1. "Jesucristo
es el Hijo eterno de Dios". Él es imagen de Dios invisible,
primogénito de toda la creación, porque en él
fueron creadas todas las cosas en los cielos y en la tierra, las visibles
y las invisibles
todo fue creado por él y para él
Él es el principio, el primogénito de entre los muertos,
para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer
residir en él toda la plenitud y reconciliar por él
y para él todas la cosas, pacificando, mediante la sangre de
la Cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (cf. Col 1,
15-20).
2. Hecho hombre,
por obra del Espíritu Santo en el seno de María, nos
manifestó al Padre en su Persona y en su predicación.
Nos dio el mandamiento nuevo de que nos amáramos los unos a
los otros como él amó; nos enseñó el camino
de las bienaventuranzas: ser pobres en espíritu y mansos, tolerar
los dolores con paciencia, tener sed de justicia, ser misericordiosos,
limpios de corazón, pacíficos, padecer persecución
por la justicia. Padeció bajo Poncio Pilato. Murió por
nosotros como Cordero inocente que quita el pecado del mundo. Fue
sepultado y resucitó por su propio poder, y por su resurrección
nos llevó a la participación en la vida divina. Subió
al Cielo, de donde ha de venir de nuevo con gloria, para juzgar a
los vivos y a los muertos, a cada uno según sus propios méritos.
Y su reino no tendrá fin.
3. Por tanto,
Jesucristo es el Centro del mundo, de la historia, y de la vida de
todos los hombres; y su único Salvador. Sólo en Él
está nuestra salvación sin compartirla con otros mediadores
o fundadores de religiones. La Persona de Jesucristo, Hijo de Dios
y verdadero hombre entre los hombres es, por ello, el centro y la
síntesis de la fe cristiana. En él encontramos el programa
de la Iglesia y de la familia cristiana, "iglesia doméstica".
En consecuencia no hay que inventar un nuevo programa. El programa
ya existe. Es el de siempre, recogido por el evangelio y la tradición
viva; se centra en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer,
amar e imitar para vivir en él la vida trinitaria y transformar
en él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén
celestial. Es un programa que no cambia al modificarse los tiempos
y las culturas, aunque los tiene en cuenta para un verdadero diálogo
y comunicación eficaz.
4. El conocimiento
de Jesucristo nace y crece, sobre todo, mediante el encuentro con
su Palabra en la escucha y lectura del Evangelio, la participación
en la vida, sobre todo en la Eucaristía, el trato en la oración
personal y comunitaria, y el servicio y preocupación por los
pobres y necesitados. Este conocimiento lleva al amor a su Persona
y a practicar el mandamiento del amor al prójimo, que él
nos dio como distintivo y que es el comienzo de toda imitación
de su vida.
5. Por tanto,
la lectura de la Palabra de Dios y el Evangelio en familia, la participación,
como familia, en la eucaristía dominical, la oración
en común y las obras de caridad tienen un lugar preponderante
en el hogar cristiano. Estas manifestaciones son parte esencial de
la catequesis familiar.