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En
primer lugar, tengo que disculparme por el retraso, pero hubo un incidente:
¡me quedé atrapado en el ascensor durante 25 minutos! Hubo
un corte de electricidad y el ascensor se paró. Gracias a Dios
los bomberos han venido -¡se lo agradezco mucho! y después
de 25 minutos de trabajo se las arreglaron para hacerlo andar. ¡Un
aplauso para los bomberos!
El Evangelio de este domingo nos muestra a Jesús, participando en un banquete en casa de un jefe de los fariseos. Jesús miraba y observaba como los invitados corren para conseguir los primeros lugares, una actitud bastante difundida en nuestros días, y no solo cuando se nos invita a una comida. Habitualmente se busca el primer lugar para afirmar una supuesta superioridad sobre los demás. En realidad, esta carrera hacia los primeros puestos perjudica a la comunidad, tanto civil como eclesial, porque arruina la fraternidad. Todos conocemos a estas personas que siempre quieren trepar para ir cada vez más arriba y dañan la fraternidad. Ante esta escena, Jesús cuenta dos breves parábolas. La primera parábola se dirige al que es invitado a un banquete y lo exhorta a no ponerse en el primero puesto, porque, dice, no haya otro invitado más digno que tú y el que te invito a ti y a él venga a decirte: Cédele tu lugar. Entonces deberás ocupar con vergüenza el último puesto. Jesús, en cambio, enseña a tener una actitud opuesta: Cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que cuando venga el que te ha invitado te diga: Amigo, ven más adelante (v. 10). Por lo tanto, no debemos buscar por nuestra propia iniciativa la atención y la consideración de los demás, sino, más bien, dejar que sean los otros las que nos las presten. Jesús, nos muestra siempre el camino de la humildad, porque es el más auténtico, el camino de la humildad, que también nos permite tener relaciones auténticas. El camino de la humildad, no la humildad ficticia, la verdadera humildad. En la segunda parábola, Jesús se dirige al que invita y, refiriéndose al modo de seleccionar a los invitados a la fiesta, le dice: Cuando ofrezcas un banquete invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos y serás bienaventurado porque no tienen nada para devolverte. También aquí, Jesús va completamente a contracorriente, manifestando como siempre la lógica de Dios Padre. Y añade también la clave para interpretar su razonamiento, y ¿cuál es la clave?: si tú haces esto recibirás en efecto tu recompensa en la resurrección de los justos (v. 14). Esto significa que el que se comporta de esta manera, tendrá la recompensa divina, mucho más alta que el intercambio humano que uno se espera: yo te hago un favor esperando que tú me hagas otro, no, la generosidad humilde. El intercambio humano, de hecho, suele distorsionar las relaciones, introduciendo el interés personal en una relación que debería ser generosa y gratuita. En cambio, Jesús, nos invita a la generosidad desinteresada para abrirnos el camino hacia una alegría mucho mayor: la alegría de ser partícipes del amor mismo de Dios, que nos espera a todos nosotros en el banquete celestial. Que la Virgen María humilde y elevada más que una criatura (Dante, Paradiso, XXXIII, 2), nos ayude a reconocernos como somos, es decir, pequeños, y a alegrarnos en el dar sin reciprocidad.
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