Claves para la migración desde y hacia los países de mayoría islámica
Discurso que dirigió Benedicto XVI a los participantes en la sesión plenaria del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes y los Itinerantes a quienes recibió en la Sala Clementina del Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 15 mayo 2006.
Benedicto XVI. Una mirada cercana
Peter Seewald

Señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado,
queridos hermanos y hermanas:

        Os doy con alegría la bienvenida con motivo de la sesión plenaria del Consejo Pontificio de la Pastoral para los Emigrantes y los Itinerantes. Saludo, en primer lugar, al señor cardenal Renato Raffaele Martino, a quien doy las gracias por las palabras con las que ha introducido nuestro encuentro. Saludo también al secretario, a los miembros y a los consultores de este Consejo Pontificio, de manera especial a quienes han sido nombrados recientemente y a todos deseo un fecundo trabajo.

        El tema escogido para esta sesión, «Migración y movilidad desde y hacia los países de mayoría islámica», afecta a una realidad social que se hace cada vez más actual. La movilidad que afecta a los países musulmanes merece, por ello, una reflexión específica, no sólo por la importancia cuantitativa del fenómeno, sino sobre todo porque la islámica es una identidad característica, tanto desde el punto de vista religioso como cultural. La Iglesia católica percibe con creciente conciencia que el diálogo interreligioso forma parte de su compromiso al servicio de la humanidad en el mundo contemporáneo. Esta convicción se ha convertido, como se suele decir, en el «pan de cada día», en especial para los que trabajan en contacto con los emigrantes, con los refugiados y con las diferentes categorías de personas itinerantes. Vivimos en tiempos en los que los cristianos están llamados a cultivar un estilo de diálogo abierto sobre el problema religioso, sin renunciar a presentar a los interlocutores la propuesta cristiana, coherentemente con nuestra propia identidad.

        Se percibe también, cada vez más, la importancia de la reciprocidad en el diálogo. Reciprocidad que la Instrucción «Erga migrantes caritas Christi» define como un «principio» de gran importancia. Se trata de «una relación fundada en el respeto recíproco» y, ante todo, de «una actitud del corazón y del espíritu» (n.64). La importancia y delicadeza de este compromiso es testimoniada por los esfuerzos que se están haciendo en muchas comunidades para tejer relaciones de conocimiento mutuo y de estima con los inmigrantes, que parecen particularmente útiles para superar prejuicios y cerrazones mentales.

        En la acción de acogida y diálogo con los inmigrantes e itinerantes, la comunidad cristiana tiene, como constante punto de referencia, a Cristo, que dejó a sus discípulos, como regla de vida, el mandamiento nuevo del amor. El amor cristiano, por su naturaleza, es previsor. Por este motivo cada uno de los creyentes está llamado a abrir sus abrazos y su corazón a toda persona, cualquiera que sea su país de proveniencia, dejando que las autoridades responsables de la vida pública establezcan al respecto las leyes que consideren oportunas para una sana convivencia.

        Estimulados continuamente a testimoniar ese amor que enseñó el Señor Jesús, los cristianos deben abrir su corazón en particular a los pequeños y a los pobres, en los que Cristo mismo está presente de modo singular. De este modo, manifiestan el carácter más característico y propio de la identidad cristiana: el amor que Cristo vivió y sigue transmitiendo a la Iglesia mediante el Evangelio y los Sacramentos. Por supuesto, es de esperar que también los cristianos que emigran hacia países de mayoría islámica encuentren acogida y respeto de su identidad religiosa.

        Queridos hermanos y hermanas, aprovecho esta ocasión para daros las gracias por lo que hacéis a favor de una pastoral orgánica y eficaz a favor de los emigrantes e itinerantes, poniendo al servicio de esta tarea vuestro tiempo, vuestras capacidades y vuestra experiencia. Todos comprenden que ésta es una frontera significativa de la nueva evangelización en el mundo actual globalizado. Os aliento a continuar vuestro trabajo con renovado entusiasmo, que por mi parte sigo con atención, y lo acompaño con la oración para que el Espíritu Santo haga fecunda cada una de vuestras iniciativas por el bien de la Iglesia y del mundo.

        Que María Santísima, que vivió su fe como peregrinación en las diferentes circunstancias de su existencia terrena, vele por vosotros. Que la Virgen Santa ayude a todo hombre y mujer a conocer a su Hijo Jesucristo y a recibir el don de la salvación. Con este deseo imparto mi bendición a todos vosotros y vuestros seres queridos.