Cristo, rey en las vicisitudes de la historia

Intervención que pronunció Juan Pablo II en la audiencia general en la que meditó sobre el Salmo 109, «El mesías, rey y sacerdote».

Ciudad el Vaticano, 26 noviembrero 2003

Salmo 109

Oráculo del Señor a mi Señor:
«siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies».
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos.

«Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré, como rocío,
antes de la aurora».

El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
«Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec».

El Señor a tu derecha, el día de su ira,
quebrantará a los reyes.
En su camino beberá del torrente,
por eso, levantará la cabeza.

El tan conocido salmo mesiánico

        1. Hemos escuchado uno de los Salmos más famosos en la historia de la cristiandad. El Salmo 109, que la Liturgia de las Vísperas nos propone cada domingo, es citado repetidamente por el Nuevo Testamento. De manera particular se aplican a Cristo los versículos 1 y 4, siguiendo la antigua tradición judía, que había transformado este himno de canto real davídico en Salmo mesiánico.

        La popularidad de esta oración se debe también a su recitación constante en las Vísperas del domingo. Por este motivo, el Salmo 109, en la versión latina de la «Vulgata», ha sido objeto de numerosas y espléndidas composiciones musicales que han salpicado la historia de la cultura occidental. La liturgia, según la praxis elegida por el Concilio Vaticano II, ha recortado del texto original hebreo del Salmo, que por cierto sólo tiene 63 palabras, el violento versículo 6. Recalca la tonalidad de los «Salmos de imprecación» y describe al rey judío cuando avanza en una especie de campaña militar, aplastando a sus adversarios y juzgando a las naciones.

Dios exalta a su Elegido

        2. Dado que tendremos la oportunidad de volver a meditar en otras ocasiones sobre este Salmo, por el frecuente uso que hace de él la Liturgia, nos contentaremos por el momento con ofrecer una mirada de conjunto.

        En él se pueden distinguir con claridad dos partes. La primera (Cf. versículos 1-3) contiene un oráculo dirigido por Dios a quien el Salmista llama «mi Señor», es decir, al rey de Jerusalén. El oráculo proclama la entronización del descendiente de David «a la derecha» de Dios. El Señor, de hecho, se le dirige con estas palabras: «siéntate a mi derecha» (versículo 1). Probablemente nos encontramos ante la referencia a un rito, según el cual, el elegido se sentaba a la derecha del Arca de la Alianza para recibir el poder de gobierno del rey supremo de Israel, es decir, del Señor.

Manifiesta supremacía de Dios         3. Como telón de fondo se perciben fuerzas hostiles, neutralizadas por una conquista victoriosa: los enemigos son representados a los pies del soberano, que camina solemnemente entre ellos, rigiendo el cetro de su autoridad (Cf. versículos 1-2). Ciertamente es el reflejo de una situación política concreta, que se daba en los momentos del paso de poder de un rey a otro, con la rebelión de algunos subalternos y con intentos de conquista. Pero el texto hace referencia a un enfrentamiento de carácter general entre el proyecto de Dios, que actúa a través de su elegido, y los designios de quienes quisieran afirmar un poder hostil y prevaricador. Se da el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal, que tiene lugar en las vicisitudes históricas, a través de las cuales Dios se manifiesta y nos habla.
El Rey es Sacerdote

        4. La segunda parte del Salmo contiene, sin embargo, un oráculo sacerdotal, que también tiene por protagonista al rey davídico (Cf. versículos 4-7). Garantizada por un solemne juramento divino, la dignidad real abarca también la sacerdotal. La referencia a Melquisedec, rey-sacerdote de Salem, es decir, la antigua Jerusalén (Cf. Génesis 14), busca justificar quizá el sacerdocio particular del rey junto al sacerdocio oficial levítico del templo de Sión. Es sabido, además, que la Carta a los Hebreos se basará precisamente en este oráculo –«Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec» (Salmo 109, 4)– para ilustrar el perfecto y particular sacerdocio de Jesucristo.

        Examinaremos después más a fondo el Salmo 109, con un análisis de cada uno de los versículos.

Como Cabeza de las ovejas

        5. Como conclusión, sin embargo, queremos volver a leer el versículo inicial del Salmo con el oráculo divino: «siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». Lo haremos con Máximo de Turín (siglo IV-V), quien en su Sermón sobre Pentecostés hace este comentario: «Según nuestra costumbre, el trono se ofrece a quien, tras haber realizado una empresa, al llegar vencedor, merece sentarse en un puesto de honor. Del mismo modo, el hombre Jesucristo, al vencer con su pasión al diablo, abriendo con su resurrección los reinos bajo tierra, llegando victorioso al cielo, al haber realizado una empresa, escucha de Dios Padre esta invitación: "Siéntate a mi derecha". No hay por qué sorprenderse por el hecho de que el Padre le ofrezca el trono al hijo, que por naturaleza es de la misma sustancia del Padre... El Hijo se sienta a la derecha porque, según el Evangelio, están las ovejas, mientras que a la izquierda están los cabritos. Es necesario, por tanto, que el primer Cordero esté en el lugar de las ovejas y que su Cabeza inmaculada tome posesión con anticipación del lugar destinado al rebaño inmaculado que le seguirá» (40,2: «Scriptores circa Ambrosium», IV, Milano-Roma 1991, p. 195).