MADRID, miércoles, 24 marzo 2004 (ZENIT.org). |
Majestades Mis queridos familiares de las víctimas de los atentados terroristas del pasado día 11 de marzo en Madrid, queridos hermanos en el Señor: I.
Dolor, esperanza y oración compartidas La plegaria desgranada en las Eucaristías celebradas por los fallecidos en el terrible atentado del 11 de marzo en todas las Catedrales e Iglesias de Madrid y de toda la geografía española, y la oración silenciosa de tantas almas y comunidades consagradas a Dios, que no han cesado ni un solo momento de pedir por ellos y su eterno descanso y por vosotros, sus familiares, encuentra en esta solemnísima Eucaristía concelebrada por los Obispos de España su máxima expresividad e intensidad eclesiales. Nuestras comunidades diocesanas, sus pastores y fieles, unidos al Santo Padre, que no ha dejado ni un solo instante de acompañarnos con su oración personal y su bendición, queremos rodearos, junto a todas la demás víctimas del terrorismo, con nuestro afecto fraterno, el apoyo incondicional y la oración más sincera. II.
«Tu hermano resucitará» La contestación de Jesús, sin embargo, no se hizo esperar en el caso de Marta; tampoco se hace esperar en nuestro caso, queridos familiares y amigos de los fallecidos: «Tu hermano resucitará». Aún más, Jesús precisa el contenido extraordinariamente lacónico de su respuesta, luminosa por lo demás hasta límites insospechados para el hombre, cuando la hermana de Lázaro le replica con la resignada constatación de que el acontecimiento de esa resurrección se dilatará hasta «el último día». Jesús le habla a aquella mujer de un presente transido ya de resurrección y de vida, que se hace accesible y operante por la fe a los que peregrinan en este mundo: «Yo soy la Resurrección y la Vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Si creemos y oramos por nuestros difuntos, si creemos y revisamos nuestras propias vidas delante de Jesucristo Crucificado y Resucitado por nuestra salvación, conoceremos y sabremos con esperanza indestructible que nuestros seres queridos asesinados por la vesania terrorista han alcanzado las puertas de la vida eterna y bienaventurada y que nosotros, por nuestra parte, «no moriremos para siempre». Más aún, venceremos y triunfaremos con Él «que dio su vida por nosotros». En el sacrificio de la vida de nuestros hermanos, en el sufrimiento de los heridos, queremos vislumbrar, con la certeza que nos proporciona la esperanza cristiana, cómo una nueva llama del amor misericordioso de Dios ilumina ya e irreversiblemente los trasfondos de la historia humana, aun los más trágicos y dolorosos; cómo a través del servicio heroicamente prestado por tantos hermanos nuestros en estos días de lacerante dolor alumbra de nuevo la esperanza. III.
Frente a la estrategia del odio, la estrategia del amor Frente a la estrategia del odio sólo cabe al final una sola respuesta eficaz: la del amor, que implica y exige para su puesta en práctica una estrategia divina: la de la Ciudad de Dios, opuesta a la de la Ciudad Terrena, que diría San Agustín, cuando de ella se apodera el puro y duro egoísmo. ¿Cuándo y cómo se puede hablar verazmente de amor? Cuando se mira a Cristo clavado en la Cruz, dando la vida por nosotros, y cuando unidos a Él, e imitándole, damos la vida por los hermanos. Cuando esto sucede, sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida ya en este mundo y que una nueva civilización comienza a perfilarse en el horizonte de la propia historia. ¡Amar a los hermanos! ¡Abandonar «el amor de sí mismo» como el absoluto de la conciencia personal y colectiva! He ahí la tarea ante la que nos coloca el amor del Señor compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad y clemencia, que invocábamos y cantábamos con el salmista. Éste ha de ser nuestro programa: amor compasivo y entrañable para con vosotros, queridos familiares de la víctimas de los atentados del pasado 11 de marzo; amor compasivo y activo en el cuidado de los que todavía se encuentran heridos en los hospitales de Madrid; amor suplicante para que el Señor convierta y traiga a penitencia y conversión a los terroristas ¡que se entreguen a la justicia y abandonen sus siniestros planes!; amor agradecido para todos los que se han dado y vaciado en gestos y actitudes de heroica y generosa disponibilidad en la atención incansable a los heridos y atribulados, material y espiritualmente; y amor esperanzado y orante por los que luchan, justa y denodadamente, en la superación y erradicación del terrorismo. IV.
Nuestra plegaria por los jóvenes de España «Responded a la violencia ciega y al odio inhumano con el poder fascinante del amor. Venced la enemistad con la fuerza del perdón. Manteneos lejos de toda forma de nacionalismo exasperado, de racismo y de intolerancia. Testimoniad con vuestra vida que las ideas no se imponen, sino que se proponen. ¡Nunca os dejéis desalentar por el mal!». Los Obispos españoles, a través de la Nota del Comité Ejecutivo de la CEE del pasado 17 de marzo, afirmábamos que «los terroristas responderán de sus crímenes ante la justicia humana y ante la de Dios. Pero si no nos hacen perder el ánimo y la generosidad, se habrán quedado sin armas para someternos». Si todos nosotros, en especial nuestros jóvenes, nos disponemos decididamente a poner amor en el sentido de San Juan de la Cruz (Carta 26) «adonde no hay amor», entonces sacaremos amor, y se abrirán de nuevo para nuestro tiempo los amplios y luminosos caminos de la paz. Amén. |
||
Recibir NOVEDADES FLUVIUM |
|