Ciudad del Vaticano, 6 de enero de 2005. |
Un Dios para los hombres |
1. Os acojo con alegría, queridos hermanos y hermanas, es en esta primera audiencia general de 2005. Hemos contemplado en estos días el gran misterio del nacimiento de Jesús. En Él, Dios entró definitivamente en la historia para ofrecer la salvación a los hombres de todos los lugares y tiempos. Precisamente, la fiesta de la Epifanía, que celebraremos mañana, nos recuerda esta universalidad de la salvación. El Hijo de Dios, nacido en Belén, es reconocido y adorado por los Magos venidos de Oriente, representantes cualificados de la humanidad entera. 2. El alegre anuncio de la salvación se proyecta desde el inicio hacia todos los pueblos del mundo. Confiamos esta tarea misionera del pueblo cristiano a María, Madre de la Iglesia, bajo cuya protección ponemos el año que acaba de comenzar, marcado por una gran aprensión en parte a causa de la situación que están viviendo los pueblos del sudeste asiático. Que la Virgen Santa vele por el mundo entero. Se lo pedimos con las palabras del antiguo himno mariano que ha resonado al inicio de esta audiencia. 3.
Madre del Redentor, |
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