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Ciudad del Vaticano, 5 diciembre 2005. |
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Queridos hermanos en el ministerio episcopal: Os doy mi cordial bienvenida a todos vosotros. Con alegría acojo al segundo grupo de obispos polacos llegados con motivo de la visita «ad limina apostolorum». 1.
La nueva evangelización Era la primera o una de las primeras intervenciones de mi gran predecesor sobre el tema de la nueva evangelización. Hablaba del segundo milenio, pero no hay dudad de que estaba pensando ya en el tercero. Bajo su guía hemos entrado en este nuevo milenio del cristianismo, tomando conciencia de la constante actualidad de su exhortación a una nueva evangelización. Con estas breves palabras, establecía el objetivo: despertar una fe «viva, consciente y responsable». Más tarde, afirmó que debía ser una obra común de los obispos, de los sacerdotes, de los consagrados y de los laicos. Hoy quisiera detenerme
junto a vosotros, queridos hermanos, en este tema. Sabemos bien que
el primer responsable de la obra de evangelización es el obispo,
sobre cuyas espaldas recaen los 2.
Los presbíteros diocesanos El ejemplo del obispo es sumamente importante: no se trata sólo de un estilo de vida irreprochable, sino también de una delicada atención para que las virtudes cristianas de las que escribió Juan Pablo II penetren profundamente en el alma de los sacerdotes en su diócesis. Por este motivo, el obispo debería prestar particular atención a la calidad de la formación del seminario. Es necesario tener presente no sólo la preparación intelectual de los futuros sacerdotes para sus futuras tareas, sino también su formación espiritual y emotiva. Durante el Sínodo de 1991 los obispos pidieron un mayor número de padres espirituales en los seminarios, bien preparados para desempeñar la exigente tarea de formar el espíritu y verificar la disponibilidad afectiva de los seminaristas para asumir los compromisos sacerdotales. Vale la pena volver a tener en cuenta esta petición. Recientemente se ha publicado el documento de la Congregación para la Educación Católica sobre la admisión de los candidatos a las órdenes sagradas. Os pido que apliquéis lo que indica. Es importante que el proceso de formación intelectual y espiritual no termine con el seminario. Es necesaria una formación sacerdotal constante. Sé que en las diócesis polacas se atribuye a esto una gran importancia. Se organizan cursos, días de retiro, ejercicios espirituales y otros encuentros, en los que los sacerdotes pueden compartir sus problemas y sus éxitos pastorales, confirmándose mutuamente en la fe y en el entusiasmo pastoral. Os pido que continuéis con esta práctica. El obispo, por su parte, como pastor, está llamado a rodear a sus sacerdotes con cuidados paternos. Debería organizar sus propios compromisos para poder tener tiempo para los presbíteros, para escucharles atentamente y para ayudarles en las dificultades. En caso de crisis vocacional, en la que pueden caer los sacerdotes, el obispo debería hacer lo posible para apoyarles y devolverles el empuje original y el amor por Cristo y por la Iglesia. Incluso cuando es necesaria una advertencia, no debe faltar el amor paterno. Doy gracias a Dios porque sigue dando a Polonia la gracia de numerosas vocaciones. De manera particular, la región que vosotros representáis, queridos hermanos, desde este punto de vista es rica. Teniendo presentes las enormes necesidades de la Iglesia, os pido que alentéis a vuestros sacerdotes a emprender el servicio misionero o el compromiso pastoral en los países en los que hay escasez de clero. Parece que hoy es una tarea particular y en cierto sentido incluso un deber de la Iglesia en Polonia. Al enviar sacerdotes al extranjero, especialmente a las misiones, aseguradles el apoyo espiritual y la suficiente ayuda material. 3.
Las órdenes religiosas Os aliento mucho, hermanos, a rodear con vuestra solicitud a las comunidades religiosas femeninas, que se encuentran en vuestras diócesis. Las religiosas que asumen diversificados servicios en la Iglesia merecen el máximo respeto, y su trabajo debe ser oportunamente reconocido y apreciado. No se les debe privar del adecuado apoyo espiritual y de posibilidades de desarrollo intelectual y de crecimiento en la fe. En particular, os pido que os preocupéis por las órdenes contemplativas. Que su presencia en la diócesis, su oración y sus renuncias sean siempre para vosotros motivo de apoyo y ayuda. Por vuestra parte, tratad de salir al paso de sus necesidades, incluso materiales. En los años recientes, por desgracia, se observa una disminución de vocaciones religiosas, particularmente femeninas. Es necesario, por tanto, reflexionar junto a los superiores religiosos, en las causas de esta situación y pensar en cómo es posible despertar y apoyar nuevas vocaciones femeninas. 4.
El laicado En tiempos en los que, como escribió Juan Pablo II, «la cultura europea da la impresión de ser una apostasía silenciosa por parte del hombre autosuficiente que vive como si Dios no existiera» («Ecclesia in Europa»), la Iglesia no deja de anunciar al mundo que Jesucristo es su esperanza. En esta obra, el papel de los laicos es insustituible. Su testimonio en la fe es particularmente elocuente y eficaz, pues tiene lugar en la vida cotidiana, en ámbitos en los que el sacerdote puede llegar con dificultad. Uno de los principales objetivos de la actividad del laicado es la renovación moral de la sociedad, que no puede ser superficial, parcial e inmediata. Debería caracterizarse por una profunda transformación del «ethos» de los hombres, es decir, por una adecuada jerarquía de valores que conforme las actitudes. La participación en la vida pública y en la política es tarea específica del laicado. En la exhortación apostólica «Christifideles laici», Juan Pablo II recordó que «todos y cada uno tienen el derecho y el deber de participar en la política» (n. 42). La Iglesia no se identifica con ningún partido, con ninguna comunidad política, ni con un sistema político, más bien recuerda siempre que los laicos comprometidos en la vida política tienen que dar un testimonio valiente y visible de los valores cristianos, que deben ser afirmados y defendidos en caso de que sean amenazados. Tienen que hacerlo públicamente ya sea en los debates de carácter político como en los medios de comunicación. Una de las tareas importantes, que se deriva de proceso de integración europea, es la valiente solicitud por conservar la identidad católica y nacional de los polacos. El diálogo promovido por los laicos católicos sobre cuestiones políticas será eficaz y servirá al bien común, si tiene por fundamento: el amor por la verdad, el espíritu de servicio y la solidaridad en el compromiso a favor del bien común. Os exhorto, queridos hermanos, a apoyar este servicio del laicado, en el respeto de una justa autonomía política. No he hecho más que enumerar algunas formas de compromiso del laicado en la obra de a evangelización. Las demás, como la pastoral familiar, la pastoral de los jóvenes o la actividad caritativa, serán el tema de una ulterior reflexión durante el encuentro con el tercer grupo de obispos polacos. Ahora os deseo que una armoniosa colaboración entre todos los estados de vida en la Iglesia, bajo vuestra guía iluminada, trasforme el mundo con el espíritu del Evangelio de Cristo. Al confiar a la Virgen vuestro ministerio episcopal, os bendigo con afecto a todos. ¡Sea alabado Jesucristo! | |
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