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2002 |
Es un hombre y una sed |
Primer discurso de un Papa ante el Parlamento de Italia
Señor presidente de la República Italiana, 1. Me siento profundamente honrado por la solemne acogida que se me ofrece hoy en esta sede prestigiosa, en la que todo el pueblo italiano está dignamente representado por vosotros. A todos y a cada uno dirijo mi saludo deferente y cordial, consciente del intenso significado de la presencia del sucesor de Pedro en el Parlamento Italiano. Doy las gracias al señor presidente de la Cámara de los Diputados y al señor presidente del Senado de la República por las nobles palabras con las que han interpretado los sentimientos comunes, dando voz también a millones de ciudadanos cuyo cariño puedo constatar diariamente en las muchas ocasiones en que puedo encontrarme con ellos. Es un cariño que me ha acompañado siempre, desde los primeros meses de mi elección a la sede de Pedro. Por este motivo, quiero expresar a todos los italianos, también en esta circunstancia, mi más viva gratitud. Ya en mis años de estudios en Roma y después, en las periódicas visitas que hacía a Italia como obispo, especialmente durante el Concilio Ecuménico Vaticano II, fue creciendo en mi espíritu la admiración por un país en el que el anuncio evangélico, llegado aquí desde el tiempo de los apóstoles, ha suscitado una civilización rica de valores universales y un florecimiento de admirables obras de arte, en las que los misterios de la fe han encontrado expresión en imágenes de belleza incomparable. Cuántas veces he tocado por así decir con la mano las huellas gloriosas que la religión cristiana ha impreso en las costumbres y en la cultura del pueblo italiano, concretándose también en muchas figuras de santos y santas, cuyo carisma ha ejercido un influjo extraordinario en las poblaciones de Europa y del mundo. Basta pensar en san Francisco de Asís y en santa Catalina de Siena, patronos de Italia. Relaciones Italia-Santa Sede En esta obra de acercamiento y de colaboración, en el respeto de la recíproca independencia y autonomía, han contribuido los grandes Papas que Italia ha dado a la Iglesia y al mundo en el siglo pasado: basta pensar en Pío XI, el Papa de la Conciliación y en Pío XII, el Papa de la salvación de Roma; así como --en tiempos más cercanos-- en los Papas Juan XXIII y Pablo VI, de quienes yo mismo, al igual que Juan Pablo I, he querido tomar el nombre. Herencia humanista y cristiana Permítaseme, por tanto, invitaros con respeto a vosotros, representantes elegidos de esta nación, y con vosotros a todo el pueblo italiano, a alimentar una convencida y meditada confianza en el patrimonio de virtudes y de valores transmitido por los antepasados. En virtud de esta confianza se pueden afrontar con lucidez los problemas, sin bien complejos y difíciles, del momento presente, y alzar audazmente la mirada hacia el futuro, interrogándose sobre la contribución que Italia puede dar al desarrollo de la civilización humana. A la luz de la extraordinaria experiencia jurídica madurada en el curso de los siglos y a partir de la Roma pagana, ¿cómo es posible no sentir el compromiso, por ejemplo, de seguir ofreciendo al mundo el mensaje fundamental, según el cual, en el centro de todo orden civil justo debe estar el respeto por el hombre, por su dignidad y por sus derechos inalienables? Con razón, el antiguo adagio afirmaba: «Hominum causa omne ius constitutum est». En esta afirmación está implícita la convicción de que existe una «verdad sobre el hombre» que se impone más allá de los diferentes idiomas y culturas. En esta perspectiva, al hablar ante la Asamblea de las Naciones Unidas en el quincuagésimo aniversario de su fundación, recordé que hay derechos humanos universales, arraigados en la naturaleza de la persona, en los que se reflejan las exigencias objetivas de una ley moral universal. Y añadía: « Lejos de ser afirmaciones abstractas, estos derechos nos dicen más bien algo importante sobre la vida concreta de cada hombre y de cada grupo social. Nos recuerdan también que no vivimos en un mundo irracional o sin sentido, sino que, por el contrario, hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos». (Cf. Discurso de Juan Pablo II a las Naciones Unidas, 5 de octubre de 1995). Solidaridad Vosotros mismos, como responsables políticos y representantes de las instituciones, podéis dar en este campo un ejemplo particularmente importante y eficaz, y más significativo todavía cuando la dialéctica de las relaciones políticas empuja a poner de manifiesto los contrastes. Vuestra actividad, de hecho, se cualifica en toda su nobleza en la medida en que se mueve por un auténtico espíritu de servicio a los ciudadanos. Bien común Los desafíos que tiene que afrontar un Estado democrático exigen de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, independientemente de la opción política de cada uno, una cooperación solidaria y generosa con la edificación del bien común de la nación. Esta cooperación, entre otras cosas, no puede prescindir de la referencia a los valores fundamentales éticos inscritos en la misma naturaleza del ser humano. En este sentido, en la carta encíclica «Veritatis splendor» alertaba ante « el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad» (n. 101). De hecho, si no existe ninguna verdad última que guíe y oriente la acción política, afirmaba en otra carta encíclica, la «Centesimus annus», «las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (n. 46). Crisis de nacimientos La acción pastoral a favor de la familia y de la acogida de la vida, y más en general de una existencia abierta a la lógica del don de sí mismo, son la contribución que la Iglesia ofrece a la construcción de una mentalidad y de una cultura que permitan esta inversión de tendencia. Pero son también amplios los espacios para una iniciativa política que, manteniendo firme el reconocimiento de los derechos de la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio, según la afirmación de la misma Constitución de la República Italiana (Cf. artículo 29), haga social y económicamente menos onerosas la procreación y educación de los hijos. Escuela, educación y medios de comunicación El hombre vive una existencia auténticamente humana gracias a la cultura. Mediante la cultura el hombre se hace más hombre, accede más intensamente al «ser» que le es propio. El sabio sabe con claridad que el hombre vale en cuanto hombre por lo que es y no por lo que tiene. El valor humano de la persona está en relación directa y esencial con el ser, no con el tener. Precisamente por este motivo una nación preocupada por su futuro favorece el desarrollo de la escuela en un sano clima de libertad, y no ahorra esfuerzos para mejorar la calidad, en relación directa con las familias y con todos los componentes sociales, tal y como sucede en la mayor parte de los países europeos. Para la formación de la persona también sumamente importante el clima moral que predomina en las relaciones sociales y que actualmente encuentra una importante y condicionante expresión en los medios de comunicación: este desafío llama en causa a toda persona y familia, pero interpela de manera particular a quien tiene la mayores responsabilidades políticas e institucionales. La Iglesia, por su parte, no se cansará de desempeñar también en este campo esa misión educativa que les es propia por su misma naturaleza. Lucha contra la pobreza Clemencia para los encarcelados Europa Por tanto, es necesario estar en guardia ante una visión del Continente que sólo tenga en cuenta sus aspectos económicos y políticos o que proponga de manera acrítica modelos de vida inspirados en el consumismo indiferentes a los valores del espíritu. Si se quiere dar una estabilidad duradera a la nueva unidad europea, es necesario comprometerse en apoyar estos cimientos éticos que en un tiempo estuvieron en su base, dejando al mismo tiempo espacio a la riqueza y a la diversidad de las culturas y de las tradiciones que caracterizan a cada una de las naciones. Ante esta noble Asamblea quisiera también renovar el llamamiento que en estos años he dirigido a los pueblos del continente: «Europa, al inicio de un nuevo milenio, ¡abre de nuevo tus puertas a Cristo!». Paz, terrorismo y globalización En esta gran empresa, de la que dependerán en las próximas décadas los destinos del género humano, el cristianismo tiene una actitud y una responsabilidad totalmente peculiares: al anunciar al Dios del amor, se propone como la religión del recíproco respeto, del perdón y de la reconciliación. Italia y las demás naciones que tienen su matriz histórica en la fe cristiana están casi intrínsecamente preparadas para abrir a la humanidad nuevos caminos de paz, sin ignorar el peligro de las amenazas actuales, pero sin dejarse tampoco encerrar por una lógica de enfrentamiento sin soluciones. Ilustres representantes del pueblo italiano, de mi corazón surge espontáneamente una oración: desde esta antiquísima y gloriosa ciudad --desde esta «Roma, en la que Cristo es romano», según la famosa definición de Dante (Purgatorio 32, 102)-- pido al Redentor del hombre que permita a la querida nación italiana seguir viviendo, en el presente y en el futuro, según su luminosa tradición, sabiendo sacar de ella nuevos y abundantes frutos de civilización para el progreso material y espiritual del mundo entero. ¡Que Dios bendiga Italia! |