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Itinerarios
de vida cristiana
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Queridísimos: ¡que
Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Con el anuncio de la
fecha de la beatificación del queridísimo don Álvaro, el próximo 27
de septiembre, hemos comenzado la cuenta atrás para ese acontecimiento.
Es un don de Dios que enriquecerá espiritualmente a la Iglesia, a la
Obra y a cada uno de nosotros. Por eso, al tiempo que elevamos nuestra
gratitud al Cielo, tratemos de esmerarnos cada una y cada uno en seguir
con mayor fidelidad diaria la llamada a la santidad que Jesucristo anunció;
la senda de santificación en la vida cotidiana, que san Josemaría abrió
con su correspondencia heroica a la gracia de Dios y que don Álvaro,
y otros muchos fieles de la Prelatura, han recorrido ya en plena sintonía
con esas enseñanzas.
La Iglesia, al declarar
que don Álvaro practicó en grado heroico las virtudes cristianas, afirma
que «encarnó plena, ejemplar e íntegramente (...) el espíritu del Opus
Dei, que llama a los cristianos a buscar la plenitud del amor a Dios
y al prójimo a través de los deberes ordinarios que forman la trama
de nuestras jornadas»[1].
Por eso, con motivo del centenario de su nacimiento, el próximo 11 de
marzo, os sugiero que pongamos los ojos con detenimiento en la figura
de este siervo bueno y fiel[2],
a quien el Señor encomendó el gobierno de la Prelatura del Opus Dei
después del tránsito de san Josemaría al Cielo. Procedamos con afán
de conocer mejor su correspondencia a la vocación cristiana, y tratemos
de reproducirla en nuestras jornadas: meditemos sus escritos, aprendamos
de su respuesta a la gracia, solicitando su intercesión para encarnar
sin fisuras el espíritu de la Obra.
Para los fieles del
Opus Dei, para los Cooperadores y para todos aquellos que desean santificarse
según este espíritu, la conducta constante de don Álvaro nos muestra
un modo bien concreto de seguir a Jesucristo, el único Maestro y Modelo
de toda perfección. Y seguirlo nosotros por el conducto reglamentario,
como decía a veces con su buen humor característico; es decir, asumiendo
lo mejor posible el mismo espíritu de caminar con Cristo que san Josemaría
nos transmitió por querer divino.
En este mes, además
de la presentación de Jesús en el templo y la purificación de Nuestra
Señora, vivamos la fiesta del 14 de febrero, en la que reluce de modo
especial la unidad del Opus Dei. Ese día, como sabemos, rememoramos
el aniversario del comienzo de la labor de la Obra entre las mujeres
y de la fundación de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, en años
distintos. Por disposición de la Santa Sede, en la Prelatura la celebramos
como fiesta de la Virgen: Mater Pulchræ Dilectionis, Madre del
Amor Hermoso[3].
En el acta de consagración
de un altar, en 1972, san Josemaría escribió que lo consagraba en
honor y alabanza de Nuestro Señor Jesucristo, que quiso coronar su Obra
con el santo signo de la Cruz; lo hizo en un Centro de mis hijas y en
el aniversario de su fundación: en eso vi un nuevo mandamiento divino
de unidad para nuestra Familia, teniendo en cuenta que los sacerdotes
habían de ordenarse para servir a las dos Secciones de la Obra[4].
En María Santísima tenemos
el ejemplo acabado de una criatura que, durante toda su existencia,
se identificó completamente con el querer de Dios; lo contemplamos especialmente
en el momento en que recibió el anuncio de que iba a ser Madre de Dios
y en su perseverancia, llena de fortaleza, de fe, esperanza y caridad,
junto a la Cruz donde moría su Hijo para nuestra salvación. Escribe
el Santo Padre: hablar de fe comporta a menudo hablar también de
pruebas dolorosas, pero precisamente en éstas san Pablo ve el anuncio
más convincente del Evangelio, porque en la debilidad y en el sufrimiento
se hace manifiesto y palpable el poder de Dios que supera nuestra debilidad
y nuestro sufrimiento[5].
San Josemaría nos invitaba
a pensar hasta qué punto somos amigos de la Cruz de Cristo, de
esa Cruz con la que Jesús quiso coronar su Obra (...). Quiso coronarla
como coronan los reyes su palacio en lo más alto: con la Cruz. Quiso
poner la realeza suya para que el mundo viera que la Obra era Obra de
Dios. Fue un catorce de febrero. Yo comencé la Misa sin saber nada,
como otras veces, y acabé sabiendo que el Señor quería la Sociedad Sacerdotal
de la Santa Cruz, que el Señor quería que coronásemos nuestro edificio
sobrenatural, que nuestra familia espiritual llevara en lo alto esta
señal de la realeza divina[6].
Considero que don Álvaro
se comportó así desde que pidió la admisión en el Opus Dei; luego, en
el transcurso de los años, con su acendrada fidelidad a la gracia y
su estrecha unión con nuestro Fundador, fue creciendo en amor al Santo
Madero, jornada tras jornada. Después de su marcha a la casa del Cielo,
hemos ido conociendo muchos detalles en los que se manifiesta su amor
al sacrificio, que nos une a la Cruz de Cristo. Especialmente desde
su llegada a Roma en 1946 y luego, durante bastantes años, sobre sus
hombros recayó entre otros muchos trabajos el encargo de conseguir
fondos para la edificación de la sede central del Opus Dei. Esto le
provocó grandes preocupaciones que aunque no le quitaban la paz le
ocasionaban constantes padecimientos: enfermedades del hígado, fuertes
dolores de cabeza, y otras afecciones que influyeron no poco en su salud.
Afrontó esas situaciones sin quejarse, con una sonrisa en los labios,
feliz de poder ofrecerlas al Señor por la Iglesia y por el desarrollo
de la Obra.
Recuerdo una ocasión
en la que se encontraba en cama, con una fiebre muy alta, pero no tuvo
más remedio que levantarse y salir a la calle para resolver un problema
económico urgente que sólo podía solucionar personalmente. Una de las
mujeres que cuidaban la atención doméstica de la sede central de la
Obra, conocedora de que don Álvaro había estado con fiebre el día anterior,
y no sabía si todavía continuaba con esa afección, al enterarse de este
suceso, comentó a san Josemaría: "Ayer estaba con mucha fiebre". A lo
que paternalmente comentó nuestro Fundador: a ti, no te hubiera
dejado ir; a él, sí. Hasta tal punto sabía que podía
apoyarse en ese hijo suyo, al que muchos años antes había calificado
de saxum, roca.
¿Y cuál era la profunda
razón de este comportamiento? En el decreto sobre las virtudes heroicas,
se lee que «la dedicación del Siervo de Dios al cumplimiento de la misión
que había recibido estaba radicada en un profundo sentido de la filiación
divina, que le llevaba a buscar la identificación con Cristo en un abandono
confiado a la voluntad del Padre, lleno de amor al Espíritu Santo, constantemente
inmerso en la oración, fortificado por la Eucaristía y por un tierno
amor a la Santísima Virgen María»[7].
A continuación, ese documento de la Santa Sede afirma que don Álvaro
«dio pruebas de heroísmo en el modo como afrontó las enfermedades en
las que veía la Cruz de Cristo (...) y los ataques que sufrió por su
fidelidad a la Iglesia. Era hombre de profunda bondad y afabilidad,
que transmitía paz y serenidad a las almas. Nadie recuerda un gesto
poco amable de su parte, un movimiento de impaciencia ante las contrariedades,
una palabra de crítica o de protesta por alguna dificultad: había aprendido
del Señor a perdonar, a rezar por los perseguidores, a abrir sacerdotalmente
sus brazos para acoger a todos con una sonrisa y con cristiana comprensión»[8].
El Papa Francisco comentaba
hace pocas semanas que los santos no son superhombres, ni nacieron
perfectos. Son como nosotros, como cada uno de nosotros, son personas
que antes de alcanzar la gloria del cielo vivieron una vida normal,
con alegría y dolores, fatigas y esperanzas. Pero, ¿qué es lo que cambió
su vida? Cuando conocieron el amor de Dios, le siguieron con todo el
corazón, sin condiciones e hipocresías; gastaron su vida al servicio
de los demás, soportaron sufrimientos y adversidades sin odiar y respondiendo
al mal con el bien, difundiendo alegría y paz. Ésta es la vida de los
santos: personas que por amor a Dios no le pusieron condiciones a Él
en su vida[9].
Estas palabras del Santo
Padre componen, a mi parecer, un retrato de don Álvaro. Recurramos insisto
a su intercesión para que sepamos mantenernos fuertes ante las dificultades
y contradicciones, con la confianza puesta en nuestro Padre Dios.
Aparte de ser saxum,
soporte para san Josemaría en tantas ocasiones, don Álvaro constituyó
con su modo de hacer, sobre todo, un apoyo firme para sacar la Obra
adelante. Y no sólo con su colaboración en el gobierno del Opus Dei
o con sus trabajos para conseguir la adecuada configuración jurídica
de la Obra como Prelatura personal, sino en la tarea de facilitar la
fidelidad de todos al espíritu en las diferentes circunstancias. Muchas
veces repitió nuestro Padre que, a menudo, don Álvaro, movido por el
Espíritu Santo, le recordaba algún punto del espíritu del Opus Dei que
san Josemaría deseaba tocar en una conversación: la práctica de la corrección
fraterna, la necesidad de comportarse como un padre o una madre con
las personas que coinciden con nosotros, la acogida bondadosa y serena
de quienes experimentan alguna pena o preocupación...
A veces, incluso le
pedía alguna sugerencia para ahondar en su trato personal con Dios.
Lo explicaba nuestro Padre, abriendo su alma ante un pequeño grupo de
hijos suyos; y comentaba en una ocasión: hoy, después de la acción
de gracias, le he dicho a don Álvaro que me hiciera alguna consideración
de piedad, que me removiera para amar más a Jesucristo en el Sagrario.
Y me ha hecho presente que allí está María también, de alguna manera,
necesariamente de alguna manera; y con María, José. De alguna manera
inefable, pero allí están: no pueden separarse de su Hijo[10].
El 19 de febrero es
el santo de don Álvaro, y me viene a la memoria una observación de nuestro
Padre. Decía precisamente en esa fecha de 1974, refiriéndose a ese fidelísimo
hijo suyo: a don Álvaro le pasa una cosa muy buena: que no tiene
santo, sino beato. De modo que, si no se hace santo él, no sé cómo lo
vamos a arreglar...[11].
Ese deseo de san Josemaría está a punto de cumplirse: si Dios quiere,
a partir de la beatificación podremos celebrar su santo en la fecha
que la Santa Sede designe para conmemorarlo litúrgicamente.
Vuelvo a repetir que
la consideración de la respuesta diaria de don Álvaro puede ayudarnos,
más aún en los meses próximos, a poner nuestros pasos en las huellas
de san Josemaría; así imitaremos más perfectamente a Cristo. Recojo
algunas palabras de mi predecesor, que nos ayudarán a hacer un examen
personal hondo y lleno de paz.
«En todos los años de
su vida terrena, nuestro Padre caminó como zarandeado por el Espíritu
Santo; tanto en los primeros tiempos, cuando aún no podía darse cuenta,
como después, plenamente consciente y correspondiendo de una manera
heroica a la acción del Espíritu de Dios (...). Afirmaba que desde el
2 de octubre de 1928 lo único que había tenido que hacer era dejarse
llevar. Se dice fácilmente; pero si repasamos con calma su vida, advertimos
que ese dejarse llevar, esa única cosa que tuvo que hacer,
requirió de él innumerables sacrificios, burlas, incomprensiones, soledad,
calumnias, antes y después de la fundación de la Obra.
»Vamos a hacer el propósito
de dejarnos llevar también nosotros por Dios, de esta manera (cfr. Rm
8, 14). La correspondencia de nuestro Padre fue en todo momento heroica,
aunque le quitase importancia con esa afirmación suya. Procuremos imitarle,
si no como gigantes, por lo menos como buenos hijos. Nuestro Padre fue
un gigante de la santidad; nosotros, hijos que procuran seguir los pasos
de tan buen padre, también hemos de ser santos»[12].
Sigamos rezando por
el Papa, por sus intenciones y por sus colaboradores inmediatos. De
modo especial, encomendemos los frutos del Consistorio que se celebrará
en la segunda parte de este mes, para que redunde en gran bien para
la Iglesia, para el mundo, para las almas. Y continuad muy unidos también
a mis intenciones, que son muchas, para que se vayan realizando como
Dios quiere. Siento la urgencia de preguntaros: ¿cómo y cuánto rezáis
por la persona de Francisco? ¿Cómo le ayudáis con un espíritu generoso
de sacrificio? ¿Vivís con frecuencia el omnes cum Petro ad Iesum
per Maríam?: todos, con Pedro, a Jesús por María.
Encomendad la expansión
de la Obra a nuevos países, desde donde no cesan de llamarnos. Durante
el viaje a Jerusalén tuve la alegría de rezar con vosotras y con vosotros
en el Santo Sepulcro, en Getsemaní, en la Basílica de la Natividad...
Me venía a la mente el profundo júbilo de don Álvaro mientras visitaba
esos lugares. Y pocos días después he estado en Sri Lanka y en la India.
Demos muchas gracias a Dios y renovemos el propósito de participar en
la expansión apostólica, cada uno desde su puesto, con la oración y
el trabajo convertido en oración, amando a todas las almas, a toda la
humanidad: ¡qué tarea tan maravillosa la de nuestra Madre santa, la
Iglesia!
Con todo cariño, os
bendice
vuestro Padre
+
Javier
Roma, 1 de febrero de
2014
[1]
Congregación de las Causas de los Santos, Decreto sobre las virtudes
del Siervo de Dios Álvaro del Portillo, Roma, 28-VI-2012.
[2] Mt 25, 21.
[3] Cfr. Congregación
del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Decreto por
el que se aprueba el calendario propio de la Prelatura personal de la
Santa Cruz y Opus Dei, Roma, 10-XI-2012.
[4] San Josemaría, Acta
de consagración de un altar, 21-X-1972.
[5] Papa Francisco, Lit.
enc. Lumen fidei, 29-VI-2013, n. 56.
[6] San Josemaría, Notas
de una meditación, 2-XI-1958.
[7] Congregación de las
Causas de los Santos, Decreto sobre las virtudes del Siervo de Dios
Álvaro del Portillo, Roma, 28-VI-2012.
[8] Ibid.
[9] Papa Francisco, Palabras
en el Ángelus, 1-XI-2013.
[10] San Josemaría,
Notas de una reunión familiar, 3-VI-1974.
[11] San Josemaría,
Notas de una reunión familiar, 19-II-1974.
[12] Don Álvaro, Notas
de una meditación, 9-I-1977.
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