LA CRITICA

Salvador Canals, Ascética meditada, Ediciones Rialp, 1962

"No me cansaré de insistiros en que, quien tiene obligación de juzgar, ha de oír las dos partes, las dos campanas. ¿Por ventura nuestra ley condena a nadie sin haberle oído primero y examinado su proceder?, recordaba Nicodemo, aquel varón recto y noble, leal a los sacerdotes y fariseos que buscaban perder a Jesús."

Beato Josemaría Escrivá, 29-IX-1957.

Don de Dios

         Las personas, las cosas, los acontecimientos que se ofrecen a nuestra consideración requieren nuestro juicio. La parte más noble de cuanto Nuestro Señor nos ha dado, con profusión y generosidad, asume una actitud determinada frente a nosotros mismos y frente a lo que nos rodea.

         Tu inteligencia y tu sensibilidad –como las mías– miden y valoran cualquier persona, cosa o hecho con los que se pongan en contacto. Esta capacidad de valoración y de juicio aumenta en proporción a la profundidad de la persona y a la seriedad con que afronta los acontecimientos y vive su propia vida.

Un noble talento que se puede ejercer más

         A una mayor riqueza interior, a una más profunda consideración de las cosas y a un empeño de vida más serio, necesariamente corresponde una mayor capacidad de valoración y de juicio. Los necios y los frívolos, los que se pierden en los detalles o viven fuera de la realidad, los que no hacen nada o hacen demasiadas cosas: todos éstos han perdido o están perdiendo, para su gran desgracia, el sentido del valor y del juicio.

         Dios nuestro Señor quiere, amigo mío, que seas un alma de criterio, que sepas encuadrar personas, situaciones, circunstancias y acontecimientos con espíritu sobrenatural y sentido práctico de la vida. Es necesario que esta capacidad de valoración y de juicio, llena de espíritu sobrenatural, aumente y se purifique cada día más. Pues con esta capacidad de juicio cristiano, sereno y objetivo, nos defendemos de nosotros mismos y de nuestros enemigos –primero de todo, de los de nuestra alma– y perfeccionamos nuestras acciones y nuestro trabajo para ayudar a nuestros amigos en su vida y en su actividad.

         Pero esta capacidad de valoración y de juicio, que es tan necesaria para tu vida y sin la cual difícilmente podrás imprimir a tu conducta seriedad y vigor cristiano, tiene sus límites. Mantenerla y ejercitarla dentro de estos límites es acercarse a Dios; permitir que los sobrepase y ejercitarla sin esa mesura cristiana, es alejarse de Dios.

         ¡Cuántas críticas haces sin mesura cristiana que te separan de Dios y de los demás! ¡Que te enemistan con todos y logran que todos te eviten! De sobra conoces los tipos del decapitador despiadado y del cruel demoledor.

La crítica puede ser muy mala y muy buena

         Voy a presentarte toda una galería de espíritus críticos y a preguntarte: ¿en cuál de estas categorías podríamos estar incluidos tú y yo? La crítica del fracasado –que por su fracaso, se ha revelado enemigo de Dios– es universal, porque querría arrastrar a todos en su propio fracaso; la crítica del irónico es mordaz, ligera, superficial, y está dispuesta siempre a sacrificar por la burla las cosas más serias y más sagradas; la crítica del envidioso, nacida entre ansiedades y despechos, es ridícula y vanidosa; la crítica del idiota es bufa; la crítica del orgulloso y del avasallador es despiadada y, normalmente, está forjada con los peores ingredientes; la crítica del ambicioso es desleal, porque tiende a iluminar su persona con menoscabo de los demás; la crítica del sectario es apriorística, parcial e injusta, es la crítica de quien se sirve conscientemente y con fría pasión de la mentira; la crítica del ofendido es amarga y punzante, destila hiel por todas partes; la crítica del hombre honrado es constructiva; la crítica del amigo es amable y oportuna; la crítica del cristiano es santificante.

         Para que tu crítica sea siempre la crítica del hombre honesto, del amigo, del cristiano, es decir, para que sea constructiva, amable, oportuna y santificante, ha de poner atención en salvar siempre la persona y sus intenciones. Ha de ser objetiva, jamás subjetiva. Ha de detenerse siempre, con respeto, ante el santuario de la personalidad y de su mundo interior. ¿Qué sabes tú de las intenciones, de los motivos y de toda esa serie de circunstancias subjetivas, que tan sólo conoce perfectamente Dios nuestro Señor, que lee en los corazones? Te sale aquí al paso, amigo mío, aquella frase de Cristo: Nolite judicare et non julicabimini. No juzguéis y no seréis juzgados.

No es fácil conocer

         Esta crítica, profundamente humana, porque conoce nuestros límites, es profundamente cristiana, porque respeta lo que pertenece al Señor, y así concilia y conserva la amistad, incluso la de quienes nos son contrarios, porque se manifiesta llena de respeto y de comprensión hacia la personalidad ajena.

         El hombre honrado, y con mayor razón el cristiano, no juzga ni critica lo que no conoce. Expresar un juicio, formular una crítica, supone el perfecto conocimiento, en todos sus aspectos, de lo que es objeto de consideración. La seriedad, la rectitud y la justicia caerían por su base si no se procediese de este modo.

Crítica y prudencia

         Al llegar a este punto, seguramente que tú y yo nos acordamos de muchos juicios y de muchas críticas improvisadas, formulados sin ningún conocimiento de causa: del juicio del hombre superficial, que habla de lo que no conoce; de la crítica del que se apropia de lo que ha oído decir por otros, sin tomarse la molestia de verificarlo; de la conducta del inconsciente que juzga hasta aquello de lo que ni siquiera ha oído hablar. Y nos damos cuenta también de con cuánta facilidad transformamos en juicio –disfrazándola de juicio crítico– una simple impresión. La crítica del ignorante es siempre injusta y funesta.

         La crítica, la crítica cristiana, tiene siempre requisitos de tiempo, de lugar y de modo, sin los cuales se transforma fácilmente en detractación o en difamación. No estará mal, a este propósito, que tú que te consideras un hombre maduro, capaz de juicio y de seguro criterio, te preguntes si hay en tu vida este mínimo de prudencia cristiana que te pone a cubierto de las insidias de tu lengua y de tu pluma. Pues hablar sin pensar y escribir sin reflexionar puede ser peligroso para tu alma, aunque estés en posesión de la verdad.

         Debo añadir aún, amigo mío, que la critica se colorea del animus que detrás de ella se esconde, de la disposición interior de la cual procede. Hay un animus bueno y un animus malo; lo cual debemos tener presente, puesto que constituye un criterio seguro para juzgar moralmente del uso que hagamos de nuestra capacidad de valoración y de crítica.

Disposición al criticar

         El fracasado, el envidioso, el irónico, el orgulloso y avasallador, el fanático, el amargado y el ambicioso, tienen un animus malo, no recto, que se manifiesta inmediatamente en su crítica.

         En cambio, el hombre honesto, el amigo, el cristiano llevan dentro de sí un animus bueno, que se trasluce igualmente de sus juicios. Este animus bueno es la caridad, el deseo del bien de los demás, que asegura a su crítica todas aquellas cualidades de que la buena crítica ha de estar adornada. Pues para que la crítica sea justa y constructiva, eficaz y santificante, hace falta amar a los demás, amar al prójimo. En tal caso el ejercicio de la crítica es siempre un acto de virtud en el que hace uso de ella y un auxilio para el que la recibe: Frater qui adiuvatur a fratre quasi civitas firma, hermano defendido por hermano, es como ciudad amurallada.

La actitud ante la crítica

         Saberse defender de la crítica injusta y mala es normalmente una virtud y casi siempre un deber; saber recibir y aceptar la crítica buena, además de ser virtud cristiana, es prueba de sabiduría. Signo cierto de grandeza espirltual es saber dejarse decir las cosas: recibirlas con alegria y agradecimiento. El que aprende a escuchar y a preguntar llegará muy lejos en el uso de los talentos que recibiera de Dios. Desgraciado en cambio el que no tolera que se le digan las cosas; el que de mil modos –los del amor propio herido– trata de herir y de vengarse contra el que ha tenido la atención y la caridad de hacerle una crítica honesta y buena. Nunca debemos olvidar tú y yo que todas las cosas que hacemos mal se deben hacer bien y que todas las cosas que hacemos bien se pueden hacer mejor; y para esto, además de contar con nuestra voluntad, hemos de poder contar con la crítica.

         Pero tampoco has de vivir excesivamente preocupado de la crítica, del "qué dirán". Porque esta preocupación excesiva y pusilánime podra cortarte las alas y llevarte a no hacer nada. La crítica ligera y envidiosa, la crítica chismosa y superficial, vale más ignorarla.

Diversas actitudes

Querría decirte a este propósito que el que no hace nada no recibe ninguna crítica, porque la gente –ignora la razón– raramente crítica el no hacer. En cambio, el que hace y hace mucho es siempre criticado y lo es por todos: lo critican los que no hacen nada, porque su vida y su trabajo parecen una acusación eontra ellos; lo critican los que obran de modo contrario a él, porque lo eonsideran un enemigo; y lo critiean también, cuando no son buenos, los que haeen las mismas o parecidas cosas, porque están celosos de él.

         Alguna vez se dará en tu vida la paradoja de que deberás hacerte perdonar lo que hayas hecho de bueno y lo que hayas realizado con tu trabajo, por aquellos que nada bueno hicieron y por aquellos que jamás trabajaron. Otras veces te verás injustamente atacado y maltratado por los que no conciben que se pueda hacer nada bueno sin pedir su ayuda. Sonríe entonces con elegancia y sigue trabajando.

         No te olvides de dar gracias a Dios por todas estas cosas; y, sobre todo, por la crítica honesta y buena, amiga y cristiana, no ceses de dar graeias a Dios y a aquel que te la haga.