Juan Pablo II hace su propio balance de su viaje a Suiza

Intervención de Juan Pablo II en la audiencia general en la que hizo un balance de su viaje internacional número 103 a Suiza, del 5 al 6 de junio.

Ciudad del Vaticano, 9 de junio de 2004.

Sentida gratitud del Papa

        1. Guardo en mi espíritu las imágenes de los diferentes momentos de la breve pero intensa estancia que la Providencia me ha permitido transcurrir nuevamente en Suiza, el sábado y el domingo pasados. Deseo renovar mi gratitud a los hermanos obispos y a las autoridades civiles, en particular al presidente de la Confederación Helvética, por la acogida que me han ofrecido y por todo el trabajo de preparación. Doy las gracias también al Consejo Federal por la decisión de elevar el rango de la representación diplomática de Suiza ante la Santa Sede.

        Siento profundo reconocimiento, además, por las Hermanas de la Caridad de la Santa Cruz que me hospedaron en su residencia de Viktoriaheim. Doy las gracias, por último, a quienes han atendido a los diferentes aspectos de mi viaje pastoral.

Acoger la llamada

        2. El motivo principal de la peregrinación apostólica en aquella querida nación ha sido el encuentro con los jóvenes católicos de Suiza, que el sábado pasado celebraron su primer encuentro nacional. Doy las gracias al Señor por haberme dado la oportunidad de vivir junto a ellos un momento de gran entusiasmo espiritual, y de proponer a las nuevas generaciones helvéticas un mensaje que quisiera extender a todos los jóvenes de Europa y del mundo.

        Este mensaje que llevo en lo más hondo del corazón se resume en tres verbos: «¡levántate!», «¡escucha!», «¡ponte en camino!». El mismo Cristo, resucitado y vivo, repite a todo chico y chica de nuestro tiempo estas palabras. Es Él quien invita a la juventud del tercer milenio a «levantarse», es decir, a dar pleno sentido a su existencia. He querido hacerme eco de este llamamiento convencido de que sólo Cristo, redentor del hombre, puede ayudar a los jóvenes a «levantarse» de experiencias y mentalidades negativas para alcanzar su plena estatura humana, espiritual y moral.

Unidad por la Trinidad

        3. El domingo por la mañana, solemnidad de la santísima Trinidad, pude concelebrar la eucaristía con los obispos y con muchos sacerdotes venidos de todos los rincones de Suiza. El festivo rito se desarrolló en la Pradera de Allmend, amplia explanada junto al Palacio de la BEA Bern Expo.

        Con voz unánime, elevamos al Dios, uno y trino, la alabanza y la acción de gracias por las bellezas de la creación, de las que Suiza es rica, y más aún por la comunión en el Amor, de la que Él es la fuente.

        A la luz de este misterio fundamental de la fe cristiana, renové el llamamiento a la unidad de todos los cristianos, invitando ante todo a los católicos a vivirla entre sí, haciendo de la Iglesia «la casa y la escuela de comunión» («Novo millennio ineunte», 43).

        El Espíritu Santo, que crea la unidad, impulsa también a la misión para que la verdad de Dios y el hombre, revelada en Cristo, sea testimoniada y anunciada a todos. Cada hombre, de hecho, lleva en sí la huella de Dios, uno y trino, y sólo en Él encuentra la paz.

Con la Guardia Suiza

        4. Antes de dejar Berna, quise encontrarme con la asociación de los antiguos guardias suizos. Fue una ocasión providencial para agradecer el precioso servicio que, desde hace casi cinco siglos, ofrece a la Sede Apostólica el Cuerpo de la Guardia Suiza. ¡Cuántos miles de jóvenes, provenientes de las familias y de las parroquias suizas, han ofrecido su contribución singular al sucesor de Pedro a través de estos siglos! Muchachos como todos, llenos de vida e ideales, han podido manifestar de esta manera su sincero amor a Cristo y a la Iglesia. ¡Que los jóvenes de Suiza y del mundo entero puedan descubrir la maravillosa unidad entre la fe y la vida, y prepararse para desempeñar con entusiasmo la misión a la que Dios les llama!

        Que María santísima, a la que doy gracias de corazón por este viaje apostólico internacional número 103, alcance para todos este grande y precioso don, el secreto de la auténtica alegría.