Jubileo de los Jóvenes

PALABRAS DEL SANTO PADRE EN SAN JUAN DE LETRÁN

15 de agosto 2000

  Roma feliz pues en ella se dio testimonio de la fe  

1. "O Roma felix!" "¡Oh, Roma feliz!".

Con esta exclamación, a lo largo de los siglos, innumerables multitudes de peregrinos, antes de vosotros, amadísimos jóvenes y muchachas que habéis venido para la XV Jornada mundial de la juventud, se encaminaban hacia la ciudad de Roma para arrodillarse ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo.

"¡Oh, Roma feliz!". Feliz, porque fue consagrada por el testimonio y la sangre de los apóstoles san Pedro y san Pablo, quienes aún hoy, como dos "olivos lozanos" y dos "lámparas encendidas", nos indican, junto con todos los demás santos y mártires, a Cristo, al que hemos venido aquí a celebrar: el Verbo que "se hizo carne, y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14), Jesucristo, el Hijo de Dios, testimonio vivo del amor eterno del Padre a nosotros.

"¡Oh, Roma feliz!". Feliz, porque también hoy este testimonio, que conservas, sigue vivo y se ofrece al mundo; en particular, se ofrece al mundo de las jóvenes generaciones.

  Saludo agradecido del Papa a los jóvenes italianos  


2. Os saludo a todos con afecto, jóvenes y muchachas, pertenecientes a la diócesis de Roma y a las Iglesias que están en Italia. Saludo al cardenal Camillo Ruini, vicario de Roma y presidente de la Conferencia de los obispos italianos, y le agradezco las palabras que me ha dirigido. También doy las gracias a los dos jóvenes romanos que me han saludado en nombre de todos vosotros.

Me alegra ver que habéis venido en tan gran número, y me congratulo con cuantos de vosotros han colaborado para que en este excepcional encuentro puedan participar muchachos y muchachas también de otros países.

Sé cuánto se han esmerado los jóvenes de las diversas diócesis italianas para preparar este momento de "intercambio de felicidad". Ojalá que en esta ciudad, que conserva las tumbas y las memorias de quienes dieron testimonio del Salvador del mundo, todos los jóvenes se encuentren durante estos días con Jesús, que conoce el secreto de la verdadera felicidad y la prometió a sus amigos con estas palabras: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" (Jn 15, 11).

  El primer encuentro  


Queridos jóvenes, en este momento tan esperado y significativo, vuelvo espontáneamente con el pensamiento al primer encuentro mundial de la juventud, que tuvo lugar precisamente aquí, delante de la catedral de Roma. De aquí partimos también hoy para vivir una nueva experiencia a nivel mundial: es el encuentro del comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo milenio. Os deseo que el corazón de cada uno de vosotros se encuentre con Cristo, eternamente vivo.

  Ser acogedores  


3. Jóvenes y muchachas romanos, hijos de la Iglesia que tiene como obispo al Sucesor de Pedro y que, como escribió san Ignacio de Antioquía, está llamada a "presidir en la caridad" (Ad Romanos, Introd.), sentíos comprometidos también durante estos días a acoger a los demás jóvenes que han venido desde todas las regiones del mundo. Entablad con ellos una amistad cordial. Haced que su estancia en Roma sea feliz, distinguiéndoos por el espíritu de servicio y por la acogida amistosa, según el estilo de los amigos de Jesús -Lázaro, Marta y María-, que a menudo lo hospedaban en su casa. Abrid las puertas de vuestros hogares a los peregrinos de esta Jornada mundial de la juventud, junto con los jóvenes de las doce diócesis confinantes con Roma, convirtiéndola en ciudad acogedora, casa amiga, para que también aquí, hoy, se realice un encuentro entre amigos: entre todos nosotros y nuestro gran amigo, Jesús.

  Que en la vida reine Cristo  


4. Queridos jóvenes peregrinos del tercer milenio, vivid intensamente esta Jornada mundial. A través del contacto con numerosos coetáneos que, como vosotros, quieren seguir a Cristo, atesorad las palabras que os dirigirán los obispos, acogiendo la voz del Señor para fortalecer vuestra fe y testimoniarla sin miedo, conscientes de ser herederos de un gran pasado.

Al inaugurar vuestro jubileo, amadísimos jóvenes y muchachas, deseo repetir las palabras con las que comencé mi ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal; quisiera que estas palabras guiaran vuestros días romanos: "¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!". Abrid vuestro corazón, vuestra vida, vuestras dudas, vuestras dificultades, vuestras alegrías y vuestros afectos a su fuerza salvífica y dejad que él entre en vuestro corazón. "¡No tengáis miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo él lo sabe!". Lo dije el 22 de octubre de 1978. Lo repito hoy con la misma convicción, con la misma fuerza, viendo resplandecer en vuestros ojos la esperanza de la Iglesia y del mundo. Sí, dejad que Cristo reine en vuestras jóvenes existencias; servidle con amor. ¡Servir a Cristo es libertad!

  El ejemplo de María  


5. Inauguremos estas jornadas bajo la mirada de María santísima, a quien hoy contemplamos en su Asunción al cielo: que el ejemplo de la joven Virgen de Nazaret os ayude a decir sí al Señor que llama a vuestra puerta, y desea entrar y permanecer con vosotros.

Poco antes de concluir el discurso, probablemente leyendo un cartel que rezaba: "Il Papa, un giovane come noi", "El Papa, un joven como nosotros" y respondiendo a las aclamaciones de los jóvenes dijo:

El Papa vive desde hace ochenta años y los jóvenes lo quieren siempre joven. ¿Cómo hacerlo? Gracias por esta catequesis vuestra.

  Siempre cerca de la Virgen  


Os deseo que os sintáis bien aquí en Roma, que os sintáis siempre cerca de la Virgen Salus populi romani, que sintáis su cercanía maternal. Este es mi último deseo, porque debo trasladarme a San Pedro para dar la bienvenida, también en nombre vuestro, a cuantos han venido a Roma de todas las partes del mundo para celebrar y vivir con vosotros el jubileo de los jóvenes.