En la comunicación, el bien común está antes que el beneficio
Discurso que dirigió Benedicto XVI a los participantes en la asamblea plenaria del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales.
Ciudad del Vaticano, 17 marzo 2006.

Señores cardenales,
señores obispos,
queridos hermanos y hermanas:

        Con mucho gusto os doy hoy la bienvenida en el Vaticano con motivo de la asamblea plenaria anual del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales. Ante todo, quisiera dar las gracias al arzobispo Foley, presidente del Consejo, por sus amables palabras de introducción, y a todos vosotros por vuestro compromiso en el importante apostolado de las comunicaciones sociales, que es tanto una forma directa de evangelización como una contribución a la promoción de todo lo que es bueno y verdadero para toda sociedad humana.

        En mi primer Mensaje con motivo de la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales he querido reflexionar sobre los medios como red de comunicación, comunión y cooperación. Lo he hecho recordando que el decreto del Concilio Vaticano II, «Inter Mirifica», reconocía ya el enorme poder de los medios de comunicación para informar las mentes y formar el pensamiento de las personas. Cuarenta años más tarde comprendemos, mejor que nunca, la necesidad apremiante de encauzar ese poder a favor de toda la humanidad.

        San Pablo nos recuerda que gracias a Cristo ya no somos extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios, formando un templo santo, morada de Dios (Cf. Efesios 2, 19-22). Esta representación sublime de una vida de comunión atañe a todos los aspectos de nuestras vidas y para vosotros, de modo particular, presenta el desafío de hacer que los medios de comunicación y la industria del entretenimiento sean protagonistas de la verdad y promotores de la paz, que deriva de vidas coherentes con esa verdad liberadora.

        Como bien sabéis, ese compromiso exige principios, valentía y decisión, por parte de cuantos trabajan en una industria tan influyente como la de los medios de comunicación, para asegurar que la promoción del bien común no sea sacrificada jamás en aras de una búsqueda egoísta del beneficio o de un programa ideológico poco creíble. Al reflexionar sobre estas preocupaciones, confío en que vuestro estudio sobre la carta apostólica de mi querido predecesor, «El rápido desarrollo», os sea de gran ayuda.

        En mi mensaje de este año quise también prestar particular atención a la urgente necesidad de apoyar al matrimonio y a la familia, fundamento de toda cultura y sociedad. En colaboración con los padres de familia, los medios de comunicación y las industrias del entretenimiento, pueden ser de ayuda en la difícil pero supremamente satisfactoria vocación de hacer crecer a los niños presentándoles modelos edificantes de vida y de amor.

        ¡Que descorazonador y destructivo es para todos nosotros cuando sucede lo contrario! ¿No lloran nuestros corazones, muy especialmente, cuando los jóvenes son sujetos de expresiones degradantes o falsas de amor que ridiculizan la dignidad otorgada por Dios de cada persona humana y socavan los intereses de la familia?

        Al concluir os aliento a renovar vuestros esfuerzos por ayudar a quienes trabajan en el mundo de los medios de comunicación a promover lo bueno y verdadero, especialmente en lo que se refiere al sentido de la existencia humana y social, y a denunciar lo que es falso, en especial, las tendencias perniciosas que corroen el tejido de una sociedad civil digna y a la persona.

        Dejémonos alentar por las palabras de san Pablo: ¡Cristo es nuestra paz, en Él somos uno! (Cf. Efesios 2, 14). Y trabajemos juntos para construir la comunión de amor, según el designio del Creador, que se da a conocer a través de su Hijo. Os imparto de corazón mi bendición apostólica a todos vosotros, a vuestros colegas y a los miembros de vuestras familias en casa.