Las palabras del papa Francisco en el ángelus de la Inmaculada

En este segundo domingo de Adviento, solemnidad de la Inmaculada Concepción de María, el papa Francisco rezó la oración del ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la plaza de san Pedro. Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice argentino les dijo:

Ciudad del Vaticano, 8 de diciembre de 2013.
En Él solo la esperanza
Jorge M. Bergoglio
Francisco, nuevo Papa
Javier Fernández Malumbres
De Benedicto a Francisco. El cónclave del cambio
Paloma Gómez Borrero
Mente abierta corazón creyente
Jorge M. Bergoglio

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

        Este segundo domingo de Adviento cae en el día de la fiesta de la Inmaculada Concepción de María, y entonces nuestra mirada es atraída por la belleza de la Madre de Jesús, ¡nuestra Madre! Con gran alegría la Iglesia la contempla «llena de gracia» (Lc 1, 28). Digámoslo tres veces: "Llena de gracia". Todos: ¡Llena de gracia! ¡Llena de gracia! ¡Llena de gracia! y así como Dios la ha mirado desde el primer instante en su diseño de amor. María nos sostiene en nuestro camino hacia la Navidad, porque nos enseña cómo vivir este tiempo de Adviento en la espera del Señor. ¡El Señor viene! ¡Esperémoslo!

        El Evangelio de san Lucas nos presenta a María, a una joven de Nazaret, pequeña localidad de Galilea, en la periferia del imperio romano y también en la periferia de Israel. Y sin embargo, sobre ella se ha posado la mirada del Señor, que la ha elegido para ser la madre de su Hijo. En vista de esta maternidad, María ha sido preservada del pecado original, es decir, de aquella fractura en la comunión con Dios, con los otros y con el creado, que hiere profundamente a cada ser humano.Pero esta fractura ha sido sanada por adelantado en la Madre de Aquel que ha venido a librarnos de la esclavitud del pecado. La Inmaculada está inscrita en el diseño de Dios; es fruto del amor de Dios que salva el mundo.

        Y la Virgen no se ha alejado jamás de ese amor: toda su vida, todo su ser es un “sí” a Dios. ¡Pero ciertamente no ha sido fácil para ella! Cuando el Ángel la llama «llena de gracia» (Lc 1, 28), ella se queda «muy turbada», porque en su humildad se siente nada ante Dios. El Ángel la conforta: «No temas María, porque has hallado gracia ante Dios. Y he aquí, que concebiras a un hijo... y le pondrás por nombre Jesús». (v. 30). Este anuncio la turba todavía más, también porque todavía no está desposada con José; pero el Ángel añade: «el Espíritu Santo vendrá sobre ti... Por lo tanto, el que nazca será santo y será llamado Hijo de Dios». (v. 35). María escucha, obedece interiormente y responde: «He aquí la esclava del Señor: hágase en mí según tu palabra». (v. 38).

        El misterio de esta chica de Nazaret, que está en el corazón de Dios, no nos resulta extraño. No es ella que está arriba y nosotros aquí. No, no, estamos conectados. De hecho, ¡Dios fija su mirada de amor sobre cada hombre y cada mujer! Con nombre y apellido. Su mirada de amor está sobre cada uno de nosotros. El Apóstol Pablo afirma que Dios «nos ha elegido antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados». (Ef 1, 4). También nosotros, desde siempre, hemos sido elegidos por Dios para vivir una vida santa, libre del pecado. Es un proyecto de amor que Dios renueva cada vez que nos acercamos a Él, especialmente en los Sacramentos.

        En esta fiesta, entonces, contemplando a nuestra Madre Inmaculada, bella, reconozcamos también nuestro destino más verdadero, nuetra vocación más profunda: ser amados, ser transformados por el amor. Miremos a ella, y dejemonos mirar por ella; para aprender a ser más humildes, y también más valientes en el seguimiento de la Palabra de Dios; para acoger el tierno abrazo de su Hijo Jesús, un abrazo que nos da vida, esperanza y paz.

        Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración del Ángelus. Y al concluir la plegaria prosiguió:

        Queridos hermanos y hermanas, os saludo con afecto, especialmente a las familias y los grupos parroquiales y asociaciones. Saludo a los fieles de Cossato, Biella, Bianzé, Lomazzo, Livorno Ferraris, Rocca di Papa, San Marzano sul Sarno y Pratola Serra. Quisiera unirme espiritualmente a la iglesia que vive en América del norte, que hoy conmemora la fundación de su primera parroquia, hace 350 años: Notre-Dame de Québec. Damos las gracias por los progresos logrados desde entonces, en particular por los santos y los mártires que han fecundado aquellas tierras. Bendigo a todos los fieles que celebran este jubileo el corazón.

        Dirijo un pensamiento especial a los miembros de la Acción Católica Italiana, que hoy renuevan su adhesión a la Asociación. ¡Ahí están! Os deseo todo lo mejor para vuestro compromiso apostólico y formativo. ¡Adelante, sed valientes!

        Esta tarde, siguiendo una antigua tradición, iré a la Plaza de España, a orar a los pies del monumento de la Inmaculada. Pido que os unais conmigo en esta peregrinación espiritual, que es un acto de devoción filial a María, para confiar a la ciudad de Roma, a la Iglesia y a la humanidad entera.

        En ese momento, el papa Francisco explicó que a continuación iría a visitar la Basílica de Santa María la Mayor, para a rezar a Nuestra Señora Salus Populi Romani por todos los habitantes de la Ciudad Eterna.

        Y concluyó, como de costumbre:

        Os deseo un buen el domingo y una buena fiesta de nuestra madre. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!