Juan Pablo II recuerda a Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa

Intervención que pronunció Juan Pablo II en la audiencia general dedicada a recordar el vigesimoquinto aniversario de la muerte de su predecesor, Albino Luciani (1912-1978), elegido Papa con el nombre de Juan Pablo I.

Ciudad del Vaticano, 27 agosto 2003.

Conquistó los corazones         1. En la tarde del sábado 26 de agosto de 1978 fue elegido pontífice mi venerado predecesor Juan Pablo I. Ayer se cumplieron veinticinco años de aquel acontecimiento. Evoco hoy aquellos momentos que tuve la alegría de vivir con íntima conmoción. Recuerdo cómo sus palabras tocaron profundamente a la gente que abarrotaba la plaza de San Pedro. Desde su primera aparición en el balcón central de la Basílica Vaticana, se creó con los presentes una corriente de espontánea simpatía. Su rostro sonriente, su mirada confiada y abierta conquistaron el corazón de los romanos y de los fieles de todo el mundo.

        Procedía de la ilustre comunidad eclesial de Venecia, que ya había dado a la Iglesia, en el siglo XX, dos grandes pontífices: san Pío X, del que precisamente en este año conmemoramos el centenario de su elección como Papa, y el beato Juan XXIII, de quien recordamos en junio los cuarenta años de su muerte.

Coloquio continuo con Jesús

        2. «Nos abandonamos con confianza en la ayuda del Señor», dijo el nuevo Papa en su primer radiomensaje. Ante todo, fue un maestro de fe limpia, sin cesiones a modas pasajeras y mundanas. Trataba de adaptar sus enseñanzas a la sensibilidad de la gente, pero conservando siempre la claridad de la doctrina y la coherencia de su aplicación a la vida.

        Pero, ¿cuál era el secreto de su atracción? No pudo ser otro que el contacto ininterrumpido con el Señor. «Tú lo sabes. Contigo trato de tener un coloquio continuo», escribió en uno de sus escritos en forma de carta a Jesús. «Lo importante es imitar y amar a Cristo»: esta es la verdad que, traducida en vida concreta, hace que «cristianismo y alegría vayan bien juntos».

Humildad y optimismo

        3. Al día siguiente de su elección, en el «Angelus» del domingo 27 de agosto, después de haber recordado a sus predecesores, el nuevo Papa dijo: «No tengo ni la sabiduría del corazón del Papa Juan, ni la preparación y la cultura del Papa Pablo, pero estoy en su lugar. Tengo que tratar de servir a la Iglesia».

        Estaba unido por profundos lazos a los Papas que le habían precedido. Ante ellos se hacía pequeño, manifestando esa humildad que siempre constituyó su primera regla de vida. Humildad y optimismo fueron la característica de su existencia. Precisamente gracias a estas cualidades, dejó en su fugaz paso entre nosotros un mensaje de esperanza que encontró acogida en muchos corazones. «Ser optimistas a pesar de todo –le gustaba repetir–. La confianza en Dios debe ser el eje de nuestros pensamientos y de nuestras acciones». Y observaba con realismo animado por la fe: «Los principales personajes de nuestra vida son dos: Dios y cada uno de nosotros».

El progreso con Dios

        4. Su palabra y su persona penetraron en el alma de todos y por este motivo fue sobrecogedora la noticia de su muerte imprevista, acaecida en la noche del 28 de septiembre de 1978. Se apagaba la sonrisa de un pastor cercano a la gente, que con serenidad y equilibrio sabía entrar en diálogo con la cultura y con el mundo.

        Los pocos discursos y escritos que nos dejó como Papa se suman a la considerable colección de sus textos, que veinticinco años después de su muerte mantienen una actualidad sorprendente. En una ocasión dijo: «El progreso con hombres que se aman, considerándose hermanos e hijos del único Padre, Dios, puede ser algo maravilloso. El progreso con hombres que no reconocen en Dios al único Padre se convierte en un peligro continuo». ¡Cuánta verdad hay en estas palabras, útiles también para los hombres de nuestro tiempo!

Una sabia advertencia

        5. ¡Que la humanidad sepa acoger una advertencia tan sabia y apagar los numerosos polvorines de odio y violencia presentes en tantas partes de la tierra para construir, en la concordia, un mundo más justo y solidario!

        Por intercesión de María, de la que Juan Pablo I se consideró siempre un tierno y devoto hijo, pedimos al Señor que acoja en su reino de paz y de alegría a este fiel servidor suyo. Recemos también para que su enseñanza, que toca lo concreto de las situaciones cotidianas, sea luz para los creyentes y para toda persona de buena voluntad.