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Intervención de Juan Pablo II en la audiencia general que ofreció este miércoles, 28 de agosto, en la que continuó con la serie de meditaciones sobre los Salmos y cánticos del Antiguo Testamento. En esta ocasión, el pasaje escogido fue el Salmo 83.

2002

Es un hombre y una sed

Primer discurso de un Papa ante el Parlamento de Italia


CIUDAD DEL VATICANO, 14 noviembre 2002 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Juan Pablo II este jueves durante la primera visita de un obispo de Roma al Parlamento de Italia.


* * *

Señor presidente de la República Italiana,
presidentes de la Cámara de los Diputados y del Senado,
señor presidente del Consejo de Ministros,
diputados y senadores

1. Me siento profundamente honrado por la solemne acogida que se me ofrece hoy en esta sede prestigiosa, en la que todo el pueblo italiano está dignamente representado por vosotros. A todos y a cada uno dirijo mi saludo deferente y cordial, consciente del intenso significado de la presencia del sucesor de Pedro en el Parlamento Italiano.

Doy las gracias al señor presidente de la Cámara de los Diputados y al señor presidente del Senado de la República por las nobles palabras con las que han interpretado los sentimientos comunes, dando voz también a millones de ciudadanos cuyo cariño puedo constatar diariamente en las muchas ocasiones en que puedo encontrarme con ellos. Es un cariño que me ha acompañado siempre, desde los primeros meses de mi elección a la sede de Pedro. Por este motivo, quiero expresar a todos los italianos, también en esta circunstancia, mi más viva gratitud.

Ya en mis años de estudios en Roma y después, en las periódicas visitas que hacía a Italia como obispo, especialmente durante el Concilio Ecuménico Vaticano II, fue creciendo en mi espíritu la admiración por un país en el que el anuncio evangélico, llegado aquí desde el tiempo de los apóstoles, ha suscitado una civilización rica de valores universales y un florecimiento de admirables obras de arte, en las que los misterios de la fe han encontrado expresión en imágenes de belleza incomparable. Cuántas veces he tocado por así decir con la mano las huellas gloriosas que la religión cristiana ha impreso en las costumbres y en la cultura del pueblo italiano, concretándose también en muchas figuras de santos y santas, cuyo carisma ha ejercido un influjo extraordinario en las poblaciones de Europa y del mundo. Basta pensar en san Francisco de Asís y en santa Catalina de Siena, patronos de Italia.

Relaciones Italia-Santa Sede
2. ¡Es realmente profundo el lazo que existe entre la Santa Sede e Italia! Sabemos que ha pasado a través de fases y vicisitudes muy diferentes entre sí, que han quedado involucradas a su vez por las vicisitudes y contradicciones de la historia. Pero debemos al mismo tiempo reconocer que el desarrollo en ocasiones tumultuoso de los acontecimientos ha suscitado impulsos sumamente positivos ya sea para la Iglesia de Roma, y por tanto para la Iglesia católica, ya sea para la querida nación italiana.

En esta obra de acercamiento y de colaboración, en el respeto de la recíproca independencia y autonomía, han contribuido los grandes Papas que Italia ha dado a la Iglesia y al mundo en el siglo pasado: basta pensar en Pío XI, el Papa de la Conciliación y en Pío XII, el Papa de la salvación de Roma; así como --en tiempos más cercanos-- en los Papas Juan XXIII y Pablo VI, de quienes yo mismo, al igual que Juan Pablo I, he querido tomar el nombre.

Herencia humanista y cristiana
3. Tratando de echar una mirada sintética a la historia de los siglos pasados, podemos decir que sería muy difícil de comprender la identidad social y cultural de Italia y la misión de civilización que ha desempeñado y desempeña en Europa y en el mundo sin la savia vital del cristianismo.

Permítaseme, por tanto, invitaros con respeto a vosotros, representantes elegidos de esta nación, y con vosotros a todo el pueblo italiano, a alimentar una convencida y meditada confianza en el patrimonio de virtudes y de valores transmitido por los antepasados. En virtud de esta confianza se pueden afrontar con lucidez los problemas, sin bien complejos y difíciles, del momento presente, y alzar audazmente la mirada hacia el futuro, interrogándose sobre la contribución que Italia puede dar al desarrollo de la civilización humana.

A la luz de la extraordinaria experiencia jurídica madurada en el curso de los siglos y a partir de la Roma pagana, ¿cómo es posible no sentir el compromiso, por ejemplo, de seguir ofreciendo al mundo el mensaje fundamental, según el cual, en el centro de todo orden civil justo debe estar el respeto por el hombre, por su dignidad y por sus derechos inalienables? Con razón, el antiguo adagio afirmaba: «Hominum causa omne ius constitutum est». En esta afirmación está implícita la convicción de que existe una «verdad sobre el hombre» que se impone más allá de los diferentes idiomas y culturas.

En esta perspectiva, al hablar ante la Asamblea de las Naciones Unidas en el quincuagésimo aniversario de su fundación, recordé que hay derechos humanos universales, arraigados en la naturaleza de la persona, en los que se reflejan las exigencias objetivas de una ley moral universal. Y añadía: « Lejos de ser afirmaciones abstractas, estos derechos nos dicen más bien algo importante sobre la vida concreta de cada hombre y de cada grupo social. Nos recuerdan también que no vivimos en un mundo irracional o sin sentido, sino que, por el contrario, hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos». (Cf. Discurso de Juan Pablo II a las Naciones Unidas, 5 de octubre de 1995).

Solidaridad
4. Siguiendo con atención amiga el camino de esta gran nación, me siento empujado a considerar que para expresar mejor sus dotes características tiene necesidad de incrementar su solidaridad y cohesión interna. Por las riquezas de su larga historia, así como por la multiplicidad y vivacidad de sus iniciativas sociales, culturales y económicas que configuran de diferentes maneras a sus gentes y territorio, la realidad de Italia es ciertamente muy compleja y quedaría empobrecida y penalizada por uniformidades forzadas. El camino que permite mantener y valorizar las diferencias, sin que éstas se conviertan en motivos de contraposición y obstáculos al progreso común, es el de una sincera y leal solidaridad. Ésta tiene profundas raíces en el espíritu y costumbres del pueblo italiano y actualmente se expresa, entre otras cosas, con numerosas y beneméritas formas de voluntariado. Pero se experimenta también su necesidad en las relaciones entre los múltiples componentes sociales de la población y en las diferentes áreas geográficas en la que está distribuida.

Vosotros mismos, como responsables políticos y representantes de las instituciones, podéis dar en este campo un ejemplo particularmente importante y eficaz, y más significativo todavía cuando la dialéctica de las relaciones políticas empuja a poner de manifiesto los contrastes. Vuestra actividad, de hecho, se cualifica en toda su nobleza en la medida en que se mueve por un auténtico espíritu de servicio a los ciudadanos.

Bien común
5. En esta perspectiva, es decisiva la presencia en el espíritu de cada uno de una viva sensibilidad por el bien común. La enseñanza del Concilio Vaticano II en esta materia es muy clara: «La comunidad política nace para buscar el bien común, en el que encuentra su justificación plena y su sentido y del que deriva su legitimidad primigenia y propia» («Gaudium et spes», 74).

Los desafíos que tiene que afrontar un Estado democrático exigen de todos los hombres y mujeres de buena voluntad, independientemente de la opción política de cada uno, una cooperación solidaria y generosa con la edificación del bien común de la nación. Esta cooperación, entre otras cosas, no puede prescindir de la referencia a los valores fundamentales éticos inscritos en la misma naturaleza del ser humano. En este sentido, en la carta encíclica «Veritatis splendor» alertaba ante « el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola más radicalmente del reconocimiento de la verdad» (n. 101). De hecho, si no existe ninguna verdad última que guíe y oriente la acción política, afirmaba en otra carta encíclica, la «Centesimus annus», «las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (n. 46).

Crisis de nacimientos
6. No puedo acallar, en una circunstancia tan solemne, otra grave amenaza que pesa sobre el futuro de este país, condicionando incluso hoy su vida y sus posibilidades de desarrollo. Me refiero a la crisis de los nacimientos, al decremento demográfico y al envejecimiento de la población. La cruda realidad de las cifras obliga a tomar acto de los problemas humanos, sociales y económicos que esta crisis planteará inevitablemente a Italia en las próxima décadas, pero sobre todo estimula --es más, me atrevo a decir, obliga-- a los ciudadanos a un compromiso responsable y conjunto para favorecer una clara inversión de tendencia.

La acción pastoral a favor de la familia y de la acogida de la vida, y más en general de una existencia abierta a la lógica del don de sí mismo, son la contribución que la Iglesia ofrece a la construcción de una mentalidad y de una cultura que permitan esta inversión de tendencia. Pero son también amplios los espacios para una iniciativa política que, manteniendo firme el reconocimiento de los derechos de la familia como sociedad natural fundada en el matrimonio, según la afirmación de la misma Constitución de la República Italiana (Cf. artículo 29), haga social y económicamente menos onerosas la procreación y educación de los hijos.

Escuela, educación y medios de comunicación
7. En tiempos de cambios con frecuencia radicales, en los que parecen irrelevantes las experiencias del pasado, es más grande la necesidad de una sólida formación de la persona. Ilustres representantes del pueblo italiano, este campo requiere también la máxima colaboración para que las responsabilidades primarias de los padres encuentren apoyos adecuados. La formación intelectual y la educación moral de los jóvenes siguen siendo los dos caminos fundamentales con los cuales, en los años decisivos del crecimiento, cada uno puede ponerse a sí mismo a prueba, ampliar los horizontes de la mente y prepararse para afrontar la realidad de la vida.

El hombre vive una existencia auténticamente humana gracias a la cultura. Mediante la cultura el hombre se hace más hombre, accede más intensamente al «ser» que le es propio. El sabio sabe con claridad que el hombre vale en cuanto hombre por lo que es y no por lo que tiene. El valor humano de la persona está en relación directa y esencial con el ser, no con el tener. Precisamente por este motivo una nación preocupada por su futuro favorece el desarrollo de la escuela en un sano clima de libertad, y no ahorra esfuerzos para mejorar la calidad, en relación directa con las familias y con todos los componentes sociales, tal y como sucede en la mayor parte de los países europeos.

Para la formación de la persona también sumamente importante el clima moral que predomina en las relaciones sociales y que actualmente encuentra una importante y condicionante expresión en los medios de comunicación: este desafío llama en causa a toda persona y familia, pero interpela de manera particular a quien tiene la mayores responsabilidades políticas e institucionales. La Iglesia, por su parte, no se cansará de desempeñar también en este campo esa misión educativa que les es propia por su misma naturaleza.

Lucha contra la pobreza
8. El carácter realmente humanista de un cuerpo social se manifiesta particularmente en la atención que presta a sus miembros más débiles. Al contemplar el camino recorrido por Italia en estos casi sesenta años, desde las ruinas de la segunda guerra mundial, no puedo dejar de admirar los ingentes progresos realizados hacia una sociedad en la que se aseguren a todos condiciones aceptables de vida. Al mismo tiempo es inevitable reconocer la grave crisis de empleo, sobre todo juvenil, y las múltiples pobrezas, miserias y marginaciones, antiguas y nuevas, que afligen a numerosas personas y familias italianas o inmigradas a este país. Por tanto, es grande la necesidad de una solidaridad espontánea y capilar, en la que la Iglesia está totalmente comprometida para dar su propia contribución.

Clemencia para los encarcelados
Esta solidaridad, sin embargo, no puede dejar de contar sobre todo con la constante preocupación de las instituciones públicas. En esta perspectiva, y sin comprometer la necesaria tutela de la seguridad de los ciudadanos, merece atención la situación de las cárceles, en las que los detenidos viven con frecuencia en condiciones de penoso hacinamiento. Un signo de clemencia hacia ellos mediante una reducción de la pena constituiría una manifestación clara de sensibilidad, que estimularía el compromiso de recuperación personal de cara a una positiva reinserción en la sociedad.

Europa
9. Una Italia en la que hay confianza y cohesión constituye una gran riqueza para las demás naciones de Europa y del mundo. Deseo compartir con vosotros esta convicción en el momento en que se están definiendo los perfiles institucionales de la Unión Europea y parece que se encuentra ya a las puertas su ampliación a muchos países de Europa centro-oriental, superando una división innatural. Confío en que, en parte gracias al mérito de Italia, a los cimientos de la «casa común» europea no les falte el «cemento» de esa extraordinaria herencia religiosa, cultural y civil que ha hecho grande a Europa a través de los siglos.

Por tanto, es necesario estar en guardia ante una visión del Continente que sólo tenga en cuenta sus aspectos económicos y políticos o que proponga de manera acrítica modelos de vida inspirados en el consumismo indiferentes a los valores del espíritu. Si se quiere dar una estabilidad duradera a la nueva unidad europea, es necesario comprometerse en apoyar estos cimientos éticos que en un tiempo estuvieron en su base, dejando al mismo tiempo espacio a la riqueza y a la diversidad de las culturas y de las tradiciones que caracterizan a cada una de las naciones. Ante esta noble Asamblea quisiera también renovar el llamamiento que en estos años he dirigido a los pueblos del continente: «Europa, al inicio de un nuevo milenio, ¡abre de nuevo tus puertas a Cristo!».

Paz, terrorismo y globalización
10. El nuevo siglo, recién iniciado, lleva consigo una creciente necesidad de concordia, de solidaridad y de paz entre las naciones: esta es la exigencia ineludible de un mundo --cada vez más interdependiente y unido por una red global de intercambios y de comunicaciones--, en el que sin embargo siguen subsistiendo tremendas desigualdades. Por desgracia las esperanzas de paz son brutalmente contradichas al hacerse más ásperos los conflictos crónicos, comenzando por el que ensangrienta Tierra Santa. A esto se le añade el terrorismo internacional con la nueva y terrible dimensión que ha asumido, llamando en causa de manera totalmente distorsionada incluso a las grandes religiones. Precisamente en una situación así las religiones son estimuladas a hacer emerger todo su potencial de paz, orientando y casi diría «convirtiendo» hacia la recíproca comprensión a las culturas y la civilizaciones que en ellas se inspiran.

En esta gran empresa, de la que dependerán en las próximas décadas los destinos del género humano, el cristianismo tiene una actitud y una responsabilidad totalmente peculiares: al anunciar al Dios del amor, se propone como la religión del recíproco respeto, del perdón y de la reconciliación. Italia y las demás naciones que tienen su matriz histórica en la fe cristiana están casi intrínsecamente preparadas para abrir a la humanidad nuevos caminos de paz, sin ignorar el peligro de las amenazas actuales, pero sin dejarse tampoco encerrar por una lógica de enfrentamiento sin soluciones.

Ilustres representantes del pueblo italiano, de mi corazón surge espontáneamente una oración: desde esta antiquísima y gloriosa ciudad --desde esta «Roma, en la que Cristo es romano», según la famosa definición de Dante (Purgatorio 32, 102)-- pido al Redentor del hombre que permita a la querida nación italiana seguir viviendo, en el presente y en el futuro, según su luminosa tradición, sabiendo sacar de ella nuevos y abundantes frutos de civilización para el progreso material y espiritual del mundo entero.

¡Que Dios bendiga Italia!