tu alma: el Señor permite la tentación y se sirve de ella providencialmente para purificarte, para hacerte santo, para desligarte mejor de las cosas de la tierra, para llevarte a donde El quiere y por donde El quiere, para hacerte feliz en una vida que no sea cómoda, y para darte madurez, comprensión y eficacia en tu trabajo apostólico con las almas, y... sobre todo para hacerte humilde, muy humilde.

Dan beneficios poniendo los medios

Escucha ahora, con la visión nueva que estas consideraciones pueden haberte suscitado, estas palabras de la Sagrada Escritura: Fili, accedens ad servitutem Dei, praepara animam tuam ad tentationem (Eccli 2, 1), hijo mío, si te das al servicio de Dios, prepara tu ánimo a la tentación. Y tú –alma tentada y atribulada– admira la bondad de Dios que te hace gustar, con la esperanza del cielo, estas palabras del Espíritu Santo: Beatus vir, qui suffert tentationem, quoniam cum probatus fuerit accipiet coronam vitae: bienaventurado el hombre que padece tentación, porque por haber sido probado recibirá la corona de la vida: ¡luego las tentaciones tejerán tu corona!

         Pero no olvides, amigo mío, que necesitas de armas para vencer en esta batalla espirítual. Y que tus armas han de ser éstas: oración continua; sinceridad y franqueza con tu director espiritual; la Santísima Eucaristía y el Sacramento de la Penitencia; un generoso espíritu de cristiana mortificación que te llevará a huir de las ocasiones y a evitar el ocio; la humildad del corazón, y una tierna y filial devoción a la Santísima Virgen: Consolatrix afflictorum et Refugium peccatorum, consuelo de los afligidos y refugio de los pecadores. Vuélvete siempre a Ella confiadamente y dile: Mater mea, fiducia mea; ¡Madre mía, confianza mía!