Tres días para revivir el misterio de la salvación

Intervención de Juan Pablo II en la audiencia general dedicada a comentar el Salmo 140, 1-9

Ciudad del Vaticano, 5 de abril de 2004.

        1. Jesucristo «se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó» (Filipenses 2, 8-9). Acabamos de escuchar estas palabras del himno de la Carta a los Filipenses. Nos presentan de manera esencial y eficaz el misterio de la pasión y muerte de Jesús; al mismo tiempo, nos permiten entrever la gloria de la Pascua de resurrección. Constituyen, por tanto, una meditación introductiva a las celebraciones del Triduo Pascual, que comienza mañana.

        2. Queridos hermanos y hermanas, nos disponemos a revivir en los próximos días el gran misterio de nuestra salvación. Mañana por la mañana, Jueves Santo, en toda comunidad diocesana, el obispo celebra junto con su propio presbiterio la Misa Crismal, en la que se bendicen los óleos: el óleo de los catecúmenos, el de los enfermos y el santo Crisma. En la tarde, se hace memoria de la Última Cena con la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio. El «lavatorio de los pies» recuerda que, con este gesto realizado por Jesús en el Cenáculo, anticipó el Sacrificio supremo del Calvario, y nos dejó como nueva ley –«mandatum novum»– su amor. Según la tradición, tras los ritos de la Misa en la Cena del Señor, los fieles permanecen en adoración ante la Eucaristía hasta adentrarse en la noche. Es una vigilia de oración singular, pues está unida a la agonía de Cristo en Getsemaní.

        3. El Viernes Santo la Iglesia hace memoria de la pasión y de la muerte del Señor. Se invita a la asamblea cristiana a meditar sobre el mal y el pecado que oprimen a la humanidad y sobre la salvación realizada por el sacrificio redentor de Cristo. La Palabra de Dios y algunos ritos litúrgicos sugerentes, como la adoración de la Cruz, ayudan a recorrer las diferentes etapas de la Pasión. Además, la tradición cristiana ha dado vida, en este día, a manifestaciones de piedad popular. Entre estas, destacan las procesiones penitenciales del Viernes Santo y el «Via Crucis», que ayudan a interiorizar el misterio de la Cruz.

        Un gran silencio caracteriza al Sábado Santo. No se prevén, de hecho, liturgias particulares en este día de espera y de oración. En las Iglesias, todo calla, mientras que los fieles, imitando a María, se preparan para el gran acontecimiento de la Resurrección.

        4. Al caer la noche del Sábado Santo, comienza la solemne Vigilia Pascual, la «madre de todas las vigilias». Después de haber bendecido el fuego nuevo, se enciende el cirio pascual, símbolo de Cristo que ilumina a todo hombre, y resuena gozoso el gran anuncio del «Exsultet». La comunidad celestial, al ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, medita en la gran promesa de la liberación definitiva de la esclavitud del pecado y de la muerte. Siguen, después, los ritos del Bautismo y de la Confirmación para los catecúmenos, que han recorrido un largo itinerario de preparación.

        El anuncio de la resurrección irrumpe en la oscuridad de la noche y toda la realidad creada se vuelve a levantar del sueño de la muerte para reconocer el señorío de Cristo, como lo subraya el himno de san Pablo del que toman pie estas reflexiones: «Al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo es Señor (Filipenses 2, 10-11).

        5. Queridos hermanos y hermanas: estos días son particularmente oportunos para hacer más viva la conversión de nuestro corazón a Aquél que por amor murió por nosotros.

        Dejemos que sea María, la Virgen fiel, quien nos acompañe: detengámonos con ella en el Cenáculo y permanezcamos junto a Jesús en el Calvario para encontrarnos con él finalmente resucitado en el día de Pascua. Con estos sentimientos y auspicios, os deseo una gozosa y santa Pascua a todos los que estáis aquí presentes, a vuestras comunidades y a vuestros seres queridos.