Entrevista con el P. Tadeusz Dajczer

Fundador del Movimiento de las Familias de Nazaret Publicada en el libro "Signos de esperanza, Movimientos y nuevas realidades en la vida de la Iglesia en vísperas del Jubileo", preparado por Mons. Paul Josef Cordes, Presidente del Consejo Pontificio Cor Unum.

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Es un hombre y una sed

Vayamos al principio, Padre. ¿Cómo surgió en usted el interés por la vida interior?

        Este año cumplo cincuenta años desde que entré en el camino de la vida interior. Toda la vida he sido un "loco", lleno de ideales y de anhelos, deseoso de entregarme a algo totalmente y hasta al final. Al principio este ideal era mi Patria. Cuando realizaba mis estudios de bachillerato me fascinaban los héroes que luchaban por la independencia de Polonia: Tadeo Kosciuszko, el gran duque Jozef Poniatowski... Me interesaban también la época napoleónica y la de las insurrecciones polacas. Quería sinceramente entregar mi vida por la Patria. Sin embargo, un poco después pensé: ¿Cómo voy a poder entrar en la Academia de Ciencias Políticas en la época del comunismo? Me ayudó la enfermedad. No es nada fácil estar en la cama durante cuatro meses y medio. Leía muchísimos libros y tenía mucho tiempo para reflexionar. Entre los libros había también algunos de género religioso, por ejemplo "El personaje escondido", la novela sobre el P. Wiliam Doyle, o"La formación del carácter" del P. Marian Pirozynski". Me estremeció mucho la descripción de Getsemaní que leí en libro del sacerdote jesuita, Jan Roztworowski.


¿Duró mucho la lucha para elegir el camino de su vida?

        Casi durante todo el tiempo que duró esta gripe. Igual que Jacob, no quería someterme ni entregarme a Dios. No me veía como sacerdote. Pero, como resultado de mis lecturas y de mis combates interiores, mis ideales cambiaron: de patrióticos se convirtieron en religiosos. Aún no pensaba ser sacerdote, pero sí entregarme a Dios totalmente, ¡esto sí!


¿Cómo nació su vocación sacerdotal?

        La vocación a vivir entregado exclusivamente a Dios tuvo al final que concretarse. No me atraía la posibilidad de realizarme en el mundo, por eso apareció en mi de forma lógica la idea de entrar en el Seminario o en alguna orden religiosa. Después de pensarlo entré en el Seminario. Por aquel entonces visitaba con mucha frecuencia la biblioteca de los jesuitas en la calle Rakowiecka para hojear libros religiosos.


Pero ¿durante cuánto tiempo puede uno orar despertando en él la emotividad?

        Yo era joven y tenía muchas fuerzas; esto duró bastante... varios años, hasta que "el arco se rompió". Me daba cuenta de que no sentía nada y de que ni siquiera era capaz de esforzarme por sentir algo. Me llama la atención cómo Dios, en la mayoría de los casos, venía a mi a través de los libros. En aquella ocasión volvió a ser así. Un amigo mío seminarista me regaló un libro, muy viejo y desgastado, que apenas se podía leer, de René Voillaume: "Au coeur de Masses" (que fue editado posteriormente en Polonia con el título "Echa Nazaretu" –Ecos de Nazaret–). Después de leerlo me sentí como Cristóbal Colón ó Copérnico, ante el descubrimiento de que la oración no tiene por qué ser emotiva. Y me extrañaba de que nunca nadie me lo hubiera dicho antes.


Padre, ¿cómo vivió, usted, sus primeros años de sacerdocio?

        Llegó la soledad. En mi primera parroquia decidí conmover a la gente para atraerlos hacia Dios. Compré en una tienda de los salesianos cinco mil medallas de la Virgen de La Salette, pronuncié una homilía "impactante" y repartí a cada uno una medalla y una estampa pensando que de esta manera todos se convertirán. Las estampas eran preciosas y la homilía trató de las lágrimas de la Virgen. Sin embargo, me sorprendí de los resultados tan escasos. Buscaba instintivamente entre mis compañeros sacerdotes, almas espiritualmente cercanas a mi, con los que podía identificarme. Absorbía todo lo que oía durante nuestros encuentros sacerdotales, en los que participaban entre otros: Jan Zieja, Jan Twardowski, Bronislaw Bozowski, Aleksander Fedorowicz. Durante uno de aquellos encuentros el P. Bronislaw Borowski dijo que las palabras pronunciadas al final de la Misa "Ite, Missa est" deberían ser para nosotros una llamada a salir al encuentro de la gente, ya que estas palabras expresan que la Santa Misa no se termina. Yo escuché aquellas palabras con la boca abierta, era algo totalmente nuevo para mí. Tengo que confesar que debo mucho al P. Aleksander Fedorowicz al que visitábamos regularmente un pequeño grupo de sacerdotes (entre otros el P. Wojciech Danielski). Aunque nos decía cosas muy sencillas, estábamos fascinados con sus palabras. Era como si algo emanara de su persona... En este tiempo me influyó también mucho la espiritualidad de Charles de Foucauld. Sufría mucho por falta de un Director espiritual, por falta de luz para reconocer la voluntad de Dios.


¿Salió Dios, entonces, al encuentro de sus búsquedas espirituales?

        Así es. La ocasión llegó cuando en el año 1966 el primado de Polonia, Stefan Wyszynski, me envió a Roma para estudiar. Después de algunas semanas en Italia fui a San Giovanni Rotondo; era dos años antes de la muerte del Padre Pío. Al llegar a Fiuggi me enteré de que no se podía viajar más allá porque había "sciopero". Yo no entendía que pasaba; en mi experiencia de una Polonia comunista no sabía lo que era una huelga. Al final en un coche lleno de gente y metidos como sardinas llegué a San Giovanni Rotondo y me alojé en la pensión más barata. Era ya muy tarde cuando me fui a la cama, pero a las tres de la noche me despertó un cañoneo de bocinas de coches y los gritos de la gente en la calle. Pensé que había ocurrido alguna desgracia. Me vestí y salí de la pensión. Los italianos, sorprendidos ante mi pregunta, me respondieron que se preparaban para la Misa que iba a celebrar el Padre Pío y que estaba prevista a las cuatro de madrugada. De hecho, a la hora exacta una gran muchedumbre estaba esperando ante la iglesia. Yo estaba delante, cerca de la puerta de entrada. A las cuatro en punto abrieron las puertas y debido a la multitud que se precipitaba para entrar tuve la suerte de ser literalmente "llevado" frente al altar. Estaba arrodillado muy cerca del padre Pío, a una distancia de él de unos pocos metros. La Santa Misa duró unos 40 minutos. El Padre Pío era sostenido por dos frailes.


Padre, usted recuerda detalladamente aquel encuentro. Seguramente debió ser muy importante para usted.

        Es verdad. Yo esperaba intensamente este encuentro con el Padre Pío porque estaba absolutamente convencido de su santidad y de que a través de él Dios me iba a decir lo que tenía que hacer. Hasta hoy esta experiencia permanece muy viva en mi memoria, a pesar del transcurso de los años. Me impresionó de manera especial el rostro del Padre Pío, el rostro del hombre que VEÍA. Durante la Misa el Padre Pío conversaba sin palabras con ALGUIEN presente en el altar. Se percibía que él estaba hablando con una PERSONA VIVA. En su rostro podía contemplarse una profunda conmoción interior.


El padre Pío era conocido como un confesor extraordinario. ¿Se confesó, usted, con él?

        Sí. La confesión con el Padre Pío supuso para mi un gran choque. Nos habíamos juntado en la capilla unos veinte hombres. Yo intentaba concentrarme antes de la confesión pero mi recogimiento era interrumpido varias veces por una fuerte voz que llegaba de la celda. Pregunté a un italiano que estaba arrodillado al lado mío qué sucedía. Él, sorprendido por mi pregunta, me respondió: "Es el padre Pío el que habla tan fuerte. "Las palabras no se entendían con claridad, pero de vez en cuando se volvía a escuchar la misma voz fuerte. Por fin fui llevado a la celda donde confesaba el Padre Pío. No tenía puertas, por eso se oía esa voz en la capilla. Al entrar en ella vi al Padre Pío que estaba sentado en el banco y que me penetraba con su mirada excepcional. Me llama la atención que durante todo este encuentro no noté nada extraordinario ni milagroso. No sentí tampoco que el Padre Pío penetrara mi conciencia. Pero en un momento interrumpió nuestra conversación y me preguntó cuánto tiempo hacía que me había confesado. El comentario que me hizo el Padre Pío, se limitaba en realidad a una frase que repetía, no sé cuántas veces, quizás varias decenas; y cada vez con un asombro más grande. Hasta hoy resuenan en mis oídos estas palabras: "Ma, ¿perché...?". "Pero ¿por qué ...?". "¿Por qué no quieres seguir a Dios totalmente, sin ponerle límites? Yo trataba de justificarme diciéndole que estaba buscando, que no sabía..., que no sé qué... "Pero ¿por qué?", repetía cada vez con asombro mayor. El grado de asombro contenido en estas palabras, repetidas con voz muy fuerte y de forma cortante, brusca, eran para mí en realidad una indicación fundamental. Y porque creía absolutamente en la santidad del Padre Pío y de que su voz era la voz de Dios, me di cuenta de que era Dios mismo quien me estaba gritando así. Después de la confesión, un fraile que se hallaba cerca me llevó afuera por los sinuosos pasillos del monasterio. A la salida me quedé de pie apoyado en la pared del convento. Sufrí un "shock". Había perdido la conciencia del mundo, de mí mismo, incluso el sentido del tiempo. Existía solamente una pregunta que como un gran martillo resonaba en mis oídos: ¿Ma, perché ...? No sé cuánto tiempo permanecí de esta manera, inmóvil y apoyado en la pared, quizás tres o cuatro horas. Después, poco a poco, fui recuperando la conciencia y la capacidad de reflexionar. Me preguntaba qué había pasado y empecé a reflexionar pensando cuánto debía cambiar si Dios me había tratado de una forma tan firme.


¿Por qué este encuentro con el Padre Pío supuso para usted un impacto tan profundo?

        Porque este encuentro cambió completamente mi ordenado sistema de valores, la dirección de mi vida y mi relación con Dios. Todo lo que había vivido hasta ese momento se derrumbó. Si lo viéramos como una forma de conversión, deberíamos decir que desde el punto de vista espiritual fue una humillación muy profunda. Este nuevo acontecimiento me exigía cambiar la dirección de mi vida. A partir de él debería esforzarme por dejar de prestar atención a la elaboración de mis propios planes para escuchar con más atención la voz del Espíritu Santo, que me había zarandeado. Este acontecimiento supuso para mi un nuevo nacimiento, a través del Padre Pío, a quien por ello he estado y estoy agradecido, y del que me siento hijo espiritual. Nacer de nuevo viene acompañado por el dolor, tanto físico como espiritual. Esto es una regla. Tuve que bajar una pendiente, o mejor dicho, era algo más fuerte, era como caer de un pedestal. Antes de encontrarme con el Padre Pío me sentía "alguien", recibía muchas luces, tenía una profunda conciencia de haber sido elegido por Dios y aspiraba a grandes ideales. Y en un momento... me sentí "nadie". En otras palabras, Dios me había dado una fuerte lección de humildad.


¿Esto quiere decir que fue el principio de una etapa completamente nueva en su vida?

        El hombre no cambia en un momento, por eso no puedo decir que me volviese alguien diferente. Pero el encuentro con este hombre de Dios dejó en mi vida una huella imborrable que cambió radicalmente y sin duda alguna mi actitud interior. Después de volver de San Giovanni Rotondo a Roma usted continuó sus estudios.


¿Cuáles fueron durante ese periodo sus principales inspiraciones científicas?

        Mi interés científico estaba relacionado con la persona de Mircea Eliade, especialista de fama mundial en la Ciencia de las Religiones. Sus resultados científicos y sus cursos, que pude escuchar en Chicago, inspiraron mi trabajo. Me acompañaron varias dificultades, relacionadas entre otras cosas con el Director de mi tesis, quien desde luego ha sido un científico excelente, pero a la vez un hombre difícil en el trato personal. Imponía grandes exigencias a sus estudiantes, por lo que en aquel tiempo fui su único doctorando. En mis investigaciones científicas estaba abandonado a mí mismo, solo podía contar con mi propio esfuerzo. Siendo consciente de que en Polonia no encontraría bibliografía para preparar mi doctorado superior, cambié el orden: primero escribí la tesis de mi doctorado superior y, aprovechando esta ocasión, la tesis de doctorado. La falta de ayuda activa por parte de mi Director resultó para mi providencial. Elaboré mi propio método científico.


¿Se relacionaban de algún modo las dos dimensiones: vida interior y trabajo científico?

        La Ciencia de religiones me ayudo muchísimo en mi vida espiritual, ya que sin los estudios sobre la Historia de religiones ó eliadismo nunca hubiera descubierto tan profundamente el fenómeno de la secularización en la cultura occidental. En las culturas investigadas por mí, tanto del Cercano como del Lejano Oriente, contemporáneas o de tiempos remotos, el sacrum estaba presente de manera radical en la totalidad de la vida, la dimensión secular, en cambio, ocupaba un mínimo porcentaje. Por el contrario, en la cultura occidental la situación es completamente al revés. La dimensión del sacrum en el hombre contemporáneo, de la cultura occidental, ocupa un ámbito insignificante de su vida. Lo observaba muy a menudo, por ejemplo, en Holanda, Alemania o Francia. Por otro lado fue para mi conmovedor el encuentro con un monje budista que me confesó, con toda sencillez, que dedicaba nueve horas diarias a la meditación. Usando las categorías de la parábola del sembrador podía comprobar continuamente que, desde el punto de vista de nuestra fe, las religiones no cristianas aún no secularizadas, sin poseer "la semilla" totalmente buena poseen sin embargo "una tierra" muy buena, es decir, un hombre abierto enormemente a lo sagrado. El Concilio Vaticano II enseña que en estas religiones subsisten elementos de la verdad y del bien que coexisten con elementos de error y falsedad. En cambio, en el cristianismo, "la semilla" perfecta del Evangelio y de la gracia cae en "la tierra" profundamente secularizada de la cultura occidental. De la reflexión de este problema nació mi vocación a trabajar sobre "la tierra" de las almas de los hombres. Esto encontró su expresión, entre otras cosas, en el servicio como confesor estable, y en casos particulares, como Director espiritual.


¿Cómo entiende, usted, Padre, la dirección espiritual?

        La dirección espiritual tiene que subordinarse a algunas reglas. La más importante de ellas proviene de la convicción de que es el Espíritu Santo quien dirige y conduce a las almas. Por ello se ha de subrayar el carácter servicial y secundario del sacerdote como instrumento de Dios. Si el Espíritu Santo es el verdadero y propio Director espiritual de un alma, entonces el sacerdote debe, ante todo, esforzarse por escuchar atentamente la voz de Dios para no adelantarse a la actuación de la gracia. La dirección espiritual encaminada a la formación de una conciencia madura, ha de entenderse como la comunicación del Espíritu Santo al hombre en el contexto de dos libertades: la de Dios y la del hombre. Esto significa por un lado que el director espiritual no debe adelantarse a la actuación de la gracia y, por otro, que tiene que respetar la libertad de la persona y acercarse a ella con el respeto que brota de la humildad y del amor, teniendo en cuenta que, generalmente, el hombre descubre su interior con dificultad.

        El director espiritual conforme a la norma contemplata allis tradere (sólo se transmite lo que se vive), debe ser, ante todo, el hombre de la oración y de la humildad. Al mismo tiempo, debe respetar el camino individual e irrepetible de cada persona, sin imponerle sus propias concepciones o ideas, ni el propio camino por el que él anda. El que dirige a las almas debe vivir él mismo la experiencia de la Misericordia de Dios para poder acompañar al alma en el punto más sensible de su encuentro con la gracia, es decir en la experiencia de su propia debilidad. Estos momentos de debilidad son, precisamente, los momentos privilegiados en el camino hacia Dios. Gracias a ellos el alma no puede dirigir ya todos sus esfuerzos en satisfacer las expectativas de su director espiritual y recobra su identidad esperando que Dios derrame sobre ella su Misericordia. Entonces –gracias a su Misericordia– sucede lo más importante: que el Espíritu Santo pueda comunicarse a la persona, y mostrar perfecta su fuerza en la debilidad.


Padre, ¿cómo se ha formado en usted el entendimiento de la fe?

        Esto está relacionado con una profunda experiencia espiritual que viví a comienzos del mes agosto del Año Jubilar de 1975. Iba en un tren nocturno a Zakopane y no podía dormir. Entonces empecé a reflexionar sobre mi fe, y en el transcurso de las horas llegué a la conclusión de que soy hombre de poca fe. Comprendí, entonces, que la fe es mirar el mundo de una forma completamente diferente. Es como mirarlo desde una altura enorme. El mundo visto desde arriba es pequeño, se ve a la gente de un tamaño microscópico y se perciben algunos movimientos. Esta mirada "desde arriba" me parecía más cercana a la que Dios tiene cuando mira al mundo. Los pensamientos pasaban por mi cabeza como relámpagos. Si Cristo, el Señor –pensaba yo–, precisamente a los Apóstoles que dejándolo todo le han seguido y han creído en Él, les reprochaba tanto su falta de fe o su fe tan pequeña, eso significa que Cristo hablaba de otra fe. Por eso les cuestionaba, les ponía en duda, su fe. Comenzaba a entender cada vez mejor –y todo esto al ritmo del ruido del tren– que para descubrir cómo tengo que creer debo, siguiendo la indicación de Jesucristo, cuestionar mi fe.


¿Esto significa que usted entendía el cuestionamiento la fe como la esencia de la conversión?

        Poner en duda le fe, era el punto de partida, la destrucción de todo lo que estaba muerto y distorsionado, lejos de la verdad del Evangelio. A mis reflexiones acerca de esta verdad les acompañaba un entusiasmo extraordinario, como si algo nuevo ocurriera en mí. Empezaba a entender que el cuestionamiento de la fe que había experimentado, me había servido para descubrir que la fe es contemplar el mundo de un modo absolutamente distinto al común. Fue como si hubiese subido a una torre muy alta y mirara al mundo nuevamente, como si lo viera por primera vez, de un modo nuevo, completamente distinto, solo que ésta vez de manera sobrenatural.


¿Cuál fue la primera consecuencia de aquella experiencia espiritual?

        Al llegar a Zakopane dije a los que me esperaban en la estación: "He encontrado el camino de la conversión. Quiero hablaros sobre la fe". Les dirigí una serie de conferencias sobre el tema de la fe. Trataba de decirles que todo lo que nos encontramos a lo largo de la vida tiene otra dimensión y, que es precisamente la fe la que nos descubre el significado de ésta dimensión. El tiempo libre que había entre las conferencias lo dedicaba a conversaciones individuales con ellos, procurando ante todo escuchar a mis interlocutores.


¿Con qué problemas venían?

        Eran sobretodo problemas de la vida diaria relacionados con la familia, el trabajo, la salud, o las cosas sencillas de cada día... Intentaba comentar cada asunto a la luz de la fe. Era una búsqueda del sentido profundo y espiritual de esos acontecimientos. Se trataba de descubrir el elemento sobrenatural escondido detrás de la cortina de la cotidianidad. Estas conversaciones no fueron fáciles, ya que el hombre cambia con dificultad sus opiniones y sus puntos de vista. Sin embargo, fueron un intento de mostrar a mis oyentes que cada uno de los acontecimientos que me contaban era el paso de Dios por su vida y una llamada dirigida al hombre. Intentaba hacerles entender que todo lo que ocurría en sus vidas era importante desde el punto de vista de la fe, que Dios quería algo más, que esperaba el siguiente paso de su conversión.


¿Esa experiencia espiritual que cuenta tuvo su continuación?

        Al día siguiente de la llegada a Zakopane caí en la cuenta de que había una gracia especial vinculada a esta experiencia que empezaba a vivir. Subí la colina Gubalowka y durante la subida me di cuenta de que mis labios pronunciaban sin parar una oración. Repetía sin parar las mismas palabras durante unas cuantas horas y no me cansaba. Después de un tiempo de pausa en la oración, volvió de nuevo. Durante este periodo me abismaba en la lectura del libro "Para conocer mejor a Santa Teresa de Lisieux", de cuyos escritos conocía sobretodo, desde hacía tiempo, "Consejos y Recuerdos", pero que precisamente entonces, leyendo aquel libro, sentía como si estuviese descubriendo de nuevo "el pequeño camino".


¿Apareció algún fruto espiritual concreto?

        Intentaba compartir con los demás esta experiencia relacionada con el descubrimiento de lo que es la fe. Daba muchas conferencias, entre ellas a religiosas. Si desde mi primera conversión la teoría y la práctica de la vida espiritual se habían convertido para mi en una pasión, después de mi experiencia espiritual "de Zakopane" esa pasión se intensificó mucho más. Esto dio como fruto mi profundo compromiso por crear y dirigir grupos de vida interior. Estos grupos practicaban con un afán extraordinario la ascesis siguiendo los mejores ejemplos, como: Santa Teresa del Niño Jesús, San Juan de la Cruz, San Maximiliano Kolbe. La mayoría de los participantes en estos grupos experimentaban un constante deseo y una constante insatisfacción en su vida espiritual. Una respuesta importante a este deseo les llegó cuando descubrieron por su cuenta la necesidad de la dirección espiritual. En ese tiempo yo ya ejercía este servicio de la dirección espiritual desde hacía varios años, pero entonces se intensifico muchísimo inmediatamente. La apertura extraordinaria a la gracia entre los seglares que pertenecían a estos grupos dirigidos por mí encontró su expresión en un enorme afán apostólico. Así nació en el año 1985 el Movimiento de las Familias de Nazaret. Gracias a la gran ayuda del P. Andrzej Buczel, pero con dificultad, podíamos satisfacer las necesidades espirituales de la multitud de miembros del Movimiento. Como ejemplo diré que si a comienzos del año 1987 el número de personas comprometidas con el Movimiento era de un poco más de cien personas, al final del año ya superaban las mil. El dinámico desarrollo posterior del Movimiento ha estado relacionado con el compromiso activo de un amplio grupo de sacerdotes.


El Movimiento de las Familias de Nazaret está presente en la actualidad en varios países. ¿Cómo se ha llegado a realizar esto?

        El extraordinario afán apostólico de los miembros del Movimiento encontró su expresión en el deseo de formar comunidades en todo el mundo. Ya en el año 1989, por ejemplo, el Arzobispo D. Rosendo Huesca había erigido el Movimiento en la Archidiócesis de Puebla, en México. Al proceso de creación de comunidades en diversos países le acompañó la necesidad de un material formativo. De esta manera ha nacido una colección de folletos utilizados en el Movimiento de las Familias de Nazaret que en la actualidad ha alcanzado un número aproximado de cuarenta volúmenes. Cada folleto contiene un tema particular tanto sobre asuntos de la vida espiritual como de la vida familiar. El nombramiento del P. Jaroslaw Pilat como Moderador del Movimiento, realizado por el Primado de Polonia Jozef Glemp, ha constituido un nuevo, extraordinario y dinámico impulso para la vida del Movimiento. Este nombramiento ha dado como fruto visible un rápido desarrollo del Movimiento fuera de las fronteras de Polonia, especialmente en Filipinas. Uno de sus obispos filipinos, el obispo de la diócesis de Legazpi, Mons. José C. Sorra, tuvo un profundo interés por conocer el Movimiento y visitó Polonia en el año 1996 para conocer nuestros métodos de trabajo apostólico y de formación espiritual. En la actualidad, centenares de miles de personas en todos los continentes, están relacionados con el Movimiento, y especialmente con su espiritualidad.


¿Podría, usted, brevemente decirnos en qué consiste la esencia del Movimiento de las Familias de Nazaret?

        Este Movimiento es una comunidad en la cual el contacto con Dios está definido por el primado de la persona sobre la acción (agere sequitur esse). Conforme al pensamiento de san Basilio, en la espiritualidad del Movimiento se subraya que a Dios le importa mucho más nuestra persona que nuestra acción. Lo más importante es que Cristo crezca en nosotros, porque entonces nuestra acción estará cada vez más subordinada a la acción del Espíritu Santo, hasta llegar a dar el fruto de la unión transformante.


Padre ¿cómo definiría usted la santidad? ¿Qué es la santidad para los miembros de las Familias de Nazaret?

        Hoy la santidad se entiende de diferentes maneras. El Movimiento de las Familias de Nazaret se fundamenta en la doctrina de san Juan de la Cruz, para quien la santidad es la asunción total del alma por Dios –llamada por él "unión transformante"– en la cual la voluntad del hombre desaparece en cuanto a su individualidad, para recibir totalmente la voluntad de Dios, de tal manera que exista una total unidad entre la voluntad del hombre y la de Dios, sin que nada las separe. El alma está tan conquistada por Dios que ya no vive el hombre, sino Dios en él. Es la unidad que San Pablo expresó con las palabras: "Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20).