Con la Eucaristía «pre-saboreamos» ya la vida eterna

La Eucaristía permite saborear ya las primicias de la vida eterna y por ello es la fuente donde se renueva constantemente «la esperanza y el gozo» del cristiano, recordó el predicador de la Casa Pontificia.
En la Capilla «Redemptoris Mater» del Palacio Apostólico del Vaticano, en su cuarta y última meditación de Cuaresma –que cada año, durante cuatro viernes, ayudan al Papa y a sus colaboradores a prepararse para la Pascua– el padre Raniero Cantalamessa OFMcap prosiguió la reflexión del himno eucarístico «Adoro te devote» que inició en Adviento y que ha reanudado estos últimos viernes.

Ciudad del Vaticano, viernes, 18 marzo 2005 (ZENIT.org).

 


Iesu, quem velátum nunc aspício,
oro, fiat illud quod tam sítio;
ut te reveláta cernens fácie,
visu sim beátus tuæ gloriæ. Amen.

Jesús, a quien ahora veo escondido,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
que al mirar tu rostro ya no oculto,
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

        La última estrofa dio oportunidad al padre Cantalamessa de abordar la dimensión escatológica de la Eucaristía.

        «Es el modo mismo de presencia de Jesús en el sacramento lo que hace nacer en el corazón la esperanza y el deseo de algo más», pero «la Eucaristía no se limita a suscitar el deseo de la gloria futura, sino que es de ella la prenda», explica el predicador del Papa.

        Es «el sacramento que a nosotros, peregrinos en la tierra, nos revela el sentido cristiano de la vida» –prosigue– y, «como el maná» –«alimento de los que están en camino hacia la tierra prometida»–, «recuerda constantemente al cristiano que él es “peregrino y forastero” en este mundo; que su vida es un éxodo»; el pan eucarístico «sostiene durante todo el camino de esta vida».

        Dos orientaciones «distintas y complementarias» ha tomado la escatología cristiana a partir del Nuevo Testamento –aclara el padre Cantalamessa–: la escatología «consiguiente» –de los sinópticos y de Pablo, «que sitúa el cumplimiento en el futuro, en la segunda venida de Cristo, y acentúa fuertemente la dimensión de la expectativa y de la esperanza»– y la escatología «realizada» –de Juan, «que sitúa el cumplimiento esencial en el pasado, en la venida de Cristo de la encarnación y ve ya iniciada, en la fe y en los sacramentos, la experiencia de la vida eterna»–.

        «La Eucaristía refleja ambas perspectivas» –constata–: «la escatología “consiguiente”, en cuanto que hace vivir “en la espera de su venida”, impulsa a mirar constantemente adelante y a sentirse caminantes en este mundo», y también «la escatología “realizada”», pues «permite saborear, ya ahora, las primicias de la vida eterna; es como una ventana abierta a través de la cual el mundo futuro hace irrupción en el presente, la eternidad entra en el tiempo y las criaturas comienzan su “retorno a Dios”».

        Al recordar «adónde nos dirigimos, el destino final de gloria que nos espera, y haciéndonos ya “pre-saborear” algo de esta gloria futura», «la Eucaristía es, por eso mismo, la fuente donde se renueva cada día la esperanza y la gloria del cristiano», subraya el predicador de la Casa Pontificia.

        «Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, (...) son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón», recuerda el padre Cantalamessa citando «Gaudium et spes» (Cf. n.1).

        Y propone: «Nada existe –podríamos añadir– que no halle un eco en la Eucaristía», pues en ella «es recogido y ofrecido a Dios, al mismo tiempo, todo el dolor, pero también todo el gozo de la humanidad».

        «Encontramos muy natural dirigirnos a Dios en el dolor», pero «las alegrías en cambio preferimos disfrutarlas solos, a escondidas, casi a espaldas de Dios». «Qué bello sería si aprendiéramos a vivir también los gozos de la vida eucarísticamente, o sea, en acción de gracias a Dios», exhorta.

        Y es que «la presencia y la mirada de Dios no ofuscan nuestras alegrías honestas, al contrario, las amplifican. Con él, las pequeñas alegrías se convierten en un incentivo para aspirar al gozo imperecedero cuando, como canta nuestra estrofa, le contemplemos cara a cara y seamos felices por la eternidad», concluye.