1. El eterno
designio de salvar a los hombres en y por Cristo, fue revelado y realizado
plenamente por el Verbo Encarnado, especialmente por el misterio pascual
de su muerte, resurrección, ascensión y envío
del Espíritu Santo. En Cristo, por tanto, la revelación
del misterio de Dios ha sido perfecta y definitiva, de modo que ya
no habrá ninguna otra revelación. "Porque en darnos,
como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra,
todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra"
(San Juan de la Cruz).
2. Esta revelación
fue entregada a la Iglesia, la cual es asistida siempre por el Espíritu
Santo con el fin de que lleve, de modo verdadero e indefectible, la
salvación de Dios a todos los hombres de todos los tiempos
y culturas. La Iglesia no ha dejado -ni dejará nunca- de anunciar
este misterio, sobre todo por el ministerio del Papa y de los obispos,
como principales responsables. Cada fiel cristiano también
participa de esta responsabilidad, en virtud de la misión profética
que ha recibido de Cristo en el Bautismo.
3. Cuando este
anuncio es acogido, provoca la conversión y la fe. Ésta
siempre es un don gratuito de Dios, pero requiere la respuesta y colaboración
humanas de apertura y acogida. De forma ordinaria, no es posible la
fe sin un anuncio explícito de los contenidos revelados. Sólo
en casos excepcionales Dios infunde a un adulto directamente la fe
sin un anuncio previo de su misterio. Lo ordinario es que exista esta
secuencia: anuncio explícito del misterio de Dios, acogida
del mismo, conversión, profesión de fe y Bautismo.
4. La familia
cristiana, por el sacramento del matrimonio y por el bautismo de los
padres y de los hijos, es "Iglesia doméstica" y participa
de esa misión; y en cuanto engendradora de sus hijos, se convierte
en la primera y principal institución encargada de transmitir
a los hijos el misterio salvífico de Dios. Por ello, los padres
son los genuinos transmisores a sus hijos de la fe que profesan. Los
grandes santos han nacido, generalmente, en el seno de familias profundamente
cristianas. Es un hecho que en los países donde la fe ha sido
perseguida durante mucho tiempo, ésta se ha conservado y transmitido
por el ministerio de los padres.
5. La familia
no es una institución autosuficiente ni autónoma en
la transmisión de la fe a sus hijos; sino que necesita estar
en íntima relación con la parroquia y la escuela -sobre
todo si es católica-, que frecuentan sus hijos. El modo informal
(a veces ha de ser también formal) de la catequesis familiar
se complementa con la catequesis parroquial y la clase de religión
del centro educativo.
6. Ya en los
primeros momentos del cristianismo la familia cristiana aparece como
transmisora de la fe de los padres. Así como se manifiesta
en la práctica de llevar a sus hijos a recibir el Bautismo
y en la acogida de esta propuesta por parte del obispo, responsable
de la comunidad. El testimonio de los padres jugó un papel
decisivo, hasta el punto de convertirse la familia en el lugar por
antonomasia donde la Iglesia trasmitía la fe. Así sucede
con los países de misión; mientras que en otras naciones
de gran tradición cristiana, la familia ha perdido con frecuencia
este protagonismo, con el consiguiente deterioro en la fe y práctica
religiosa.
7. La recuperación
de una Iglesia pujante y evangelizadora pasa por la restauración
de la familia como institución básica para transmitir
la fe. Por eso, en dichos países la familia cristiana tiene
hoy un especial campo de acción sobre todo para con otras familias
no cristianas o alejadas de la práctica religiosa. Los abuelos,
los hijos y otros familiares cristianos están urgidos a transmitir
la fe a sus padres y consanguíneos.