Ángelus: Fiesta de la Santísima Trinidad

Palabras del Papa antes de la oración.

Ciudad del Vaticano, junio 07, 2020.
El nombre de Dios es Misericordia
Francisco
En Él solo la esperanza
Jorge M. Bergoglio
Mente abierta corazón creyente
Jorge M. Bergoglio
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

        El evangelio de hoy (cfr. Juan 3, 16-18), fiesta de la Santísima Trinidad, muestra, –en el lenguaje sintético de Juan– el misterio del amor de Dios al mundo, su creación. En el breve diálogo con Nicodemo, Jesús se presenta como Aquél que lleva a cabo el plan de salvación del Padre para el mundo.

        Afirma: “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único” (v. 16). Estas palabras indican que la acción de las tres Personas divinas –Padre, Hijo y Espíritu Santo– es todo un plan de amor que salva a la humanidad y al mundo. Un plan de salvación, de amor. Dios ha creado al mundo bello, bueno, pero el mundo está marcado por la maldad y la corrupción; nosotros, hombres y mujeres, somos pecadores, todos; por lo tanto, Dios podría intervenir para juzgar el mundo, para destruir el mal y castigar a los pecadores. En cambio, Él ama al mundo, a pesar de sus pecados; Dios nos ama a cada uno de nosotros incluso cuando cometemos errores y nos distanciamos de Él. Dios Padre ama tanto al mundo que, para salvarlo, da lo más precioso que tiene: su único Hijo, que da su vida por la humanidad, resucita, vuelve al Padre y, junto con Él, envía el Espíritu Santo. La Trinidad es por lo tanto Amor, completamente al servicio del mundo, al que quiere salvar y reconstruir.

        Cuando pensemos en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, pensemos en el amor de Dios, sabemos que Dios me ama, que nos sentimos amados por Él, este es el sentimiento de hoy.

        Al afirmar Jesús que el Padre ha dado a su Hijo unigénito, recordamos espontáneamente a Abraham, quien ofrecía a su hijo Isaac, como narra el Libro del Génesis (cf. 22, 1-14): ésta es la “medida sin medida” del amor de Dios. Y pensemos también en cómo Dios se revela a Moisés: lleno de ternura, misericordioso y piadoso, lento en la ira y lleno de gracia y fidelidad. El encuentro con este Dios animó a Moisés, quien, como nos dice el libro del Éxodo, no tuvo miedo de interponerse entre el pueblo y el Señor, diciéndole: “Aunque sea un pueblo de dura cerviz, perdona nuestra iniquidad y nuestro pecado, y recíbenos por herencia tuya” (34, 9) y así hizo Dios enviando a su Hijo, nosotros somos hijos en el Hijo con la fuerza del Espíritu Santo, nosotros somos la herencia de Dios.

        Queridos hermanos y hermanas, la fiesta de hoy nos invita a dejarnos fascinar una vez más por la belleza de Dios; belleza, bondad e inagotable verdad. Pero también humilde, cercana, que se hizo carne para entrar en nuestra vida, en nuestra historia, en mi historia, en la historia de cada uno de nosotros, para que cada hombre y mujer pueda encontrarla y obtener la vida eterna. Y esto es la fe: acoger a Dios-Amor que se entrega en Cristo, hace que nos movamos en el Espíritu Santo, dejarnos encontrar por Él y confiar en Él. Esta es la vida cristiana, amor, encontrar a Dios, buscar a Dios y Él es el primero que nos busca y nos encuentra ante todo.

        Que la Virgen María, morada de la Trinidad, nos ayude a acoger con un corazón abierto el amor de Dios, que nos llena de alegría y da sentido a nuestro camino en este mundo, orientándolo siempre hacia la meta que es el Cielo.