Sentido de la Semana Santa y significado del Domingo de Ramos

Entre todas las semanas del año, la más importante para los cristianos es la Semana Santa, que ha sido santificada precisamente por los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia y consagrada a Dios de manera muy especial. La Iglesia, al conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo, se santifica y renueva a sí misma.

Casiano Floristán


 

Objetivo de llegada y descanso

Uno de los más penetrantes comentarios a la Semana Santa es el de la monja benedictina alemana Aemiliana Lóhr, titulado precisamente The Great Week. Aemiliana Lóhr usa el hermoso ejemplo de un navío entrando en el puerto después de un largo viaje. Es una imagen de paz; las semanas de esfuerzo y tensión han concluido. La Iglesia es como esa embarcación. La Cuaresma ha sido un largo viaje, un tiempo de trabajo y disciplina; pero ahora, en la semana santa, el barco entra en el puerto; ha llegado el momento de descansar en la pasión de Cristo. Puede que no sea fácil sacar tiempo para dedicar a Dios, pero esta idea de descansar en la pasión sugiere la actitud mental que conviene tener al acercarse la Semana Santa.

 

Descansar en el Amor que Dios nos tiene

Podemos descansar en el pensamiento del amor de Dios, que está en el origen de todos los acontecimientos que conmemoramos en esta semana: "Porque tanto ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Toda la pasión fue motivada por amor, el amor de Dios hecho visible en Cristo. Una vez más es Juan quien nos lo afirma: "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin" (Jn 13,1).

 

Recordando

Durante la Semana Santa, la Iglesia sigue las huellas de su Maestro. Las narraciones de la pasión cobran nueva vida, como si los hechos se repitieran efectivamente ante nuestros ojos. Todos los acontecimientos que conducen al arresto, al proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y celebrados. Paso a paso, escena por escena, seguimos el camino que Jesús holló con sus pies durante los últimos días de su vida mortal.

 

Antigua devoción

La liturgia de la Semana Santa surgió de la devoción de los primeros cristianos en Jerusalén, donde Jesús sufrió su pasión. Desde los albores de la cristiandad, Jerusalén fue meta de peregrinaciones; y los peregrinos, entonces como ahora, gustaban de visitar los lugares de la Pasión: Getsemaní, el pretorio, el Gólgota, el Santo Sepulcro. Entre los más interesantes documentos de los primeros tiempos que han llegado hasta nosotros destaca el diario de viaje de la peregrina española Egeria. En él se contiene una descripción gráfica de la liturgia de Semana Santa tal como se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 de nuestra era.

 

Los más grandes acontecimientos

Tenemos mucho que aprender de la devoción de la Iglesia antigua según nos la presentan los escritos que de ella se conservan. Es verdad que los cristianos de Jerusalén tenían la ventaja de estar más cerca del Señor en el tiempo y en el espacio; pero no por eso nuestra devoción ha de ser menor. Después de todo, nosotros participamos en los misterios de Cristo no mediante imaginación o sentimiento, aunque también éstos tienen su cometido, sino por la fe. En la liturgia de Semana Santa, la Iglesia revive en la fe el misterio salvador de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.

 

Las dos caras de una misma moneda

El Domingo de Ramos
La Semana Santa es inaugurada por el Domingo de Ramos, en el que se celebran las dos caras centrales del misterio pascual: la vida o el triunfo, mediante la procesión de ramos en honor de Cristo Rey, y la muerte o el fracaso, con la lectura de la Pasión correspondiente a los evangelios sinópticos (la de Juan se lee el viernes). Desde el siglo V se celebraba en Jerusalén con una procesión la entrada de Jesús en la Ciudad Santa, poco antes de ser crucificado. Debido a las dos caras que tiene este día, se denomina "Domingo de Ramos" (cara victoriosa) o "Domingo de Pasión" (cara dolorosa). Por esta razón, el Domingo de Ramos --pregón del misterio pascual-- comprende dos celebraciones: la procesión de ramos y la eucaristía. Lo que importa en la primera parte no es el ramo bendito, sino la celebración del triunfo de Jesús. A ser posible, debe comenzar el acto en una iglesia secundaria, para dar lugar al simbolismo de la entrada en Jerusalén, representada por el templo principal. Si no hay iglesia secundaria, se hace una entrada solemne desde el fondo del templo. El rito comienza con la bendición de los ramos, que deben ser lo bastante grandes como para que el acto resulte vistoso y el pueblo pueda percibirlo sin dificultad.

 

Un comienzo y un final triunfales

Después de la aspersión de los ramos se proclama el evangelio, es decir, se lee lo que a continuación se va a realizar. Por ser creyentes, por estar convertidos y por haber sido iniciados sacramentalmente a la vida cristiana, pertenecemos de tal modo al Señor que, al celebrar litúrgicamente su entrada en Jerusalén, nos asociamos a su seguimiento. La Semana Santa empieza y acaba con la entrada triunfal de los redimidos en la Jerusalén celestial, recinto iluminado por la antorcha del Cordero.

 

Jesús sufrirá como vencedor

A la procesión sigue inmediatamente la eucaristía. Del aspecto glorioso de los Ramos pasamos al doloroso de la Pasión. Esta transición no se deduce sólo del modo histórico en que transcurrieron los hechos, sino porque el triunfo de Jesús en el Domingo de Ramos es signo de su triunfo definitivo. Los ramos nos muestran que Jesús va a sufrir, pero como vencedor; va a morir, mas para resucitar. En resumen, el domingo de Ramos es inauguración de la Pascua, o paso de las tinieblas a la luz, de la humillación a la gloria, del pecado a la gracia y de la muerte a la vida.