«Yo soy cero, Dios es todo» Habla el fundador de Comunión y Liberación al cumplir 80 años.
MILÁN, 23 octubre 2002 (ZENIT.org-Avvenire) |
La vida a estas alturas está hecha para reconocer el nombre de Dios en todas las cosas y para reconocer el Espíritu creador que obra en ella. Así se cumplen las palabras de la poesía de Ada Negri, Mi juventud: «No te he perdido. Te has quedado,/ en el fondo de mi ser. Eres tú, pero eres otra:/ ...más bella/ Amas, y no esperas ser amada: ante cada/ flor que se abre o fruto que madura,/ o párvulo que nace, al Dios de los campos/ y las estirpes das gracias de corazón».
Espero que mi vida se haya desarrollado según lo que Dios deseaba de ella. Se puede decir que se ha desarrollado bajo el signo de la urgencia porque toda circunstancia, o mejor cada instante, ha sido para mi conciencia cristiana búsqueda de la gloria de Cristo. Mi obispo, el cardenal Dionigi Tettamanzi, al llegar a la sede de Milán ha dicho: «Los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, aun inconscientemente, nos piden que les hablemos de Cristo, es más, que les hagamos verlo». Jesucristo, Su gloria humana en la historia, es el único signo positivo en medio del mundo, que, de otro modo, sería un moverse absurdo de tiempo y espacio. Porque, como diría Eliot, sin el significado no hay tiempo. La vida está llena de nulidad y negatividad, y Jesús de Nazaret es el desquite. Esto lo tengo claro. Así, la esperanza es la certeza por la cual se puede respirar en el presente, en el presente se puede gozar.
No logro encontrar un momento particularmente «instigador». Para mí, todo se desarrolló en la más absoluta normalidad y sólo me suscitaban estupor las cosas mientras iban teniendo lugar, pues era Dios que las cumplía haciendo de ellas la trama de una historia que sucedía (y sucede) ante los ojos. He visto el avanzar de un pueblo, en nombre de Cristo, protagonista de la historia.
No me molesta, ni mucho menos, pero me hace rezar a Dios para que sepa siempre dar razones y fuerza para la libertad de los jóvenes.
Es la opción espontánea de un espíritu orientado a la verdad, bien consciente de sus límites.
Creo que un grupo de fieles cuanto más trata de vivir la fe y de educarse en el apostolado bajo la influencia de análisis sinceros y apasionados, tanto más corre el riesgo de ser parcial en sus referencias, ya que es imposible que un análisis pueda abarcarlo todo. Pero si se mantienen las relaciones y crecen en la caridad, como Cristo y los Apóstoles han recomendado, las distinciones y las diferencias llegan a servir de colaboración.
Es una amistad (el ex rector de la Universidad de Munich y fundador de la Universidad de Eichstätt, el profesor Nikolaus Lobkowicz, escribió que para él conocer CL supuso descubrir la amistad como «virtud») que asegura un común esfuerzo de colaboración en la reflexión sobre la fe y en el intento de convertir en una expresión común la voluntad de testimoniar a Cristo como inspirador de paz y de ayuda mutua. Y en la carta que me dirigió el Papa por el XX aniversario de la Fraternidad de CL, afirma que «el movimiento ha querido y quiere indicar no un camino, sino el camino para llegar a la solución del drama existencial» del hombre de hoy. Y añade: «El camino es Cristo... Comunión y Liberación, más que ofrecer cosas nuevas, apunta a hacer redescubrir la Tradición y la historia de la Iglesia, para volver a expresarla en formas capaces de hablar y de interpelar a los hombres de nuestro tiempo». Existimos sólo por esto.
Al guiar a un pueblo la mayor alegría y el mayor sacrificio consisten en pedir sincera y continuamente a Dios, por tanto al Espíritu y a la Virgen, luz para la propia inteligencia y fuego ardiente para la propia caridad frente a todos los problemas que surgen en el corazón de todo hombre ante los acontecimientos que permite el Misterio de Dios, problemas que se presentan en el corazón y el trabajo de cada uno, en el lugar en el que se encuentra.
La difusión de los criterios teóricos y prácticos en todo el mundo es un don que hay que pedir continuamente a Cristo y por ello debe ser objeto de la oración al Misterio del Padre, como Cristo nos ha enseñado: en la coherente búsqueda de los principios de la fe y de la caridad, en la obediencia humilde a los pastores de la grey que son los obispos. La obediencia a la autoridad de la Iglesia ante todo, al Papa, cauce establecido para la seguridad de nuestra fe católica constituye el criterio original y perfecto. Si se mantiene una actitud así, el paso de los años supone una confirmación (es decir, cumple lo que era una promesa).
Mi oración es la liturgia y la repetición continuada de una fórmula: «Veni Sancte Spiritus, Veni per Mariam». Ven Espíritu Santo, ven por María, hazte presente a través del seno y de la carne de la Virgen. Esta antigua jaculatoria es síntesis de toda la Tradición y señala el método de Dios para darse a conocer a los hombres: la Encarnación. Todo el cristianismo está ahí. Dante habla en su himno a la Virgen del «calor» del vientre de la Virgen: pensar que desde ahí se proclama el Misterio es verdaderamente lo más misterioso, y sólo en la experiencia de una comunión vivida se puede empezar a comprender algo de este inefable misterio de Dios. Por ello, la oración es el gesto más razonable que el hombre, implicado en la lucha cotidiana por la vida, puede realizar, la petición es el alfa y la omega de todo. Yo no he hecho nada, soy un cero. Todo lo hace el Infinito y nosotros no haríamos nada si no se nos diera. |
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