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Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, en Italia y en otros países, celebramos la solemnidad de la Ascensión del Señor. El pasaje del Evangelio (cf. Mt 28, 16-20) nos muestra a los Apóstoles reunidos en Galilea, en la montaña que Jesús les había indicado (v. 16). Aquí tiene lugar el último encuentro del Señor Resucitado con los suyos. La Montaña tiene una fuerte carga simbólica y evocadora. En una montaña Jesús proclamó las Bienaventuranzas (cf. Mt 5:1-12); en la montaña se retiraba a orar (cf. Mt 14:23); allí acogía a las multitudes y curaba a los enfermos (cf. Mt 15,29). Pero esta vez, en la montaña, ya no es el Maestro quien actúa y enseña y cura, sino que es Aquel resucitado que pide a los discípulos que actúen y anuncien, confiándoles a ellos el mandato de continuar su obra. Los inviste con la misión a todo el pueblo. Dice: Id, pues, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a observa todo lo que os he mandado (vv. 19-20). El contenido de la misión confiada a los apóstoles son éstos: anunciar, bautizar, enseñar a caminar por el camino trazado por el Maestro, que es el Evangelio, el Evangelio vivo. Este mensaje de
salvación implica, en primer lugar, el deber del testimonio,
sin testimonio no se puede anunciar a lo que también nosotros,
discípulos de hoy, estamos llamados a dar cuenta de nuestra fe.
Ante una tarea tan exigente, y pensando en nuestras debilidades, nos
sentimos inadecuados, como seguramente se sintieron también los
mismos Apóstoles. Pero no hay que desanimarse, recordando las
palabras que Jesús les dirigió antes de ascender al Cielo:
Estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo
(v. 20). Esta promesa asegura la constante y consoladora presencia de Jesús entre nosotros. Pero, ¿de qué modo se realiza esta presencia? A través de su Espíritu, que conduce a la Iglesia a caminar en la historia como la compañera de cada hombre. Ese Espíritu que, enviado por Cristo y el Padre, obra la remisión de los pecados y santifica a todos aquellos que, arrepentidos, se abren con confianza a su don. Con la promesa de permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos, Jesús inaugura el estilo de su presencia en el mundo como el Resucitado, Jesús está presente en el mundo pero con otro estilo, con el estilo del Resucitado, es decir: una presencia que se revela en la Palabra, en los Sacramentos, en la constante e interior acción del Espíritu Santo. La fiesta de la Ascensión nos dice que Jesús, aunque habiendo ascendido al Cielo para morar gloriosamente a la derecha del Padre, está todavía y siempre entre nosotros, de ahí derivan nuestra fuerza, nuestra perseverancia y nuestra alegría, justamente en la presencia de Jesús entre nosotros con la fuerza del Espíritu Santo. Que la Virgen María acompañe nuestro camino con su protección maternal: de Ella aprendemos la dulzura y el coraje de ser testigos en el mundo del Señor resucitado. | |
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