Angelus: “Tú perteneces a Dios”
No huir de la realidad, palabras antes del Angelus.
Ciudad del Vaticano, 22 octubre 2017.
El nombre de Dios es Misericordia
Francisco
En Él solo la esperanza
Jorge M. Bergoglio
Mente abierta corazón creyente
Jorge M. Bergoglio

¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días!

        El Evangelio de este domingo (Mt 22, 15-21) nos presenta un nuevo cara a cara entre Jesús y sus oponentes. El tema afrontado es el del tributo al César: una pregunta “espinosa”, sobre el carácter lícito o no de pagar el tributo al emperador de Roma, al cual estaba sujeta Palestina en tiempos de Jesús. Había diversas posiciones. Como consecuencia la pregunta dirigida por los fariseos: “Está permitido, sí o no, pagar el impuesto al César, el emperador? “(v. 17) constituye una trampa para el Maestro. En efecto, según lo que responda, sería acusado de estar a favor o en contra de Roma.

        Pero Jesús, en este caso también, responde con calma y se aprovecha de la pregunta maliciosa para dar una enseñanza importante, levantándose por encima de la polémica y de los enfrentamientos opuestos. Dice a los fariseos: “Enséñame la moneda de los impuestos”. Ellos le presentan una moneda de un denario, y Jesús, observando la moneda, pregunta: “Esta imagen y esta inscripción, de quién son?” Los fariseos no sabían qué responder: “De César”. Entonces Jesús concluye: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. (cf. Vv. 19-21). Por una parte, incitando a dar al emperador lo que le pertenece, Jesús declara que pagar el impuesto no es un acto de idolatría, sino de un acto debido a la autoridad terrestre; por otra parte – y es aquí donde Jesús da el” golpe de gracia” – recordando la primacía de Dios, pide de darle aquello que le retorna en tanto que es el Señor de la vida, del hombre y de la historia.

        La referencia a la imagen del César, grabada en la moneda, dice que es justo sentirse en pleno título – con los derechos y deberes – ciudadano del Estado; pero simbólicamente esto hace pensar a la otra imagen que está impresa en todo hombre: la imagen de Dios. Él es el Señor de todo, y nosotros, que hemos sido creados “a su imagen”, pertenecemos primeramente a Él. Jesús saca de esta pregunta, que le ha sido hecha por los fariseos, una interrogación más radical y vital para cada uno de nosotros, una pregunta que podemos hacernos: ¿a quién pertenezco? ¿A la familia, a la ciudad, a los amigos, a la escuela, al trabajo, a la política, al Estado? Sí, ciertamente. Pero ante todo – nos recuerda Jesús – tú perteneces a Dios. Es la pertenencia fundamental. Es él quién te ha dado todo lo que eres y todo lo que tienes. Por lo tanto nuestra vida, día tras día, podemos y debemos vivirla en el reconocimiento de nuestra pertenencia fundamental y en el reconocimiento del corazón hacía nuestro Dios, que crea a cada uno de nosotros individualmente, único, pero siempre a imagen de su Hijo amado, Jesús. Es un magnífico misterio.

        El cristiano está llamado a comprometerse concretamente en las realidades humanas y sociales sin oponer “Dios” y “César”; oponer Dios y César sería una actitud fundamentalista. El cristiano está llamado a comprometerse concretamente en las realidades terrestres, pero iluminándolas con la luz que viene de Dios. La confianza prioritaria en Dios y l esperanza en Él no comportan una huida de la realidad, sino más bien de darle activamente a Dios lo que le pertenece. Por eso el creyente mira la realidad futura, la de Dios, para vivir la vida terrestre en plenitud, y responder con valentía a sus desafíos.

        Que la virgen María nos ayude a vivir siempre en conformidad a la imagen de Dios que llevamos en nosotros, en nuestro interior, dando así nuestra contribución a la construcción de la ciudad terrestre.