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Una
Cruz entregada |
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Muy queridos jóvenes:
1. Hace quince años, al terminar el Año
Santo de la Redención, os entregué una gran Cruz de
leño invitándoos a llevarla por el mundo, como signo
del amor del Señor Jesús por la humanidad y como anuncio
que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación
y redención. Desde entonces, sostenida por brazos y corazones
generosos, está haciendo una larga e ininterrumpida peregrinación
a través de los continentes, mostrando que la Cruz camina con
los jóvenes y que los jóvenes caminan con la Cruz.
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La
Cruz y las Jornadas Mundiales de la Juventud |
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Alrededor de la "Cruz del Año Santo" han nacido y
han crecido las Jornadas Mundiales de la Juventud, significativos
"altos en el camino" en vuestro itinerario de jóvenes
cristianos, invitación continua y urgente a fundar la vida
sobre la roca que es Cristo. ¿Cómo no bendecir al Señor
por los numerosos frutos suscitados en las personas y en toda la Iglesia
a partir de las Jornadas Mundiales de la Juventud, que en esta última
parte del siglo han marcado el recorrido de los jóvenes creyentes
hacia el nuevo milenio?
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En
Roma |
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Después de haber atravesado los continentes, esta Cruz ahora
vuelve a Roma trayendo consigo la oración y el compromiso de
millones de jóvenes que en ella han reconocido el signo simple
y sagrado del amor de Dios a la humanidad. Como sabéis, precisamente
Roma acogerá la Jornada Mundial de la Juventud del año
2000, en el corazón del Gran Jubileo.
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Invitación |
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Queridos jóvenes, os invito a emprender con alegría
la peregrinación hacia esta gran cita eclesial, que será,
justamente, el "Jubileo de los Jóvenes". Preparaos
a cruzar la Puerta Santa, sabiendo que pasar por ella significa fortalecer
la propia fe en Cristo para vivir la vida nueva que Él nos
ha dado (cfr. Incarnationis mysterium, 8).
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Lo
exclusivo del Cristianismo |
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2. Como tema para vuestra XV Jornada Mundial he elegido la frase lapidaria
con la que el apóstol Juan expresa el profundo misterio del
Dios hecho hombre: "la Palabra se hizo carne, y puso su Morada
entre nosotros" (Jn 1, 14). Lo que caracteriza la fe cristiana,
a diferencia de todas las otras religiones, es la certeza de que el
hombre Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios, la Palabra hecha
carne, la segunda persona de la Trinidad que ha venido al mundo. Esta
"es la alegre convicción de la Iglesia desde sus comienzos
cuando canta 'el gran misterio de la piedad': Él ha sido manifestado
en la carne" (Catecismo de la Iglesia Católica, 463).
Dios, el invisible, está vivo y presente en Jesús, el
hijo de María, la Theotokos, la Madre de Dios. Jesús
de Nazaret es Dios-con-nosotros, el Emmanuel: quien le conoce, conoce
a Dios; quien le ve, ve a Dios; quien le sigue, sigue a Dios; quien
se une a él está unido a Dios (cfr. Gv 12, 44-50). En
Jesús, nacido en Belén, Dios se apropia la condición
humana y se hace accesible, estableciendo una alianza con el hombre.
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Un
éxito la garantizado |
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En la vigilia del nuevo milenio, renuevo de corazón la invitación
urgente a abrir de par en par las puertas a Cristo, el cual "a
todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios"
(Jn 1, 12). Acoger a Cristo significa recibir del Padre el mandato
de vivir en el amor a él y a los hermanos, sintiéndose
solidarios con todos, sin ninguna discriminación; significa
creer que en la historia humana, a pesar de estar marcada por el mal
y por el sufrimiento, la última palabra pertenece a la vida
y al amor, porque Dios vino a habitar entre nosotros para que nosotros
pudiésemos vivir en Él.
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Por
amor a los hombres Dios nos entrega al Hijo |
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En la encarnación Cristo se hizo pobre para enriquecernos con
su pobreza, y nos dio la redención, que es fruto sobre todo
de su sangre derramada sobre la cruz (cfr. Catecismo de la Iglesia
Católica, 517). En el Calvario "Él soportaba nuestros
dolores... ha sido herido por nuestras rebeldías..." (Is
53, 4-5). El sacrificio supremo de su vida, libremente consumado por
nuestra salvación, nos habla del amor infinito que Dios nos
tiene. A este proposito escribe el apóstol Juan: "tanto
amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna"
(Jn 3, 16). Lo envió a compartir en todo, menos en el pecado,
nuestra condición humana; lo "entregó" totalmente
a los hombres a pesar de su rechazo obstinado y homicida (cfr. Mt
21, 33-39), para obtener para ellos, con su muerte, la reconciliación.
"El Dios de la creación se revela como Dios de la redención,
como Dios que es fiel a sí mismo, fiel a su amor al hombre
y al mundo, ya revelado el día de la creación... ¡Qué
valor debe tener el hombre a los ojos del Creador, si ha merecido
tener tan grande Redentor!" (Redemptor hominis, 9.10).
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La
Pasión es amor apasionado por los hombres |
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Jesús salió al encuentro de la muerte, no se retiró
ante ninguna de las consecuencias de su "ser con nosotros"
como Emmanuel. Se puso en nuestro lugar, rescatándonos sobre
la cruz del mal y del pecado (cfr. Evangelium vitæ, 50). Del
mismo modo que el centurión romano viendo como Jesús
moría comprendió que era el Hijo de Dios (cfr. Mc 15,39),
también nosotros, viendo y contemplando el Crucifijo, podemos
comprender quién es realmente Dios, que revela en Él
la medida de su amor hacia el hombre (cfr. Redemptor hominis, 9).
"Pasión" quiere decir amor apasionado, que en el
darse no hace cálculos: la pasión de Cristo es el culmen
de toda su existencia "dada" a los hermanos para revelar
el corazón del Padre. La Cruz, que parece alzarse desde la
tierra, en realidad cuelga del cielo, como abrazo divino que estrecha
al universo. La Cruz "se manifiesta como centro, sentido y fin
de toda la historia y de cada vida humana" (Evangelium vitæ,
50).
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Murió
para salvarnos |
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"Uno murió por todos" (2 Cor 5, 14); Cristo "se
entregó por nosotros como oblación y víctima
de suave aroma" (Ef 5, 2). Detrás de la muerte de Jesús
hay un designio de amor, que la fe de la Iglesia llama "misterio
de la redención": toda la humanidad está redimida,
es decir liberada de la esclavitud del pecado e introducida en el
reino de Dios. Cristo es Señor del cielo y de la tierra. Quien
escucha su palabra y cree en el Padre, que lo envió al mundo,
tiene la vida eterna (cfr. Jn 5, 24). Él es "el cordero
de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29.36), el sumo
Sacerdote que, probado en todo como nosotros, puede compadecer nuestras
debilidades (cfr. Heb 4, 14ss) y, "hecho perfecto" a través
de la experiencia dolorosa de la cruz, es "causa de salvación
eterna para todos los que le obedecen" (Heb 5, 9).
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Caer
en la cuenta y reconocer |
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3. Queridos jóvenes, frente a estos grandes misterios aprended
a tener una actitud contemplativa. Permaneced admirando extasiados
al recién nacido que María ha dado a luz, envuelto en
pañales y acostado en un pesebre: es Dios mismo entre nosotros.
Mirad a Jesús de Nazaret, por algunos acogido y por otros vilipendiado,
despreciado y rechazado: es el Salvador de todos. Adorad a Cristo,
nuestro Redentor, que nos rescata y libera del pecado y de la muerte:
es el Dios vivo, fuente de la Vida.
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La
santidad de compartir la vida con Dios a pesar de todo |
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¡Contemplad y reflexionad! Dios nos ha creado para compartir
su misma vida; nos llama a ser sus hijos, miembros vivos del Cuerpo
místico de Cristo, templos luminosos del Espíritu del
Amor. Nos llama a ser "suyos": quiere que todos seamos santos.
Queridos jóvenes, ¡tened la santa ambición de
ser santos, como Él es santo! Me preguntaréis: ¿pero
hoy es posible ser santos? Si sólo se contase con las fuerzas
humanas, tal empresa sería sin duda imposible. De hecho conocéis
bien vuestros éxitos y vuestros fracasos; sabéis qué
cargas pesan sobre el hombre, cuántos peligros lo amenazan
y qué consecuencias tienen sus pecados. Tal vez se puede tener
la tentación del abandono y llegar a pensar que no es posible
cambiar nada ni en el mundo ni en sí mismos.
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Es
posible con Jesús |
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Aunque el camino es duro, todo lo podemos en Aquel que es nuestro
Redentor. No os dirijáis a otro si no a Jesús. No busquéis
en otro sitio lo que sólo Él puede daros, porque "no
hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos" (Hc 4, 12). Con Cristo la santidad -proyecto
divino para cada bautizado- es posible. Contad con él, creed
en la fuerza invencible del Evangelio y poned la fe como fundamento
de vuestra esperanza. Jesús camina con vosotros, os renueva
el corazón y os infunde valor con la fuerza de su Espíritu.
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Sin
miedo para implantar la verdad y la justicia en el mundo |
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Jóvenes de todos los continentes, ¡no tengáis
miedo de ser los santos del nuevo milenio! Sed contemplativos y amantes
de la oración, coherentes con vuestra fe y generosos en el
servicio a los hermanos, miembros activos de la Iglesia y constructores
de paz. Para realizar este comprometido proyecto de vida, permaneced
a la escucha de la Palabra, sacad fuerza de los sacramentos, sobre
todo de la Eucaristía y de la Penitencia. El Señor os
quiere apóstoles intrépidos de su Evangelio y constructores
de la nueva humanidad. Pero ¿cómo podréis afirmar
que creéis en Dios hecho hombre si no os pronunciáis
contra todo lo que degrada la persona humana y la familia? Si creéis
que Cristo ha revelado el amor del Padre hacia toda criatura, no podéis
eludir el esfuerzo para contribuir a la construcción de un
nuevo mundo, fundado sobre la fuerza del amor y del perdón,
sobre la lucha contra la injusticia y toda miseria física,
moral, espiritual, sobre la orientación de la política,
de la economía, de la cultura y de la tecnología al
servicio del hombre y de su desarrollo integral.
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El
Jubileo es momento propicio para la manifestación de Dios |
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4. Deseo de corazón que el Jubileo, ya a las puertas, sea una
ocasión propicia para una gran renovación espiritual
y para una celebración extraordinaria del amor de Dios por
la humanidad. Desde toda la Iglesia se eleve "un himno de alabanza
y agradecimiento al Padre, que en su incomparable amor nos ha concedido
en Cristo ser "conciudadanos de los santos y familiares de Dios"
(Ef 2, 19)" (Incarnationis mysterium, 6). Nos conforta la certeza
manifestada por el apóstol Pablo: Si Dios no perdonó
a su propio Hijo, sino que le entregó por todos nosotros, ¿cómo
no nos dará con él todas las cosas? ¿Quién
nos separará del amor de Cristo? En todos los acontecimientos
de la vida, incluso la muerte, salimos vencedores, gracias a aquel
que nos amó hasta la Cruz (cfr. Rm 8, 31-37).
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La
Iglesia proclama a Dios |
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El misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y el de la Redención
por él llevada a cabo para todas las criaturas constituyen el
mensaje central de nuestra fe. La Iglesia lo proclama ininterrumpidamente
durante los siglos, caminando "entre las incomprensiones y las
persecuciones del mundo y las consolaciones de Dios" (S. Agustín,
De Civ. Dei 18, 51,2; PL 41, 614) y lo confía a todos sus hijos
como tesoro precioso que cuidar y difundir. |
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La
fe en Cristo es la respuesta definitiva |
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También vosotros, queridos jóvenes, sois destinatarios
y depositarios de este patrimonio: "Ésta es nuestra fe.
Ésta es la fe de la Iglesia. Y nosotros nos gloriamos de profesarla,
en Jesucristo nuestro Señor" (Pontifical Romano, Rito de
la Confirmación). Lo proclamaremos juntos en ocasión de
la próxima Jornada Mundial de la Juventud, a la que espero que
participaréis en gran número. Roma es "ciudad santuario",
donde la memoria de los Apóstoles Pedro y Pablo y de los mártires
recuerdan a los peregrinos la vocación de todo bautizado. Ante
el mundo, el mes de agosto del próximo año, repetiremos
la profesión de fe del apóstol Pedro: "Señor,
¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida
eterna" (Jn 6, 68) porque "Tú eres el Cristo, el Hijo
de Dios vivo" (Mt 16, 16). |
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El
Evangelio es el "Libro de la Vida" para la vida de los hombres |
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También a vosotros, muchachos y muchachas, que seréis
los adultos del próximo siglo, se os ha confiado el "Libro
de la Vida", que en la noche de Navidad de este año el Papa,
siendo el primero que cruzará la Puerta Santa, mostrará
a la Iglesia y al mundo como fuente de vida y esperanza para el tercer
milenio (cfr. Incarnationis mysterium, 8). Que el Evangelio se convierta
en vuestro tesoro más apreciado: en el estudio atento y en la
acogida generosa de la Palabra del Señor encontraréis
alimento y fuerza para la vida de cada día, encontraréis
las razones de un compromiso sin límites en la construcción
de la civilización del amor. |
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María |
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5. Dirijamos ahora la mirada a la Virgen Madre de Dios, a quien la devoción
del pueblo cristiano le ha dedicado uno de los monumentos más
antiguos y significativos que se conservan en la ciudad de Roma: la
basílica de Santa María Mayor. |
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Meditar
el Angelus |
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La Encarnación del Verbo y la redención del hombre están
estrechamente relacionadas con la Anunciación, cuando Dios le
reveló a María su proyecto y encontró en ella,
joven como vosotros, un corazón totalmente disponible a la acción
de su amor. Desde hace siglos la piedad cristiana recuerda todos los
días, recitando el Angelus Domini, la entrada de Dios
en la historia del hombre. Que esta oración se convierta en vuestra
oración, meditada cotidianamente. |
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Colocados
bajo el amparo de María y animados con su impulso |
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María es la aurora que precede el nacimiento del Sol de Justicia,
Cristo nuestro Redentor. Con el "sí" de la Anunciación,
abriéndose totalmente al proyecto del Padre, Ella acogió
e hizo posible la encarnación del Hijo. Primera entre los discípulos,
con su presencia discreta acompañó a Jesús hasta
el Calvario y sostuvo la esperanza de los Apóstoles en espera
de la Resurrección y de Pentecostés. En la vida de la
Iglesia continúa siendo místicamente Aquella que precede
el adviento del Señor. A Ella, que cumple sin interrupción
el ministerio de Madre de la Iglesia y de cada cristiano, le encomiendo
con confianza la preparación de la XV Jornada Mundial de la Juventud.
Que María Santísima os enseñe, queridos jóvenes,
a discernir la voluntad del Padre del cielo sobre vuestra existencia.
Que os obtenga la fuerza y la sabiduría para poder hablar a Dios
y hablar de Dios. Con su ejemplo os impulse para ser en el nuevo milenio
anunciadores de esperanza, de amor y de paz. |
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Hasta
el encuentro en Roma encomendados a Dios |
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En espera de encontraros en gran número en Roma el próximo
año, "os encomiendo a Dios y a la Palabra de su gracia,
que tiene poder para construir el edificio y daros la herencia con
todos los santificados" (Hc 20, 32) y de corazón, con
gran cariño, os bendigo a todos, junto a vuestras familias
y las personas queridas.
Desde el Vaticano, 29 de junio de 1999, Solemnidad
de los santos Apóstoles Pedro y Pablo.
Ioannes Paulus P.P. II
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