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Paz
Amados jóvenes,
sabéis bien cuánto me preocupa la paz en el mundo. La
espiral de la violencia, el terrorismo y la guerra provoca, todavía
en nuestros días, odio y muerte. La paz lo sabemos
es ante todo un don de lo Alto que debemos pedir con insistencia y que,
además, debemos construir entre todos mediante una profunda conversión
interior. Por eso, hoy quiero comprometeros a ser operadores y artífices
de paz. Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder
fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón.
Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo
y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se
imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar
por el mal! Para ello necesitáis la ayuda de la oración
y el consuelo que brota de una amistad íntima con Cristo.
Virgen
María
María, además
de ser la Madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor Maestra
para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación.
El drama de la cultura actual es la falta de interioridad, la ausencia
de contemplación. Sin interioridad la cultura carece de entrañas,
es como un cuerpo que no ha encontrado todavía su alma. ¿De
qué es capaz la humanidad sin interioridad? Lamentablemente,
conocemos muy bien la respuesta. Cuando falta el espíritu contemplativo
no se defiende la vida y se degenera todo lo humano. Sin interioridad
el hombre moderno pone en peligro su misma integridad. Queridos jóvenes,
os invito a formar parte de la Escuela de la Virgen María.
Apostolado
Es preciso que vosotros
jóvenes os convirtáis en apóstoles de vuestros
coetáneos. Sé muy bien que esto no es fácil. Muchas
veces tendréis la tentación de decir como el profeta Jeremías:
¡Ah, Señor! Mira que no sé expresarme, que
soy un muchacho. No os desaniméis, porque no estáis
solos: el Señor nunca dejará de acompañaros, con
su gracia y el don de su Espíritu.
Entrega
Deseo decir a cada uno
de vosotros, jóvenes: si sientes la llamada de Dios que te dice:
¡Sígueme!, no la acalles. Sé generoso,
responde como María ofreciendo a Dios el sí gozoso de
tu persona y de tu vida. Os doy mi testimonio: yo fui ordenado sacerdote
cuando tenía 26 años. Desde entonces han pasado 56. Al
volver la mirada atrás y recordar estos años de mi vida,
os puedo asegurar que vale la pena dedicarse a la causa de Cristo y,
por amor a Él, consagrarse al servicio del hombre. ¡Merece
la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!
Futuro
¡España
evangelizada, España evangelizadora! Ese es el camino. No descuidéis
nunca esa misión que hizo noble a vuestro país en el pasado
y en este momento intrépido para el futuro. Gracias a la juventud
española que ayer vino tan numerosa para demostrar a la moderna
sociedad que se puede ser moderno y profundamente fiel a Jesucristo.
La juventud es la llama de esperanza para el futuro de España
y de la Europa cristiana. El futuro les pertenece.
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