El Corazón Inmaculado de María triunfará
Intervención que pronunció Benedicto XVI a mediodía desde la ventana de su estudio antes y después de rezar la oración mariana del «Regina Cæli» junto a miles de peregrinos congregados en la plaza de San Pedro del Vaticano.
Ciudad del Vaticano, 14 mayo 2006.
Benedicto XVI. Una mirada cercana
Peter Seewald

Queridos hermanos y hermanas:

        En este quinto domingo de Pascua la liturgia nos presenta el pasaje evangélico de Juan en el que Jesús, hablando a los discípulos en la Última Cena, les exhorta a permanecer unidos a Él como los sarmientos a la vid. Se trata de una parábola verdaderamente significativa, pues explica con gran eficacia que la vida cristiana es un misterio de comunión con Jesús: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). El secreto de la fecundidad espiritual es la unión con Dios, unión que se realiza sobre todo en la Eucaristía, llamada también «Comunión». Quiero subrayar este misterio de unidad de amor en este período del año, en el que muchísimas comunidades parroquiales celebran la primera Comunión de los niños. A todos los niños que en estas semanas se encuentran por primera vez con Jesús Eucaristía les dirijo un saludo especial, deseando que se conviertan en sarmientos de la Vid, que es Jesús, y que crezcan como verdaderos discípulos suyos.

        Un camino para mantenerse unidos a Cristo, como sarmientos a la vida, es recurrir a la intercesión de María, a quien ayer, 13 de mayo, veneramos de manera particular recordando las apariciones de Fátima, donde, en 1917, se manifestó en varias ocasiones a tres niños, los pastorcillos Francisco, Jacinta y Lucía. El mensaje que les confió, en continuidad con el de Lourdes, era un intenso llamamiento a la oración y a la conversión; mensaje verdaderamente profético, sobre todo si se considera que el siglo XX fue flagelado por inauditas destrucciones, causadas por guerras y por regímenes totalitarios, así como por amplias persecuciones contra la Iglesia.

        Además, el 13 de mayo de 1981, hace 25 años, el siervo de Dios, Juan Pablo II, sintió que se había salvado milagrosamente de la muerte por la intervención de una «mano maternal», como él mismo dijo, y todo su pontificado quedó marcado por lo que la Virgen había preanunciado en Fátima. Si bien no han faltado preocupaciones y sufrimientos, si bien todavía hay motivos de aprensión ante el futuro de la humanidad, consuela lo que prometió la «Blanca Señora» a los pastorcillos: «Al final, mi Corazón inmaculado triunfará».

        Con esta convicción nos dirigimos ahora con confianza a María Santísima, dándole gracias por su constante intercesión y pidiéndole que siga velando por el camino de la Iglesia y de la humanidad, especialmente por las familias, las mamás y los niños.